En algún momento de la vida, la mayoría de las personas que pertenecemos al sistema occidental nos hemos topado con algún producto narrativo o comunicacional que muestra alguna proyección de cómo será el futuro de la humanidad en dentro de algunos siglos.
Más allá del nombre que este tipo de materiales reciban, como futuros distópicos o ciencia ficción, personajes como Isaac Asimov, Adolf Huxley, entre otros, nos dieron aproximaciones de una suerte de destino al que la humanidad se dirige inevitablemente. Es más, si uno no es tan avezado en la literatura, películas como Wall.E, de Disney, o Matrix, ese futuro en el que nuestra raza no sale muy bien librada.
La mayoría de este tipo de proyecciones en la ficción nos invitan a pensar en escenarios catastróficos en los que todos somos obligados a pensar igual, a vestir igual, a ser esclavos de la tecnología y ciervos de una cultura universal tan homogénea donde la individualidad es un lujo solo para rebeldes.
En estos días un año termina y otro comienza, son fechas en las que nos gusta reflexionar, tener nuevos comienzos, cerrar ciclos y hacer cambios. Entonces, aprovechando el espíritu de la época, la pregunta sería: ¿y si ya estamos en el futuro distópico del que tanto nos hablan la literatura y la ficción, pero no nos hemos dado cuenta?
Piensa: vivimos más pendientes de la red que de la realidad; nuestra gratificación y autoestima están íntimamente ligadas a las redes, que al final, resultan ser una inteligencia artificial que es tan hábil que basta dar un indicio de alguna compra que tengas en mente para que tus redes comiencen a lanzarte publicidad de eso que te interesa.
Además, poco a poco tenemos que ir pensando igual, con un lenguaje sencillo, apreciable y lo más universal posible, por ejemplo, el lenguaje de los memes, porque en las redes, cundo la comunicación no es por esa vía, se desarrolla un debate verbal a muerte hasta por la más mínima diferencia en el pensamiento.
En esta misma cultura occidental de la que hablamos, nos han vendido la idea de que el avance tecnológico es sinónimo de progreso; basta con recordar la carrera por la conquista del espacio durante la Guerra Fría, en la que la URSS y los Estados Unidos batallaron por demostrar qué país era el más capaz superar la atmósfera gracias a su desarrollo científico.
Pero entonces, hay que pensar si todas las herramientas que cada día están más al alcance de la población en general son realmente en beneficio de la sociedad o si simplemente nos están lanzando directo a un terrible futuro como el de la ciencia ficción, en el que todos somos iguales y dependemos de las máquinas para ser felices.
¿Por qué pensar justo hoy en estos fenómenos? Al final un año que se va es un año en que la humanidad avanza y francamente, ahora que las discusiones de los temas sociales son públicas gracias a las redes de internet, no se sabe hacia dónde vamos, y si es que vamos hacia algún sitio, no parece que sea uno bueno.
Si no lo crees, ve y revisa las discusiones en los comentarios de tus redes, las opiniones, los juicios, el odio tremendo que lanzamos contra gente que ni conocemos, o peor, que sí conocemos y que de frente no seríamos capaces de decirle todo lo que sí se dice “de lejos”, gracias a las nuevas tecnologías; ¿de verdad te sientes orgulloso de nuestra raza, burlona, intolerante, hiriente?
Ya no hablemos que el agua se está acabando y para muchas comunidades ya es un tema de urgencia porque les representa una proeza obtenerla; ya no digamos sobre la contaminación del aire, de los mares, de la tierra; dejemos de lado a Estados Unidos y sus guerras: sólo miremos las redes y de verdad, preguntémonos si estamos orgullosos de ser una raza que se comunica de la manera en la lo estamos haciendo y si vamos hacia un buen sitio. Por qué no pensar en que este año que comienza sea en el que aprendamos a vivir en mejor comunión con la tecnología y con los Otros y no sólo usemos la posibilidad de interacción pública para destrozarnos por pensar distinto.