Textos y Contextos. Un debate de 60 años y por qué decirle no a Juan Guidó

El debate lleva en la mesa más o menos 60 años, cuando Fidel Castro y su grupo guerrillero entró a La Habana abanderado con el triunfo de la Revolución socialista en Cuba tras haber derrocado al régimen de Fulgencio Batista, apoyado durante años por los Estados Unidos.

La Guerra Fría hizo del mundo un desastre de conflictos intestinos en las naciones del subdesarrollo pero el debate despertado por la URSS y la China Comunista, se mantuvo en América Latina (AL) no sólo gracias a Cuba, sino también a Salvador Allende que en 1970 ganó las elecciones de Chile con un proyecto abiertamente socialista y a Hugo Chávez, que en 1998 hizo lo propio en Venezuela.

Y Cuba, pese a todo, ahí sigue batallando; a Salvador Allende lo orillaron al suicidio un 11 de septiembre de 1973 cuando Augusto Pinochet, apoyado por el gobierno norteamericano y el ejército brasileño de la dictadura militar comandada por Emilio Garrastazu Médici, le pusiera al ejército en contra. Chávez aguantó un golpe de Estado en 2002 y hoy su Revolución está soportando uno que nos lleva otra vez a ese gran debate que aún, aferrado con sus últimas fuerzas, se mantiene en la mesa: ¿por qué apoyar a naciones, en este caso socialistas, que no se quieren sumar al sistema mundo eminentemente capitalista, neoliberal y encabezado por los Estados Unidos?

Si no podemos decir que hay puntos a favor de que el modelo debiera cambiar, porque bajo la situación actual en la que las empresas privadas transnacionales y el mundo bursátil dominan la agenda social, sí se puede argumentar en apoyo a los proyectos que buscan ser diferentes y oponerse aunque sea un poco a la gran globalización occidental.

En primer lugar está la militarización estadounidense y la memoria histórica que en momentos en los que personajes como Juan Guaidó aseguran que necesitan el apoyo del ejército norteamericano, debiéramos tener como latinoamericanos; para no ir tan lejos, no tenemos que hablar de todas las intervenciones sangrientas que los Estados Unidos han realizado en Medio Oriente, o de su silencio ante los bombardeos de Israel contra la nación de Palestina, simplemente tenemos que recordar el pasado de Chile, Argentina, Brasil, Bolivia, Guatemala, El Salvador.

¿O qué, ya se nos olvidaron los 30 mil desaparecidos en Argentina, los más de 200 en Uruguay, sólo según las cifras oficiales, o las 40 mil víctimas en Chile?, ¿tampoco nos importan los crímenes de lesa humanidad para los que los rangers norteamericanos entrenaron a los militares de Centroamérica, quienes asesinaban y torturaban a las comunidades indígenas de la región?

Según el sociólogo brasileño, Octiavio Ianni, los Estados Unidos basaron la militarización de América Latina bajo tres tesis preponderantes: si los EU no surten las armas en AL, los países de la región las buscarán en otro lado y nuestros “amigos” se volverán nuestros “enemigos”; el militar latinoamericano es la mejor defensa que los Estados Unidos poseen contra el comunismo; el suministro de armamento y el entrenamiento de cuadros militares es parte de la estrategia de la región para la defensa del Hemisferio Occidental en caso de un ataque eventual.

Es por estos puntos, en especial el último, que en América Latina terminaron matándose entre ellos: ejércitos oficialistas, financiados y entrenados por los EU, contra ejércitos rebeldes, en muchos casos también financiados por la Unión Soviética, pero que al final eran chilenos desapareciendo chilenos, guatemaltecos matando guatemaltecos, hermanos luchando en contra.

El segundo punto por el cual se mantiene el debate es el económico-cultural, que van de la mano porque Estados Unidos está logrando hacer realidad una de las tesis del crítico alemán, Herbert Marcuse, quien bajo el supuesto de la unidimensionalidad, asegura que los Estados Unidos nos han querido convencer de que su mundo es “el mejor de los mundos”, y así todos terminamos por consumir a sus empresas, adoptar sus modelos de vida y apoyar por siempre al proyecto neoliberal olvidando que un día tuvimos identidades distintas.

Porque nos han dicho que la globalización y el capitalismo son las grandes alegrías que nos dan, por ejemplo, la experiencia de ir al cine y ver una película de súper héroes norteamericanos, con los colores de su bandera, salvando al mundo orgullosos de su patria; lo que no nos dicen es que fenómenos como Avengers recaudan más dinero que el Producto Interno Bruto de naciones como Belice, Bután o Haití, que lleva años en crisis humanitaria, social y política y al parecer a nadie le importa.

En Bolivia, más del 60 por ciento de la población provienen directamente de algún pueblo originario, y bajo el gobierno de Evo Morales que permanece desde 2006, se han encontrado con un liderazgo plurinacional que los identifica a tal grado que en ese país no hay McDonalds, ya que los bolivianos prefieren comer sus platillos regionales. ¿Será porque mantienen viva su identidad?

El sueño de los Estados Unidos no es sólo acaparar el mayor petróleo posible del mundo, como lo busca el fallido golpe de Estado que quisieron darle a Nicolás Maduro bajo la figura de Juan Guaidó, siendo Venezuela la nación con más reservas petroleras de la Tierra, sino también, homogeneizar las más culturas posibles haciéndolas solo una, para lograr un gran mercado global donde nadie le diga “no” a su producción, sea esta del tipo que sea.

Por eso es que habría que plantearnos el decirle “no” a Juan Guaidó y a los intentos imperialistas de los Estados Unidos que en pleno Siglo XXI siguen con la necesidad de expandir su ideología a todas las consciencias posibles en el Planeta, haciéndonos creer que las empresas son nuestras amigas y que nos hacen un favor al idealizarnos y luego vendernos su modelo de vida.

Tags: