Frank Capra, famoso cineasta estadounidense, filmó en 1939 la película “Mr. Smith Goes to Washington” (El señor Smith va a Washington), una crítica mordaz a la clase política estadounidense disfrazada de comedia romántica, donde un idealista y soñador señor Smith, interpretado por James Steward, por azares del destino y un tanto en contra de su voluntad, termina siendo nombrado senador y debe ir a la capital de los Estados Unidos a fin de realizar un trabajo que él, una persona honesta e ingenua, encuentra a la par desconcertante y a ratos desagradable. Nada lo ha preparado para las trampas de la política, la doble moral y las puñaladas traperas. Con todo, el señor Smith se las ingenia para salir adelante y ganarse el corazón de su asistente administrativa, Miss Saunders (interpretada por Jean Arthur), una mujer honesta sí, pero más astuta e inteligente que el buenazo de su pretendiente, el senador Smith.

Pero el principal mensaje de “Mr. Smith Goes to Washington” es, según lo veo yo, la clara idea de que la democracia estadounidense funciona a pesar de la corrupción, las componendas, el tráfico de influencias y las malas personas. La película de Capra por eso es tan celebrada más allá del Río Bravo, porque a pesar de sus vicisitudes, el sistema de pesos y contrapesos ideado por los “padres fundadores” de EUA trabaja para evitar la dictadura.

¿Por qué sería de utilidad que Marcelo Ebrard tome en cuenta esta moraleja oculta en la película de Capra? Pues me parece que el canciller mexicano necesita considerar, como el señor Smith, que los ideales no bastan para triunfar en Washington. Se requiere asimismo de astucia.

Varios escenarios se abren ante la actitud intransigente de Donald Trump, que desoyendo a los más moderados de su partido (y no es fácil encontrar “moderados” entre los Republicanos) quiere imponer aranceles especiales a los bienes manufacturados o creados en México, en detrimento del nuevo tratado de Libre Comercio, el T-MEC, que en teoría él mismo está impulsando para que sea ratificado en el senado de su país. Este sinsentido aparente es motivado por la obcecación del presidente Trump en “sancionar” a México pues a su juicio, nuestro país ha sido omiso en evitar y detener a los migrantes que cruzan nuestro territorio en su travesía a EUA. A eso va el canciller Ebrard a Washington, a razonar con un irascible.

Hay que entender que el presidente estadounidense ve la negociación como humillación: ante todo, se debe apelar a la firmeza, pues él no respeta al débil. Basta hojear el libelo que se atribuye al actual ocupante de la Casa Blanca: The Art of Dealing, un manual de cómo negociar supuestamente redactado por Trump al alimón con el escritor Tony Schwartz. Trump, en este libro, no concibe que la negociación en el mundo de los negocios parta del reconocimiento del otro como igual; o que dos entes sentados en una mesa para conciliar puedan obtener mutuos beneficios de dicha acción. Para Donald Trump la única negociación exitosa es hundir al rival o bien, si el contrario es más poderoso, fingir avenimiento hasta que surja la posibilidad de atacarlo ventajosamente. Un “negociador” así no es muy distinto a los políticos venales de la película de Capra que intentan descarrilar los buenos propósitos del senador Smith. Incluso cuando varios de sus aliados políticos y miembros de su gabinete le han advertido al presidente estadounidense que imponer aranceles para “obligar” a México a detener la migración que cruza nuestras fronteras, o incluso detener de tajo el tráfico de estupefacientes, dañaría al consumidor americano -a sus propios votantes- y a la planta productiva de EUA, incluso sabiendo eso, Trump parece no entenderlo. Porque conforme a su “libro”, The Art of Dealing, es preferible enfrentar una pérdida a permitir una victoria del contrario en una negociación.

Si partimos de que con Donald Trump toda negociación tiende a un “pensamiento suma cero” (gano yo, pierde el otro) y su ideario político se reduce a una serie de sandeces maniqueas, ¿qué puede hacer el Canciller Ebrard para salir airoso de su duelo en el Potomac? Aquí algunas ideas, no todas ellas jurídicas:

Primero: como lo hace el senador Smith (James Stewart) en la película de Capra, buscar aliados en el Capitolio y en la sociedad americana. Basta ya de tratar de evitar “entrometernos” en la vida política de nuestros vecinos del norte. Hay que cabildear, de frente y con seriedad, como muchos otros países lo han tenido que hacer ante las embestidas de Trump. Canadá, a pesar de su vocación pacifista -al menos frene a EUA- y no intervencionista, ha tenido que hacer labores de cabildeo estratégico con empresarios estadounidenses en industrias claves para los canadienses, particularmente en el sector maderero y de lácteos. Necesita el canciller Ebrad “ir a las bases”: buscar a los Demócratas, a los gobernadores, representantes y senadores de los estados limítrofes con México, a la industria automotriz y a los viejos “aliados” mexicanos -los sectores más beneficiados con el T-MEC, particularmente servicios maquiladores transfronterizos y empresas trasnacionales que opera tanto en EUA como en México, para hacer frente común a la sinrazón de Trump y sus arranques nativistas.

Segundo: juega limpio, pero lleva un bat. Es decir, hay que seguir firmes en la defensa de la soberanía nacional, sin caer en las procacidades de Trump; pero hay que iniciar, ante el menor atisbo que la amenaza de los aranceles se vuelve realidad, acciones legales ante la Organización Mundial de Comercio y los paneles arbitrales del viejo Tratado de Libre comercio TLCAN (como todavía no ha sido ratificado por el senado estadounidense el T-MEC, siguen funcionando las instituciones del TLCAN), para evidencia la mala fe y la actuación ilegal de la presidencia de Trump en materia de normas y tratados internacionales que regulan el comercio internacional.

Es cierto: el gobierno de Trump puede bloquear indefinidamente la puesta en marcha de un panel arbitral conforme a las reglas de TLCAN, y puede desobedecer las resoluciones de la OMC. Un aparente sociópata como lo es el actual presidente de EUA puede hacer eso y más, amparándose en la muy dudosa aplicación de sus facultades para emergencias nacionales, que, por supuesto, no es aplicable al caso de México, pues nuestro país no representa una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. Trump no tiene aparentemente empacho en darle un tiro en la nuca al T-MEC; pero sus aliados políticos sí que les puede y mucho destruir el tratado trilateral con México y Canadá.

Por eso no hay que dejar desatendido el frente de batalla jurídico; parecería inútil ante la tozudez de Trump, pero refuerza la postura de México de un país que se rige por normas jurídicas internacionales, que ante la cerrazón responde con la ley y los tratados. EUA quedaría como un país cerril que no respeta pactos y que destruye aquellos construidos con mucho esfuerzo con sus vecinos. Ante Europa, Rusia y China, Estados Unidos tendría un estigma, de una nación poco confiable que revienta acuerdos sin pensar en las consecuencias. Por eso hay que optar por el multilateralismo y buscar aliados no sólo en EUA, sino en todas partes del mundo donde pueda haberlos.

Tercero: nadie va a ganar en una guerra comercial con Estados Unidos y por supuesto, México sería muy perjudicado. Pero también el consumidor estadounidense. La Cámara de Comercio de Estados Unidos (US Chamber of Commerce) hizo público ayer un análisis en el cual se demuestra que el impacto de estos aranceles propuestos por Trump castigaría seriamente al estadounidense promedio, más que al empresario e incluso, a mediano plazo, más que a México. En palabras del vicepresidente de la Cámara citada, Neil Bradley: “Estos aranceles serán pagados por las empresas y familias estadounidenses sin hacer nada para resolver los problemas reales de la frontera”; un arancel del 5% (podría llegar, según el presidente de EUA en su desaforado propósito de “castigar” a México, al 25%) provocaría un aumento en los impuestos que los consumidores y compañías estadunidenses tendrían que asumir, el cual, según datos de la US Chamber of Commerce, ascendería a 17 mil millones de dólares; una cantidad impresionante que no resolvería en nada lo que parece preocuparle a Trump: la migración ilegal y el narcotráfico.

Pero: ¿realmente le preocupan esos temas al presidente Donald Trump? No. Le preocupa su reelección y dar la apariencia de “ser duro”. Por eso, como el señor Smith de la película de Frank Capra, nuestro canciller Ebrard no puede parpadear ni acobardarse ante los desfiguros del señor que gobierna en el Potomac. Esto es “el juego de la gallina”, como dicen los americanos: el primero en tener miedo pierde. O dicho en términos de la Guerra Fría: brinkmanship, la Política de Jugar al Borde del Abismo. Como lo hicieron John Kennedy y Nikita Krushev en la Crisis de los Misiles de Cuba. Cabe la posibilidad de que Trump esté haciendo un “bluff”, una mera finta, y simplemente quiere ver qué concesiones obtiene de México. Que realmente no haya cedido el control a sus asesores más radicales, como Mick Mulvaney y Stephen Miller. Si ese es el caso, entonces no conviene ceder de inmediato en nada. Trump dice que EUA está “cansado” de hablar con México. Pero a México le conviene hablar, y mucho. Con los republicanos inconformes con darle el tiro de gracia al T-MEC y con los aranceles. Con los demócratas en el Senado estadounidense. Trump no quiere dialogar, por eso no quiere que Ebrard “hable”, quiere que se someta a sus designios. Poco le importa la migración y el tráfico de estupefacientes: le importa quedar como un “tipo duro” frente a su electorado, como un sheriff que pone en orden a los “revoltosos” mexicanos. El verdadero miedo de Trump es no ser reelecto; o peor aún, ser sometido al juicio político y ver cómo su popularidad se desploma. Su “arte de la negociación” se afianza en su ego. Y en creer que la fama lo es todo en su vida pública, como cuando tenía a su cargo el reality show “El aprendiz”.

No apoyo el “ojo por ojo, diente por diente”, como bien dice el presidente López Obrador. Apoyo el no ser ingenuos y jugar el juego de Trump, pero con nuestras cartas. Si no nos amedrenta y seguimos de frente, sin soberbia, pero tampoco sumisos, Trump tendrá que recular. No puede arriesgarse a una derrota. Y eso, en estas circunstancias, sería una victoria.

Nuestro canciller Marcelo Ebrard va a Washington. Y como al señor Smith de Frank Capra, se enfrentará a lo peor de la política estadounidense. Pero no es ingenuo. Y sobre todo, no está solo.

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