Roma de Cuarón y la capacidad de asombro

La vorágine de sucesos y el hiperrealismo que exacerba los estímulos a los que están expuestos nuestros sentidos cotidianamente, han comenzado a atrofiar nuestra básica y vital capacidad de asombro. Como un tejido que cicatriza después de laceraciones permanentes y que termina haciendo fibrosis, una buena parte de nuestra sensibilidad ha sido sepultada por un alud de información y sentimientos que se teletrasmiten en un entorno multimedia.
Quizá por eso Roma, el filme de Alfonso Cuarón recientemente estrenado, ese que desató un jaloneo entre una reconocida plataforma streaming y las dos principales cadenas de salas de exhibición de cine en México, la galardonada cinta que podría dar al cineasta mexicano una estatuilla más de la Academia de Ciencias y Artes, la película llamada a revivir las glorias nacionales en el séptimo arte; terminó siendo un “fiasco”, una tortura que desató “bostezos” y que decepcionó a muchos.
Y es que, más allá de la trama, el lenguaje, los contenidos y el estilo del cine que la generalidad de los mexicanos acostumbramos a presenciar en una sala comercial; detrás de lo “delusorio” que pudo haber resultado esta obra cinematográfica, se encuentra esa pérdida de la sensibilidad, ese deterioro de las fronteras entre la ilusión y la verdad que vivimos día a día y que ha derivado en el encumbramiento del falso absoluto.
No sé si la intención de Cuarón fue redimensionar lo cotidiano para llevarlo al terreno de lo verdaderamente extraordinario, si al confundir nuestros sentidos con la ausencia de colores intentó reestablecer los parámetros de normalidad en ellos, si quiso que la sobriedad de imágenes y tramas se colocaran como una aguja de acupuntura en alguna parte extraviada del alma, desconozco finalmente si está lanzando un reto al hiperrealismo; pero algo se ha movido después de Roma.
Su llamado al rompimiento es una sacudida de hombros para retornar a la excelsa sobriedad, para reanimar la gran herencia de los pequeños detalles, para reabrir los ojos que nos hacen ver más allá de colores, para volver a poner en la ruta de la escucha a los oídos ahora extraviados en la alharaca, para volver a fascinarnos con el tránsito de seres humanos por las banquetas de nuestros hogares y para saber que nuestra historia es parte de la gran Historia.
Roma, se ha dicho, “no es para cualquiera”. En efecto así lo creo, y no por una petulancia pseudointelectual, ni mucho menos por una pose falsa de crítico de cine o de arte. No. Roma está hecho para el reencuentro, para la celebración de lo ordinario, para la cancelación del museo de realidades falsarias que nos invitan al olvido y la desmemoria; es un flashazo que nos permite proyectarnos sobre un espejo que ha dejado de mostrarnos nuestra capacidad de asombro.
Las revistas de espectáculos, los afamados críticos de cine y las publicaciones del corazón seguirán desorientadas sobre las características raciales de Yalitza Aparicio y se perderán en la reivindicación de la mujer oaxaqueña. En algunos espacios el debate quizá se centre en el punto de rompimiento que representa para la industria el que una plataforma de Internet haya impuesto condiciones.  Se queda sin embargo, la lucha contra la inmunidad de lo cotidiano mismo que se libra como consecuencia de la hiperrealidad que tiraniza a nuestros sentidos.
Foto tomada del twitter de @alfonsocuaron.

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