Tenemos gasolina, lo que no tenemos es calidad de vida

Antes que otra cosa, se entiende, claro que se entiende la molestia de miles de ciudadanos que se han formado durante horas para obtener gasolina, cuando hace unos días, bastaba con aguardar sólo unos minutos. Es comprensible también, que pese al objetivo por el cual estamos padeciendo este desorden: el combate al robo de combustible, el gobierno de México pudo articular una estrategia mejor para no afectar a los ciudadanos. Claro que todo esto se entiende.

Sin embargo, llega el momento de reflexionar: ¿qué fácil se puede poner de cabeza nuestra vida, no lo crees? Unos cuántos días falta la gasolina y vemos lo vulnerables que somos, lo dependientes que nos hicimos a un producto que no existía hace cien años. Ni hablar, Henry Ford un día aplicó la producción en serie a la fabricación de automóviles y tenía tantos que debió convencer al mundo de que todos necesitábamos uno.

Y un coche cuesta, por eso, hay que desplazarnos muchos kilómetros, mucho tiempo, a un empleo donde nos paguen lo suficiente para mantener esas necesidades impostadas que el mercado nos dijo un día que eran necesidades básicas. ¿Por qué la ausencia de gasolina pesa tanto?, porque antes está la ausencia de la calidad de vida en un hábitat como la Ciudad de México. ¿Cuántas personas pasan cuatro, cinco o más horas al día en el tráfico, quemando combustible, desperdiciando una cuarta parte de su día, de su vida, encerradas en el auto?

No somos ciudadanos yendo de un lado a otro, somos prisioneros, porque el día que faltó la gasolina, nuestra prisión no fue el tráfico, sino una fila enorme para llegar a la estación de servicio y pedir un tanque lleno que amainara nuestro pánico.

Hablando del pánico: otra cosa que debiéramos pensar es qué sencillo nos domina una súper estructura de ideas que al echarse a andar, nos mueve como muñequitos: somos los juguetes de quienes dicen: “desabasto de gasolina”, y todos corremos con tambos, cubetas, lo que se pueda, a acaparar el recurso, aunque ni siquiera nos urja tanto o a todos. Por eso el estructuralismo de la escuela de Chicago derrotó en el terreno práctico a la teoría crítica de Frankfurt, porque esta última estipula en varios postulados que el hombre es capaz de razonar y autodeterminarse ante los mensajes masivos, pero pues, ya vimos que no.

Esta falta de gasolina habría de poner en tela de juicio, sí, la efectividad del gobierno, sí sus estrategias, sí sus formas y sus fondos, pero también, cosa que hacemos poco, debiera poner en el estrado nuestras acciones como sociedad cómoda que nunca reflexiona en lo fácil que es obtener algunas cosas y por eso no las valoramos. ¿De verdad disfrutas ir tan lejos a trabajar, gastando recursos, gastando tu energía, gastando tu tiempo?, ¿cuánto crédito le debes al banco que por eso no renuncias aunque estés harto de tu rutina?, ¿por qué trabajas tan lejos que cuando faltó la gasolina no te pudiste ir en bicicleta?

Esas filas enormes de autos y tambos esperando carburantes, el tráfico, el poco tiempo que pasamos con la familia o tirados en un sillón descansando lo hemos generado nosotros porque al parecer, disfrutamos de la poca calidad de vida que nos da este sistema en el que vivimos día, a día, a día. Claro, es entendible, lógico, que para los transportistas en general es indispensable la gasolina, por supuesto que si falta el combustible se limita el abasto de alimentos y otros productos, pero, la verdad, ¿no te da nostalgia ver las filas, y filas, y filas de autos esperando repostar, no duele lo dependientes que son nuestras vidas, lo vulnerable que es la rutina, la comodidad?

Alguna vez un profesor de universidad venido de España que trabajaba en la Ciudad de México escapando de la crisis en su país, me dijo: “Yo no aceptaría un trabajo que me signifique viajar más de cuarenta minutos desde mi casa para llegar a él”, entonces le respondí: “Claro, valoras tu tiempo, piensas diferente”.  

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