A la izquierda jamás se le medirá con la misma vara con la que se mide a la derecha. Hay que ser así, categóricos, tajantes y claros, porque ese no es un asunto de reconocimiento internacional o de poderes empresariales. No, la diferencia en los juicios contra los gobiernos de distintas ideologías viene desde las propias poblaciones, la sociedad, nosotros mismos que a unos parecemos soportarles tanto y a otros no les perdonamos casi nada.
La semana pasada, Angélica Rivera por fin terminó de interpretar el papel más largo y difícil de su vida: ser esposa de Enrique Peña Nieto. Ese matrimonio por conveniencia siempre estuvo bajo la sospecha y se prestó a las elucubraciones que, terminada la presidencia del nacido en Atlacomulco, fueron confirmadas con el inminente divorcio.
¿Qué significó para la sociedad mexicana esta noticia? No más que un chiste, un pretexto para reír, para sacar los memes, para burlarse de la expareja presidencial y hasta ahí. Pocos se indignaron de verdad por el tremendo engaño que estos personajes, cobijados claro por el siempre corruptible halo del PRI, le realizaron a la población mexicana y si queremos vernos conservadores, hasta a la Iglesia Católica.
Qué curioso, seis años de un matrimonio falso para ganar votos y sólo nos causa gracia que éste se termine; he ahí la vara tan distinta para medir a la política, porque por otro lado, está la nueva administración, la que se dice de izquierda, que no lleva ni un cuarto de año en el poder y vive una estricta vigilancia de su ejercicio por parte de la sociedad civil.
En un país donde había imperado la apatía en cuanto a las políticas públicas, la expectativa que generó un sujeto que llegó a la presidencia luego de su tercer intento, ha logrado una interesante revolución de la ciudadanía en cuanto al interés en los temas sociales: ahora sí, todos quieren saber qué puestos ocupa qué personaje; ahora sí, todos quieren saber por qué este es director de qué y por qué el otro va a coordinar quién sabe qué cosas; de pronto, medios de comunicación que en administraciones pasadas eran meros esbirros del Estado, se dedican a hacer periodismo de investigación y a ser fuertes críticos del poder.
Qué interesante y a la vez qué responsabilidad tan grande se ha echado encima la llamada 4ta Transformación, porque, desde luego, el discurso progresista y de alta moral que enarboló un candidato que ahora es presidente pone las expectativas muy altas. Sin embargo, es inquietante la disparidad en la crítica, porque mientras un expresidente termina tranquilo con su matrimonio de mentiras, y la sociedad sólo ríe como lo hizo ante cada pifia del mismo cuando fue Jefe de Estado, al otro, al que está en funciones, se le busca hasta por debajo de las piedras para ver en qué está torciendo.
Desde 2006, la economía mexicana no había tenido un arranque sexenal tan positivo como lo tuvo el pasado primero de diciembre; además, el peso se ha fortalecido ante el dólar y la gasolina por fin dejó de subir, en algunas zonas incluso hasta bajó. Claro, no todo han sido aciertos para Andrés Manuel López Obrador, ni para muchos de los partidarios de Morena que ahora ostentan un cargo público; no obstante, pareciera que un gran sector social quiere verlo fallar sólo para decir: “Te lo dije”.
Y hay que precisar: qué bueno que esa apatía ante la política se esté desintegrando de manera general y que ahora muchas personas, quizá incluso por el gusto de ser detractores del Gobierno en Federal en funciones, quieran participar en el debate de “la cosa pública”, eso le hace mucho bien a la democracia. Sin embargo, habría que generar que esta nueva ola de civilidad, esté enmarcada por una amplia educación política, histórica, incluso hasta sociológica, y eso también, será responsabilidad del mismo Estado.
Porque sin esa instrucción para generar críticos inteligentes, sólo quedará esa enorme parte de la población cuya vigilancia ciudadana se limita a los movimientos de la izquierda, porque del otro lado, están el PRI, el PAN o el propio Peña Nieto, de quien en el juicio del “Chapo” Guzmán se dijo que recibió sobornos por 100 millones de pesos, quien pagó 400 millones en pipas para transportar gasolinas que nunca fueron entregadas, quien se divorcia de su mujer demostrando que todo fue una simulación, pero de él decimos: “bueno, es que es Peña Nieto”, así, como perdonándolo todo, como si de verdad no fuera importante.