Hoy invito a cerrar los ojos. Trasladarnos mentalmente a cualquier punto del Caribe Mexicano. Tal vez Cancún, Tulum o la Riviera Maya y situarnos en esas playas de fina arena blanca, marco de un mar cristalino de aguas azul turquesa, cuya cálida brisa acaricia y refresca la piel, mientras se contempla un cielo el cual se confunde en lontananza con ese inmenso cuerpo de agua.
O tal vez, en un ejercicio similar, sumergirnos en estas tibias aguas y deslizarse por el gran arrecife coralino. Diversos ecosistemas aglutinados en un complejo sistema que alberga a cientos de especies en medio de caprichosas formaciones vivas de diferentes colores que adornan las profundidades mientras los rayos del sol con su luz y calor da origen y sustento a la vida marina.
Lo más probable es que para algunas personas esto resulte cursi, fura de lugar e incluso ridículo. ¡Bueno! Entonces imagine una infraestructura hotelera de toda esta zona de Quintana Roo afectada por la falta de turistas que dejarán de llegar por la falta de playas de arena blanca, limpias, con aguas azul turquesa.
Toda esa cursi postal descrita dejó de existir, se cambió por un mar parduzco, mal oliente, desagradable al tacto, a causa de miles de toneladas de sargazo estacionadas en las playas del Caribe Mexicano, contaminado todo, hasta la imaginación.
Lo menos que podemos decir es que se trata de una catástrofe ecológica, económica, política y social. En principio por la destrucción del medio ambiente; económica porque se dejarán de recibir miles de millones de dólares; política porque quedará de manifiesto la falta de trabajo político en los tres órdenes de gobierno (municipio, estado y federación) que no hicieron nada por evitar la tragedia; y social porque se quedarán cientos de familias sin empleo.
Y todo esto es a causa de un fenómeno que se ha estudiado, que se sabe de donde proviene y por qué se produce, pero que no se hizo lo pertinente para combatirlo y ahora ya es un problema que afecta a un sector importante de la economía nacional: el turismo. Justamente en uno de los estados más importantes de este sector: Quinta Roo.
El problema es una micro alga flotante (Sargassum fluitans y S. natans), las cuales se reproducen en el Ocáno Atlántico entre África y Brasil, alimentadas por la contaminación que llega al mar por ríos como el Amazonas en Brasil o el Orinoco en Venezuela y, por si fuera poco, las arenas del Desierto del Sahara.
Se habla ya de 522 mil 226 toneladas de sargazo que llegan al estado de Quintana Roo e impacta 480 kilómetros de playas de Mahahual, Puerto Morelos, Solidaridad, Cancún y Tulúm. Más las que afectan a Belice, Honduras, Jamaica, Cuba y Barbados y muchas otras islas.
Esta gran nata de sargazo destruye los pastos marinos cercanos a la costa a causa de la reducción de la luz, lo que resulta en falta de producción de oxígeno por parte de los pastos marino. En consecuencia, la acumulación de materia orgánica incrementa la actividad bacteriana causando la muerte de fauna, corales y pastos marinos.
Además de lo desagradable a la vista, impide disfrutar del agua y al acumularse en las playas y descomponerse produce ácido sulfhídrico el cual genera mal olor y puede presentar riesgo para la salud.
Lo ideal es detectarlo a tiempo; identificar a través de satélite la ubicación de las algas para recolectarlas en altamar con embarcaciones de gran calado o sargaceras y entregarlos a distintas industrias para que los procesen y conviertan en combustibles y otros productos.
Hacer estos, tardará tiempo, dinero y una coordinación interinstitucional.
Por lo pronto nuestra postal de arenas blancas, mar azul turquesa y cielos azules que se confunden con el océano, quedará en el imaginario; mientras miles de turistas cancelan sus viajes o al llegar se sienten desilusionados, traicionados engañados porque no encontraron el destino que imaginaron.
Hasta la próxima.