El psicólogo alemán, Erich Fromm, ha mencionado en algunos de sus trabajos, Tener o ser, por ejemplo, que Karl Marx, más allá de ser un socialista radical como lo pintó la Rusia comunista, fue un humanista, malinterpretado muchas veces, preocupado por el desarrollo integral de las sociedades como grupo, pero también de las personas como individuos. Malinterpretado puede ser un filósofo, de la misma forma que se puede hacer con la realidad e ir tergiversando las palabras, los fenómenos, la vida misma, a partir de un discurso persuasivo.
Para el caso tenemos dos paralelismos interesantes, a propósito justo de las elecciones generales en España: por un lado, el del concepto socialismo-comunismo entre México y el país ibérico, y por otro el de los dos presidentes de dichos países: Pedro Sánchez y Andrés Manuel López Obrador.
En el caso de la idea socialismo-comunismo, ambas palabras, sin ser teorizadas de forma correcta en los medios de comunicación mexicanos, a partir de la década de los ochentas, pasaron a ser un anacronismo sólo digno para recordar la Revolución Cubana o a los estudiantes rebeldes de 1968. Para el mexicano, hablar de comunismo es hablar de algo viejo, pasado de moda: de la URSS, del muro que cayó en 1989, de un sistema no sólo incapaz de funcionar, sino uno al que mejor ni hay que mencionar.
La herida tan grande que dejó el desprestigio a los estudiantes y líderes de partidos comunistas de los sesentas y setentas en nuestro país, la violencia utilizada contra ellos, la propaganda cruel de ponerlos como los malvados del mundo, logró que los mexicanos incluso tengamos una especie de paranoia colectiva heredada ante el término comunista, socialista, comunismo… En fin, cualquiera de los derivados que hemos querido enterrar y que si surge alguna iniciativa con estos tintes, en Venezuela, por ejemplo, lo satanizamos de inmediato, porque así nos enseñaron que debía ser: comunista igual a Satanás.
Pero en España hay elecciones y así como existen en Francia, en Alemania, en otras naciones de la Unión Europea, compiten también partidos de corte abiertamente comunista con políticas adaptadas al Siglo XXI; es decir, en Europa, no existe esa estigmatización por el comunismo-socialismo. Pese a que el fascismo de algunas naciones intentó desterrar la idea como se logró en México, en aquel continente tuvieron memoria histórica y mantienen vivos los preceptos de una doctrina derrotada en 1991, pero que intenta luchar contra el sistema mundo actual plagado de capitalismo, neoliberalismo y globalización: al parecer, contrario a la tesis de Francis Fukuyama, la historia aún no termina.
Entonces en el otro paralelismo está Pedro Sánchez, un político que ha batallado en algunos momentos de su carrera profesional, siendo 2016 su peor año, cuando como Secretario General del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue presentado ante el Congreso para ser presidente y los legisladores le dijeron que no; luego debió dimitir del cargo en su partido y decidió tomar su Peugeot 2005 y recorrer todos los rincones de España para escuchar a la gente y compartirles su proyecto político.
En un Jetta, a miles de kilómetros de distancia, otro político también hizo lo mismo, otro que como Pedro Sánchez, también logró llegar a la presidencia: Andrés Manuel López Obrador. Aquí la diferencia, y pasa un poco lo mismo que con el termino comunismo o socialismo, es que, mientras a la llegada al poder, Pedro Sánchez debió cambiar a un Audio A8 de lujo, blindado, la sociedad española no chistó al respecto, a la vez que los mexicanos nos fijamos en nimiedades y criticamos o el carro, o los zapatos, o la corbata chueca, o la guayabera o cualquier cosa del presidente y al parecer nada nos tiene conformes, ni los mínimos detalles.