Periodismo: La antesala del escritor

El puente que conecta a la realidad con la ficción es el camino hacia la verdad; la literatura y el periodismo son medios por los que podemos llegar a ella. La necesidad de contar historias, desde siempre, ha sido la manera de transitar por esta vía que nos permite ver perennemente más allá de lo que está ante nuestros ojos. Escribir los hechos de algún evento o suceso no siempre es un vaciado de datos y fechas con el único fin de informar, sino que es darles una voz propia a los eventos.

Fue en el siglo XIX cuando la prensa quiso ir más allá de sus fronteras y estableció una estrecha relación con la literatura. Mostrando su interés mediante la publicación de varios escritores, incluso algunos que perduran hasta nuestros días, como Gustavo Adolfo Bécquer, quien publicó su poema Tú y yo en 1864 en las páginas de Museo Literario[1]. De esta manera, paulatinamente surgieron las revistas literarias con la disposición de crear espacios más variados afines a la expresión de ideas políticas y sociales, sin la profundización que habitaba en los diarios. Sin embargo, recordemos que la prensa de este siglo fue consciente, todo el tiempo, del poder que ejercía para proyectar ideas sociopolíticas o de cualquier otra índole. Considerándose a sí misma como “educadora”. Bajo este contexto “la opinión del periodista, o de la persona que escribía una crónica, era algo intrínseca al desempeño de la profesión, lo cual fue así porque desde el momento en que cualquier publicación tiene como divisa la “educación” de los lectores, esta conduce, inevitablemente, a la formación de opinión entre los mismos”.[2]

En 1832 Ramón de Mesonero Ramos ya se encontraba publicando en Cartas Españolas sus artículos periodísticos, los cuales adquieren un tono de opinión sin alterar la verosimilitud de los hechos; o bien, sin perturbar la realidad de los acontecimientos.

“Mi intento es merecer su benevolencia, si no por la brillantez de las imágenes, al menos por la verdad de ellas; si no por la ostentación de una pedantesca ciencia, por el interés de una narración sencilla; y finalmente, si no por el punzante aguijón de la sátira, por el festivo lenguaje de la crítica”.[3]

Yuxtaponer la realidad en un campo literario fue la forma en que Mesonero retrató las costumbres de lo que era Madrid en ese entonces. Se favoreció de una estructura literaria, mas no imaginaria, en la que enfrenta ambos géneros, convirtiéndolo en una crónica. La mirada del autor que pasea por las calles de la ciudad. El acto puro de la observación y la labor de anotarlo.

Aun así, el ejercicio literario suele verse lejos del periodismo. Esto es porque en la literatura se articulan campos en los que las posibilidades pueden ser infinitas según quiera el escritor. El creador del texto puede alterarlas, mover las piezas de su maqueta como se le plazca, sin romper la verosimilitud de su historia. En cambio, en el ejercicio periodístico está acción se ve limitada, ya que es el medio en el que la verdad es prioridad, sin espacio a la ficción o alguna alternativa que no se apegue a los hechos correspondientes con la realidad.

Por lo que deberíamos replantearnos este asunto, ¿cómo es que funciona el tema de la verdad y el retrato de una realidad en ambo géneros? Muchos escritores reconocidos pasaron primero por el periodismo para después convertirse en literatos, o viceversa, e incluso hay quienes fulgen en ambas áreas a la par. Son carreras que van de la mano. Es así que la disputa entre ambas debería esclarecerse en el punto de encuentro que tienen ambas: contar una historia.

Decir una mentira no es necesariamente arruinar una verdad. Recordemos el famoso caso de Janet Cooke, a quien le dieron el premio Pulitzer por presentar la historia de El pequeño Jimmy, el niño de ocho años que se inyectaba heroína con la complacencia de su madre, premio que tuvo que devolver tras confesar que todo había sido inventado; en realidad nunca conoció a ese niño. Sin embargo, Gabriel García Márquez, a quien también debemos recordar por su labor como periodista antes de despegar en su carrera literaria, defendió su historia, argumentando:

“Este niño, como tantos niños de la literatura, podría no ser más que una metáfora legítima para hacer más cierta la verdad de su mundo. Hay por lo menos un punto a favor de esta coartada literaria: antes de que se descubriera la farsa de Janet Cooke, varios lectores habían escrito a su periódico para decir que conocían al pequeño Jimmy, y muchos decían conocer otros casos similares. Lo cual hace pensar —gracias a los dioses tutelares de las bellas letras— que el pequeño Jimmy no solo existe una vez, sino muchas veces, aunque no sea el mismo que inventó Janet Cooke”.[4]

Juan José Millás cree fielmente en la literatura como medio para llegar a la verdad. “El periodismo no es un género menor a la literatura. En cada reportaje, como en cada novela, te juegas la vida”.[5] No ve una frontera entre un género y otro, sino que encuentra un punto de unión en el que se da la posibilidad de seguir creando sin perder la esencia de ambos campos. En sus articuentos se ve claramente cómo es que lo lleva a cabo. Una pizca de realidad aunada a una opinión, con espacio a la reflexión y posibles toques de fantasía dan en conjunto a la creatividad. La literatura al servicio del periodismo y viceversa, o en palabras del Millás: el articuento. “Su objetivo es permitirnos mostrar la realidad como si la viéramos por vez primera, en todo su absurdo y su horror, pero también en toda su maravilla”. [6]

Pero unir ambos géneros para contar una historia no es suficiente, a veces también necesitamos ser parte de esa historia para apegarnos a la realidad en mayor potencia. Vivir la experiencia en carne propia de lo que se busca exponer. Günter Wallraff es un experto en el tema, no sólo le bastó escribir literatura a través del testimonio, sino que decidió ser también el personaje.

La crónica gonzo es otro medio para alcanzar la verdad que se busca retratar sin margen de error. Para Wallraff, o el periodista camaleón, es necesario infiltrarse para serle fiel a la realidad. Antes escribía poesía, pero ahora se dedica a disfrazarse para recolectar historias. A partir de que lo mandaron a la escuela militar y lo encerraron el hospital psiquiátrico diagnosticándole personalidad anormal, es que decidió escribir un diario al respecto de lo vivido y de esta manera cayó en cuenta de la importancia de un reportaje vivido.

La provocación como lugar en el que se conecta el periodismo y la literatura también funciona en medida en que el relato adquiere una estructura casi novelesca, pero no deja de ser real.

Esto recuerda la forma en la que trabajaba Kapuscinski, quizás él no se disfrazaba o trabaja encubierto para obtener información, pero hacia lo contrario. Disfrazó su texto, El Sha o la desmesura del poder, de novela para poder tener la libertad de decir lo que quería sin restricciones, aunque el relato en sí fue siempre copia fiel de la realidad. Él se consideraba un traductor, no de una lengua a otra, sino de una cultura a otra. “Dar fe a lo visto exige nuestra propia participación: no se puede hacer a distancia, mirando lo que ocurre a través de una pared de cristal. Hay que estar allí: es una regla básica de nuestra escritura”.[7] Trasladar la mirada del observador al provocador para narrar un suceso es la forma en que la literatura cobra vida por sí misma, y el periodismo se reivindica por sí solo.

José de Larra cuestionaba la otra cara de la moneda: el público. ¿Cómo uno escribiría para el público sin saber quién o quiénes son estos entes? Aspirando a que este debería ser imparcial, o ilustrado, termina concluyendo que la otra mirada no es sino una mirada más caprichosa e intolerante al mismo tiempo que ha sufrido, una que olvida con facilidad. En fin, para Larra el público termina pasando a segundo término en cuanto a su labor como escritor al darse cuenta de que no termina escribiendo para nadie, sino para sí. “Yo mismo habré de confesar que escribo para el público, so pena de tener que confesar que escribo para mí”.[8]

Escribir para el otro es esencial en esta búsqueda de testimoniar lo que sucede, pero no podemos dejar de lado lo que ocurre en el interior de cada uno, para arriesgarse a salir y querer entender el entorno, es necesario también reconocer las inquietudes que habitan dentro. “Uno en principio escribe para sí mismo porque a mí no me cabe pensar en qué querrá otro. También hay gente, principalmente autores de best sellers, a los que respeto muchísimo, que piensan más en los lectores. Pero en principio uno escribe por necesidades propias”. [9]

Nos servimos del artificio para contar historias, la necesidad de narrar la realidad ha llevado a que escritores se conviertan en periodistas, y viceversa, como también hacerse escritor, periodista y personaje al mismo tiempo.

Retratar la realidad desde cualquier arista, pero sin darle la espalda a ninguna, es en esencia lo que significa la literatura y para lo que el periodismo se creó. El periodismo es la antesala del escritor, porque es este quien te muestra la realidad, y esta es un taller eterno para seguir explorando, es una fuente inagotable de historias y personajes que fingir o descubrir. A partir de ello se genera una opinión pública, pero más allá de esto, se genera una nueva perspectiva de la realidad.

 


[1] Almudena Mejías Alonso, Alicia Arias Coello, La prensa del siglo XIX como medio de difusión de la literatura hispanoamericana. 

[2] Ibíd.

[3] De Mesoneros Romanos Ramón, Escenas y tipos matritenses.

[4] García Márquez Gabriel, ¿Quién cree a Janet Cooke?

[5] Millás Juan José, “El periodismo no es un género menor a la literatura. En cada reportaje, como en cada novela, te juegas la vida”.

[6] Millás Juan José, Articuentos, Revista el Malpensante.

[7] Kapuscinski Ryszard, El mundo de hoy.

[8] José de Larra Mariano, ¿Quién es el público y dónde se le encuentra?

[9] Millás Juan José, “El periodismo no es un género menor a la literatura. En cada reportaje, como en cada novela, te juegas la vida”.

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