Lo hemos observado en el caso del recuento que han hecho algunos historiadores sobre los presuntos tiempos felices del régimen encabezado por Porfirio Díaz: La descripción de un país próspero, de una industria floreciente, de una época de hombres y mujeres “decentes”, del “estadista” que condujo a México por la senda del progreso que arruinó una revolución social irracional. La historia oficiosa se encuentra en función de los intereses del presente.
Aún no asume el primer gobierno no neoliberal en 36 años y los apologistas del sistema económico imperante se muestran reacios a realizar una autocrítica mínima de los resultados de una larga época en la que existió un férreo continuismo, no sólo en las políticas públicas, sino en la que se marginó del debate nacional de manera sistemática a los disidentes. En el caso del General Porfirio Díaz, pasaron décadas en que buscaran reivindicarlo, pero no es injusto sugerir que desde ahora los pregoneros del neoliberalismo comienzan a sentir nostalgia de glorias lejanas.
El presente se convierte en pasado con una velocidad inusitada, por ello, quizás no pase demasiado tiempo cuando algunos comiencen a narrar con insistencia el recuento de los años “felices” del neoliberalismo en México: El ensueño de una época en la que la economía la conducían técnicos profesionales y no improvisados, tiempos en los que la polarización social estéril estuvo ausente, de una libertad de expresión sin matices (esto lo aseguran principalmente los comunicadores que siempre estuvieron de acuerdo con el oficialismo), en la que el país se modernizó (un paso difícil, de acuerdo con Carlos Salinas de Gortari) de manera consistente, entre otras imprecisiones que se afirman desde el presente en no pocos espacios de opinión en los medios masivos de comunicación.
Constantemente se insiste en que el neoliberalismo se rige por criterios científicos y no ideológicos, lo cual es un poco difícil de sostener cuando se basa en el endiosamiento de constructos como los “mercados”, que son como hemos insistido, personas con nombres y apellido que actúan con cálculo (muchas veces político) frente a coyunturas específicas. Por ello, compartimos algunos apuntes de algunas contradicciones y mitos que han marcado el discurso de los pregoneros del sistema económico actual:
Es la aplicación la que falla, no la doctrina: Después de décadas de políticas neoliberales y la corrupción intrínseca que se ha derivado de ésta, el discurso simplista de los años ochenta y noventa no puede ser el mismo. Por esa razón los apologistas del modelo como la “politóloga” guatemalteca Gloria Álvarez argumentan que los neoliberales que hemos conocido en el pasado en realidad fueron mercantilistas y no liberales. Se trata en realidad de un pretexto: Ante el fiasco de la presunta “magia” del mercado que prometió una prosperidad inusitada, quienes erraron fueron los hombres, no el dogma.
Se asumen como enemigos del pensamiento único: A excepción del propio. Es evidente que a los partidarios del modelo les incomoda un debate de ideas, sobre todo aquellas que son adversas a su doctrina. Prefieren discutir en sus espacios televisivos entre ideólogos afines, porque en su perspectiva el sistema no tiene alternativas serias. Todo aquello que no concuerda con la verdad de los mercados es producto de una izquierda trasnochada e irresponsable y por supuesto, populista. Con este último epíteto parecen pasar por alto que las principales corrientes políticas identificadas con el populismo contemporáneo tienden a ser de derecha (Marie le Pen en Francia, Donald Trump en Estados Unidos, entre otras).
Es importante cuidar el gasto público: Salvo cuando se trata de los sueldos de altos funcionarios y de rescatar al sistema financiero. De acuerdo con la lógica neoliberal, los programas para combatir la pobreza son populismo puro y vil, mientras que los subsidios resultan nocivos para la economía. Sin embargo, los comentaristas partidarios del modelo no argumentaron lo mismo frente a la creación del Fobaproa. En esto coincidieron más adelante los estadounidenses partidarios de la libertad de mercado: La intervención estatal es oprobiosa, salvo cuando está fue dirigida a salvar al sistema financiero después del colapso de la economía estadounidense en el 2008. En el caso de los altos salarios de los funcionarios públicos, los comunicadores afines al modelo argumentan que se trata de servidores que ganarían hasta cinco veces más en el sector privado. Pronto se confirmará cuántas empresas estarán dispuestas a contratar a ex servidores públicos que presuntamente renunciarán indignados por un salario “miserable” de 108 mil pesos mensuales.
Recorten todo, menos el presupuesto de las fuerzas del orden: Ronald Reagan emprendió durante su mandato una cruzada contra lo que permanecía del New Deal que impulsó Franklin Delano Roosevelt. Reagan combatió sindicatos, recortó el gasto público, a excepción del gasto militar, que aumentó de forma desmesurada. Lo mismo hizo más adelante George W. Bush, con resultados desastrosos en materia económica. El estado, concebido por los neoliberales, debe de ser uno que sólo administre la justicia: sin embargo, el dispendio en ambos casos tiró por la borda la posibilidad de contar con finanzas públicas sanas. En el caso de México, pocos alzaron la voz por el enorme gasto del gobierno de Felipe Calderón (tan generoso que hasta financiaron la serie de televisión “El Equipo” en Televisa), con resultados que estuvieron muy lejos de los objetivos planteados. En términos generales, los comunicadores de los principales medios de comunicación masiva respaldaron la estrategia emprendida por Felipe Calderón, sin pedir una rendición de cuentas por el enorme costo social que tuvo y la violencia que ocasionó. ¿Por qué tienden a ser tan belicistas los neoliberales? Una clave de ello la podemos encontrar en la obra La Doctrina del Shock (2007) de Naomi Klein. Sea buscando formar una causa común contra el enemigo externo como es el caso estadounidense, o interno como el mexicano, las políticas antipopulares se pueden aplicar con mayor facilidad en un contexto donde predomina el miedo.
El libre mercado es una característica intrínseca de la democracia: No obstante, esto no fue cierto durante la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) en Chile. Se trató del primer experimento del neoliberalismo, y fue aplicado en un contexto de un cruel autoritarismo por lo que no existió lugar para disidencia alguna. Pero muestra de que la democracia sigue siendo un tema secundario para los “mercados”, es el que algunos medios se ufanaron de que las perspectivas para el futuro gobierno de Brasil son más prometedoras que el de México. A los poderes económicos les parece irrelevante que el futuro presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, amenace a sus oponentes en plena campaña electoral, se lamente que la dictadura militar que padeció su país no eliminara a suficientes personas, y en general, sea célebre por hacer todo tipo de comentarios misóginos y homofóbicos. Nada de eso importa: la promesa de radicalizar el neoliberalismo en Brasil ha recibido el beneplácito de los “mercados” y no pocos medios de comunicación.
Lo anterior es parte de una narrativa en la que insistirán los apologistas del sistema que fue derrotado en las urnas el pasado primero de Julio. Como mencionamos antes, comienzan a tener nostalgia de un régimen que terminará en breve. En el futuro cercano, es posible que la embestida mediática se centre en enaltecer los “años dorados” del modelo neoliberal en México, un régimen que se caracterizó precisamente por la ausencia de pluralismo y apego a dogmas (con sus respectivas contradicciones), que de forma irónica son dos características que argumentan son un sello distintivo de los “populistas” a los que combaten con rencor. En este proceso, posiblemente terminarán por rehabilitar a Carlos Salinas de Gortari (desde hace años están en eso), enaltecerán a Felipe Calderón Hinojosa por su “enorme valor en el combate al crimen”, y quizás también destaquen al “estadista” Enrique Peña Nieto, quien materializó las reformas que “el país necesitaba”.