Frente a la disyuntiva: La recuperación de la dignidad en la política exterior mexicana

En la obra de Todos los hombres del Sha: Un golpe de estado norteamericano y las raíces del terror en Oriente Próximo (2003) de Stephen Kinzer, se describe desde una manera retrospectiva los efectos que tuvo el golpe de estado contra el primer ministro de Irán, Mohammad Mosaddegh en 1953. De acuerdo con el historiador estadounidense que se ha especializado en las intervenciones estadounidenses en el mundo, parte de la inestabilidad en Medio Oriente puede entenderse a partir de aquella fatídica decisión. Eran los tiempos de la guerra fría, en la que la lógica de la política exterior estadounidense se basaba en contener la influencia soviética en el mundo. Pero en muchos de los casos, los daños colaterales de esta política causaron estragos con consecuencias negativas que pueden identificarse en el contexto presente.

Es verdad que la coyuntura actual no es igual a la de la guerra fría. Sin embargo, ¿en realidad se puede asegurar que la abrupta apuesta por uno de los bandos en pugna contribuirá a resolver el conflicto venezolano a largo plazo? Desde el reconocimiento al presunto presidente encargado de Venezuela Juan Guiadó, por parte del gobierno estadounidense y varios países latinoamericanos con gobiernos conservadores, culminando con el sucesivo desconocimiento al régimen de Nicolás Maduro, lo que ha prevalecido es la incertidumbre. No existe una hoja de ruta clara en torno a cómo podría eventualmente restablecerse una paz duradera. Finalmente, es pertinente recordar que en los momentos más álgidos del largo conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética del siglo pasado, jamás se rompieron los canales de diálogo, y aún con posiciones ideológicas encontradas, la negociación política terminó por desactivar el riesgo real de una tragedia.

La postura de la Secretaría de Relaciones Exteriores del Gobierno de México es una apuesta digna, estratégica y responsable frente al conflicto que actualmente vive Venezuela. Durante buena parte del Siglo XX, el posicionamiento independiente de la política exterior mexicana fue respetada en el mundo. Sin embargo, esto comenzó a cambiar de manera paulatina desde la instauración de los gobiernos neoliberales en México, en el que se acercaron los posicionamientos en esta materia con los lineamientos de política exterior que dictaba Estados Unidos.

El punto de quiebre del prestigio mexicano en esta materia fue durante el gobierno de Vicente Fox, con una estrategia bastante cuestionable que emprendió el entonces canciller Jorge Castañeda. Todavía cuesta trabajo entender cuál fue la lógica detrás del “Comes y te vas” en 2002, episodio en el que Vicente Fox pidió a Fidel Castro retirarse de la cumbre de la ONU que se celebró en Monterrey antes de la llegada del presidente estadounidense. Fox incluso sugirió al líder de la revolución cubana abstenerse de hacer comentarios críticos a George W. Bush. El intento desesperado por agradar al gobierno de Estados Unidos no sería recompensado siquiera con la discusión de una política migratoria entre México y Estados Unidos, tema que el gobierno foxista buscó poner en la agenda bilateral sin éxito. De manera posterior, Vicente Fox se confrontaría con otros presidentes latinoamericanos como el de Argentina, Bolivia y Venezuela, sin que se percibiría un propósito claro o una estrategia racional. La principal consecuencia de esto fue que México perdió valor como un interlocutor serio en la región y la caída en el prestigio que se había ganado años atrás terminó por minar nuestro potencial como líder regional.

El punto culminante de la debacle de la política exterior mexicana fue el gobierno de Enrique Peña Nieto. Desde la invitación al entonces candidato Donald Trump a los Pinos, terminando con la vergonzosa entrega del águila azteca a su yerno Jared Kushner, los desatinos en esta materia fueron múltiples. El entonces canciller Luis Videgaray estuvo particularmente activo durante su gestión en denostar a Venezuela, pero en esta cruzada le recordarían que representaba una administración que no se caracterizaba por el respeto a los derechos humanos.

En los últimos días se han multiplicado las voces de la derecha electrónica quienes argumentan que, al no intervenir en el conflicto venezolano, el Gobierno de México estaría apoyando el régimen de Nicolás Maduro. Este resulta ser un posicionamiento superficial, debido a que la dimensión del problema y de las motivaciones de los actores tanto internos como externos tienen una complejidad que es fácil de ignorar en una coyuntura tan polarizada.

Por una parte, las motivaciones de la injerencia de Estados Unidos podrían corresponder a la necesidad del gobierno de Donald Trump de obtener un triunfo externo en un momento en el que su reelección no se encuentra asegurada (y en momentos en el que incluso podría ser sujeto a un proceso de destitución). En el caso de dos miembros conspicuos del Grupo de Lima, Jair Bolsonaro de Brasil e Ivan Duque de Colombia, la arremetida contra Venezuela corresponde más a su cruzada ideológica contra la izquierda de sus respectivos países que a una convicción democrática.

El gobierno de México, lejos de tomar una posición en favor de una de las partes, se ha ofrecido como mediador de la crisis. Existen antecedentes históricos de mediaciones exitosas por parte de México, como lo fue la firma de los acuerdos por paz en 1992 que dieron fin al conflicto que vivió El Salvador por más de una década. Al reivindicar el diálogo, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no ha estado exento de cuestionamientos de quienes buscando un brusco cambio de régimen en Venezuela, pero que a su vez tampoco han propuesto un proceso sensato para restaurar la tranquilidad a ese país. Sin embargo, la política exterior mexicana vuelve a respetar a los principios constitucionales que fueron vulnerados por los gobiernos neoliberales, convirtiéndose de esta manera en un actor independiente y soberano en un momento histórico internacional que es particularmente complejo.

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