Memoria sobre el inicio de los sexenios durante el periodo neoliberal y el actual

No tengo la costumbre de escribir en primera persona cuando realizo algún análisis político, pero en este caso es inevitable. Nací a finales de 1981, por lo que prácticamente inicié mi historia en este mundo un año antes de que iniciaran los gobiernos neoliberales en México con la Presidencia de Miguel de la Madrid (1982-1988). Desde luego que la conciencia política de quien escribe estas líneas se desarrollaría hasta varios años después, pero el país que vivió mi generación en estos 36 años fue casi en su totalidad bajo el auge y colapso de un proyecto que terminaría por aumentar las desigualdades sociales, ahondar la frustración tanto individual y colectiva, pero, sobre todo reforzar la noción de que nuestras posibilidades de desarrollo personal serían con casi toda seguridad, menores a la de nuestros padres.

Crecimos en el país de la reforma económica y administrativa de Miguel de la Madrid, quien prometió que con el adelgazamiento del Estado, se pondría orden a los excesos de los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo. Se partió del discurso que aseguraba que un Estado grande que desempeñaba demasiadas funciones jamás sería eficiente. Sin embargo, los tecnócratas que arribaron al gobierno tampoco fijaron prioridades claras (teóricamente tendríamos un gobierno más enfocado y eficaz) que no fuese la de profundizar el modelo. Desde los primeros días del gobierno, se fijó el “Cambio de Rumbo” (nombre que usaría el expresidente en sus memorias) que consistió en adelgazar al Estado con el fin de fortalecer aquel modelo abstracto (elevado a condición de fuerza sobre natural) que denominamos como “mercado”.

Iniciamos durante la niñez el siguiente sexenio con la percepción (sin una plena comprensión) de un proceso electoral irregular que daba cuenta de un país en el que el engaño se organizaba desde arriba. Carlos Salinas de Gortari llega a la Presidencia con el estigma del fraude electoral, y como reacción se propone “legitimarse en el ejercicio del poder”. Dentro de sus primeras acciones como gobernante fue comenzar a entenderse con el PAN, al recibir a la cúpula de ese partido en Palacio Nacional un día después de su toma de posesión, como parte de un proyecto político que buscaba sustituir el predominio del otrora partido todopoderoso con un bipartidismo inspirado en el modelo estadounidense. En ello, estorbaba la oposición de izquierda a la que reprimió con virulencia durante todo su mandato. Arrestaría durante los primeros días de su gobierno al líder sindical de los petroleros, Joaquín Hernández Galicia, no con el fin de democratizar al sindicato, sino con el objetivo de imponer su poder unipersonal. Los resultados de la simulación salinista serían funestos para el país en los próximos años.

Llegar a la pubertad bajo el engaño de vivir en un país que de manera inminente va a convertirse en una nación del primer mundo y corroborar la sospecha de que todo ha sido una cruel estafa puede resultar un tanto traumático. Salinas y Televisa durante seis largos años nos habían vendido la idea de que el pleno desarrollo se alcanzaría relativamente pronto. La ilusión se prolongaría durante todo el sexenio, pero cuando llega Ernesto Zedillo Ponce de León a la Presidencia, se vuelve insostenible. La economía colapsa casi de inmediato, con lo que se desmoronan las expectativas de una buena parte de la población. Casi de manera inmediata, Salinas se convierte en una figura repudiada. En medio de la guerra de acusaciones entre el gobierno entrante y saliente, sin llegar a comprender la magnitud de la crisis, eres testigo de como la economía de muchos se desmorona casi de inmediato. El gobierno de Ernesto Zedillo busca sortear la crisis que en momentos parece rebasarlo, pero no se aparta un ápice del modelo económico de su antecesor.

Finalmente, llegas a la mayoría de edad y es un lugar común que ni tú ni nadie más quiere o concibe siquiera que el PRI siga en el poder. Después de 71 años, los mexicanos parecen inclinados a optar por cualquiera que no sea la continuidad del PRI y eligen a Vicente Fox Quesada. Desde la campaña, era evidente que se trataba de un líder sin proyecto, percepción que se confirmaría cuando llegó al poder. Las primeras semanas de la administración de Fox ocurren sin que se vislumbre un programa de gobierno que pueda ser catalogado como una ruptura con el régimen anterior, salvo en las formas. Resulta frívolo tanto en sus declaraciones como en sus acciones y los distintos miembros de su equipo o tienen una agenda propia o carecen de una mínima noción de cómo funciona la admiración pública. Las llamadas “reformas estructurales” que busca impulsar desde un inicio son en realidad una profundización del proyecto económico que inició en 1982. No existirían otras iniciativas importantes, debido a que Fox consideraba que su llegada al poder era un hecho histórico en si mismo que no ameritaba cambio de fondo alguno.

Llega la siguiente elección presidencial y aunque el gobierno de la alternancia ha sido una decepción, por lo menos parece que existe la posibilidad de optar por un cambio. Pero el único avance real que parecía tener el país en ese entonces; la de celebrar elecciones libres y confiables, resulta también una estafa. Felipe Calderón Hinojosa reclama un triunfo que se encuentra empañado por la sospecha del fraude electoral. Asume el poder después de meses turbulentos en los que su capacidad de liderar al país se encuentra bajo sospecha. Al ejercer la presidencia de manera ilegítima, toma una de las decisiones más irresponsables y radicales de los últimos años: La de encabezar una encarnizada guerra militarizada contra el narcotráfico, para lo cual no contó con suficiente información o preparación que asegurara que la estrategia no terminara desbordándose en los siguientes años. Es una gestión monotemática, y gobierna con una dinámica de conflicto permanente que termina tanto por enlutar al país como, por hundir a su partido en las próximas elecciones presidenciales.

Por último, después de doce años en los que las viejas estructuras de poder logran sobrevivir al mismo tiempo en el que se fortalecen nuevos poderes fácticos que acumulan un mayor poder que las instituciones legalmente establecidas, se termina por pavimentar el camino para el regreso del PRI a la Presidencia de la mano de un personaje tan singular como Enrique Peña Nieto. Con frustración te das cuenta de que es una consecuencia siniestra de la degradación de la política mexicana durante los gobiernos panistas. Desde la campaña es exhibido por el movimiento #YoSoy132, como una impostura de la principal televisora del país, un personaje que carece de liderazgo o visión real. Es evidente desde inicios de su mandato, que prevalecerá la imagen sobre la sustancia: Se firma un “Pacto por México” entre partidos políticos desprestigiados, que es en realidad un acuerdo cupular que impulsa una serie de reformas que parten de las necesidades de esa casta política encumbrada y no de las necesidades reales del país. Poco tiempo después, todo se derrumba, empezando por la imagen del telepresidente, que arrastra al sistema entero a una larga debacle que culminará en el siguiente proceso electoral.

Viene después el 2018 y finalmente vives la victoria electoral de un viejo conocido, el líder social cuya muerte política había sido decretada tantas veces por sus opositores. Andrés Manuel López Obrador, llega a la Presidencia de la República acompañado por millones que desde tiempo atrás se habían opuesto al sistema, superando la frustración de fraudes electorales e ignorando el discurso del poder que aseguraba que no existía alternativa posible. En esta ocasión fue acompañado también por millones de nuevas adhesiones que decidieron que el status quo era insostenible, y optaron por el cambio frente al chantaje permanente del régimen que amenazaba con la consumación del apocalipsis si la izquierda llegaba al poder. Lejos de seguir la dinámica de la simulación que acompañó a las alternancias previas en el poder federal y diversas experiencias en gobiernos estatales, el presidente López Obrador ha demostrado que su compromiso con la transformación no es un asunto de retórica. Enfrenta todas las mañanas los asuntos de interés nacional frente a periodistas que le hacen preguntas, cuando sus antecesores evitaban cualquier tipo de cuestionamiento. Lanzó un combate frontal al robo de combustible, acción que exhibió la enorme corrupción que predominó en gobiernos anteriores, pero que también reafirmó su promesa de terminar con los negocios ilícitos de unos cuantos. Reorientó de manera histórica el presupuesto hacia la inversión social. Regresa la dignidad a la política exterior mexicana, con lo que comienza a recuperarse una soberanía mermada por gobiernos anteriores. Y en las formas, recupera la esencia del servidor público: Se muestra cercano a la gente, en un contacto permanente que ha mantenido desde que inició su lucha política hace más de 40 años.

México inicia un nuevo ciclo reformista, distinto y contrapuesto al que comenzó en 1982. La transformación es una posibilidad, en la medida en que cambian de manera paulatina pero consistente, las dinámicas de ejercer el poder y la participación popular. Supone un reto mayúsculo el migrar de un estado de cosas a otra, en un proceso que no carece de complejidad, pero tampoco en este caso, de voluntad política. Un inicio que se encuentra lejos de la retórica de la derecha electrónica que apuesta por la psicosis social. De ello dan cuenta las encuestas que anuncian un fuerte respaldo a la gestión presidencial. Finalmente, fue un largo camino llegar hasta aquí. Y es cuando te dices a ti mismo: esto apenas comienza.

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