Todas las formas del fracaso caben detrás del rostro del cinismo. El hombrecito que se siente ridículo al bailar, el de la paternidad desobligada, el que ve a la mujer que desea como al “oponente” a quien hay que vencer y el que va a terapia sólo para alimentar la ilusión de coger con su psicóloga, todas estas estampas de la masculinidad joven que no halla la manera de romper con la arquetípica se dan cita en Un perdedor sin futuro.
Publicado a inicios de este año por la editorial digital Lectio, Un perdedor sin futuro es el segundo libro del joven escritor mexicano Raúl Solís. Conectados entre sí por el espíritu derrotado y carente de toda expectativa que comparten cada uno de sus personajes, esta serie de relatos se caracteriza por el fantasma permanente del abandono paterno y por la evidente intención de homenajear al autor estadounidense, nacido en Alemania, Charles Bukowski.
Una multitud de “perdedores sin futuro” se reúnen en esta obra para dejar constancia de su manera adolescente e inexperta de entender el sexo y de aproximarse, casi siempre sin éxito, a las mujeres que desean. La mayoría de ellos se encuentra de cara al fracaso, ya sea en su forma emocional, familiar o espiritual, sin poder, ni querer, hacer nada para salir de su abismo particular. Un perdedor sin futuro es un libro sobre los hombres incapaces de ligarse a una chica ni de casualidad, de poner en orden su propia sanidad mental o de generar relaciones de familia medianamente aceptables. Algunos se lamentan esta situación, otros la asumen con cinismo y simplemente se ufanan de ella.
“Un hombre puede ser derrotado, pero jamás destruido, había escrito Hemingway”, dice el protagonista de Los malos tiempos, un tipo cuya única ocupación es cuidar el perro de algún conocido que ni siquiera es tan cercano y cuya única oportunidad de tener sexo es fingirse un amante de los animales con la vecina de al lado. “Pero él era un hombre de carácter, un tipo que podía enfrentarse a cualquier clase de reto. Yo no era así. Yo me desmoronaba al primer intento. Al segundo iba yo como un montón de barro amasijado, amorfo, al que cualquier contacto lo destrozaba de nuevo”.
Pocos de ellos experimentan algún tipo de culpa al no pensar en las mujeres como personas complejas y multidimensionales. Es así que el personaje de La muchacha pálida se aprovecha del desequilibrio de la chica que lo confunde con el hombre que la abandonara tiempo atrás. “Ella y yo, la locura y el cinismo sobre la misma cama bailando la danza de la muerte”, se confiesa al reconstruir la escena que duplicará la ausencia del fugitivo. “No es el amor lo que mantiene unidas a las personas”, reflexiona con frialdad el impostor, “es el miedo a quedarnos solos los que nos lleva a atarnos unos a otros”.
El cuadro, por supuesto, no podría estar completo sin la figura legendaria de la femme fatale, quien se aparece en los relatos para aprovecharse de la esencia fangosa de uno que otro “perdedor sin futuro”, anunciándose primero como el aire fresco capaz de cambiar el rumbo de una vida. “Algunas partidas que empezaban de forma prometedora terminaban arruinadas por culpa de una carta, de un movimiento”, dice el personaje de Juego de cartas al mirar en retrospectiva el enamoramiento que ahora lo hace coquetear con el suicidio.
Un perdedor sin futuro es una colección de cuentos que dan la espalda a las nociones de culpa y de vergüenza que podrían reinar en un horizonte de fracasos. Uno tras otro, los personajes de estos relatos muestran con descaro la única actitud posible para quienes ya no tienen nada que perder, ni que ganar, pero que aun así han decidido seguir navegando por la vida: el valemadrismo.