Luego de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2016, algunos escenarios en la política y la economía mundial se han reordenado debido a su política proteccionista y a su mayor preocupación por el mercado interno, que por el mejoramiento de las relaciones comerciales con el exterior.
Uno de sus movimientos más importantes fue la guerra arancelaria que inició con China, al exigir mayores gravámenes al acero y a los productos agrícolas venidos desde el país oriental. Esto ha causado no sólo que se tensen las relaciones entre ambas potencias, sino que China aproveche para afianzar uno de sus proyectos más importantes de los últimos años: “Las nuevas rutas de la seda”.
Básicamente, la finalidad de este plan es conectar a China con el mundo e introducir medios de transporte financiados por el país asiático en territorios como Medio Oriente y África. Según el Ministerio de Comercio en Pekín, China es el principal socio comercial de África, con una balanza de 170 mil millones de dólares anuales. Además, el Ministerio asegura que las inversiones de este país han permitido crear 900 mil puestos de trabajo en el continente e infraestructuras muy necesarias para la región. Sin embargo, existe el temor de ciertos líderes africanos ante la posibilidad de perder su soberanía debido a la presencia estratégica del gigante asiático.
Yibuti, un país pequeño con costas en el Mar Rojo, es un caso paradigmático de cómo China comienza a modificar las dinámicas económicas del cuerno continental: además de la deuda que se está generando a través de los megaproyectos de infraestructura, Yibuti acoge a la primera base militar china en el exterior, por lo que ha visto dispararse su deuda pública del cincuenta al ochentaicinco por ciento en solo dos años, demasiado para un país ubicado como la economía número 174 a nivel mundial por volumen de su PIB y en el lugar 147 de 196 países en cuanto a nivel de vida.
Aunque el papel de China en África ha sido clave para el desarrollo de la infraestructura, en el caso de la construcción de comunicaciones, caminos, aeropuertos, trenes, entre otros proyectos, las intenciones del país asiático no son del todo desinteresadas. De seguir con sus planes, China invertirá en África los próximos años 60 mil millones de dólares en forma de préstamos sin intereses, líneas de crédito, fondos para el desarrollo y apoyo a los países receptores para financiar sus exportaciones a China, además de fomentar la inversión directa de empresas chinas en los países africanos.
Al ver esta actitud de la potencia oriental, que muchos han catalogado de neocolonialista, se entiende la complejidad en la teoría de la interdependencia y los países periféricos, pues al parecer, existen Estados que están destinados a desarrollar su economía solo a expensas de los grandes líderes mundiales, lo que hasta ahora no han podido evitar instituciones como el Fondo Monetario Internacional. En realidad China está aplicando una nueva versión del Plan Marshall, que tiene como finalidad el desarrollo de algunas naciones condenadas al atraso económico a expensas de obtener créditos y deudas que sólo retrasarán aún más el progreso de dichos países.
Pese a ello, en septiembre del presente año durante la cumbre China-África celebrada en Pekín, el presidente de China Xi Jinping declaró que la inversión de su país en el continente africano no va con condiciones políticas, y que no se interferirá en la política interna de los países ni habrá demandas que la gente piense que son difíciles de cumplir, justo como una forma de criticar a Estados Unidos y a la Unión Europea, quienes en la “ayuda” siempre esconden algunas clausulas de democratización, priorización de los derechos humanos, apertura de mercado, entre otras prerrogativas que incluso aplican también el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Sobre estas declaraciones, uno de los presidentes africanos más influyentes, el ruandés Paul Kagame, lideró una serie de elogios de los líderes africanos para el país asiático. Sin embargo, y pese a que las declaraciones del mandatario Kagame dieron certidumbre al escenario político de la región, la economía africana se está viendo claramente comprometida con esta nueva injerencia China y el enorme descuido que han tenido potencias como EU que, como ya dijimos, parece estar demasiado distraída en su política interna e ignora un continente que desde el Siglo XIX, cuando David Livingstone y compañía exploraban el África negra, no había tenido relevancia.
Lo peligroso en este sentido y ante la ausencia del arbitraje del FMI, que una de sus funciones es ayudar a los países a regular su balanza de pagos, es que los países africanos beneficiarios de la inversión asiática, que acumulan ya una deuda de 100 mil millones de dólares a China, podrían quedar comprometidos durante generaciones e incluso tener que ceder al inversor parte de las infraestructuras y proyectos construidos con yuanes.
Aunque son países como Nigeria, Angola y Argelia los que tienen una mayor inversión asiática en África, es en casos como Yibuti donde su economía es tan precaria que los adeudos con China resultan más vulnerables ante los intereses de los créditos y las inversiones que se están aplicando.
En teoría, las instituciones intergubernamentales y de cooperación internacional como el Fondo Monetario Internacional, deberían mediar en estas negociaciones para frenar el neocolonialismo económico con el que las potencias se apoderan de los países en desarrollo; no obstante, en el caso de China y África no han existido mediaciones que frenen la catástrofe.
En el caso de Yibuti, China tiene ya construido un puerto, un ferrocarril y un gasoducto en proceso, los cuales, sino se cumple con el pago, que es lo más probable, pasarán a las manos del gobierno en Pekín; de ser así, China estará dominando el mundo en pocos años a base de infraestructura y megaproyectos. En el escenario planteado, parece que los líderes de África están, prácticamente, hipotecando sus países.