Y hablamos de ellos como si fuesen mercancía; animales, frutas, cosas. Los juzgamos como si tuviesen una categoría inferior a la nuestra: que si vienen a robar, que si sus gobiernos debieran encargarse de ellos, que si estorban. Más al norte es mucho peor, porque el significado de un muro es cerrar la puerta en la cara: no eres bienvenido, aquí no sirves, no eres nadie, no me importas.

“Nadie se convierte en refugiado por elección, pero cada uno de nosotros sí podemos elegir cómo ayudar”, dice una frase en la página de internet de la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR), porque el desplazamiento forzado existe, no es un invento de la mercadotecnia, es la necesidad de huir porque en tu lugar de origen no hay las condiciones para seguir viviendo.

Zygmunt Bauman, polaco, pensador trascendente en nuestra época, en su libro: “Vidas desperdiciadas, la modernidad y sus parias”, habló sobre el prefijo “des” y las implicaciones que éste tiene en la psicología de las personas. En estos tiempos, lo correcto es estar “empleado”, que alguien muestre “interés” en ti, que en todo momento tengas el “ánimo” de seguir adelante; pero cuando estás “des-empleado”, “des-interesado”, “des-animado”, entonces estás en el lado incorrecto de la historia, en el de los “des-adaptados” sociales.

¿Qué se sentirá entonces ser un “des-plazado”, es decir, alguien que no tiene plaza, emplazamiento, lugar donde estar; alguien que no pertenece a ninguna parte. ¿No te encanta cuando después del trabajo, de la escuela, o sólo al terminar un día pesado, llegas a casa y te tiras en ese que es tu lugar del universo?, ¿y si no lo tuvieras, si en el mundo no te perteneciera ni un pedacito de espacio para ti?

Ellos, los que vienen de Centroamérica son nómadas del Siglo XXI a los que no les pertenece nada más que con lo que pueden cargar; sólo son dueños del miedo que significa largarse de sus patrias y exponerse a secuestros, violaciones, extorsión y un sinnúmero de atrocidades que son el peaje para lograr el llamado “sueño americano”.

Este concepto del “américan dream”, al parecer nació a inicios del Siglo XVII, cuando los conflictos religiosos en la Gran Bretaña hicieron que muchos ingleses e irlandeses fueran en busca del nuevo mundo, que había sido “descubierto” poco más de cien años antes por la corona española. Venían en viajes insalubres, barcos atestados de epidemias, de ratas, de muertos que no soportaban el traslado; pero al llegar, los que lograban hacerlo, se adueñaban de un pedazo de tierra en el norte del “nuevo continente” y enviaban cartas a Inglaterra: “este mundo es maravilloso: hay oro, hay espacio, hay libertad”. Las peripecias del viaje quedaban atrás, el destino era lo importante: así se fundaron los Estados Unidos de América. Sólo que ahora no hay más espacio, ya no hay trabajo, se acabó el “sueño americano” aunque para muchos siga siendo una fantasía.

Y entonces al ver cómo antes era así de fácil migrar, poblar un espacio vacío, fundar un país nuevo, uno se pregunta: ¿por qué hoy ya no se pueden modificar las fronteras, fundar nuevos Estados; quién decidió que así fuera el mapa y que si naces en un lugar, habrás de quedarte ahí, aunque no tengas trabajo, alimento, una forma de dignificar tu existencia?

Parece que los centroamericanos eligieron una mala época para ser migrantes: no son la corona española que se apoderó de su “descubrimiento” continental; no son los británicos que fundaron el que hoy es el país más poderoso del mundo; no son los portugueses que se adueñaron de grandes extensiones territoriales en África. No, ellos son sólo un grupo de seres humanos: mujeres, hombres, niños, estigmatizado porque el tiempo en el que decidieron ser ciudadanos del mundo no fue el correcto; lo mismo con los sirios, los palestinos, los errantes del planeta.

Habría que replantearnos, ¿no?, esa forma en la que vemos al Otro, como si nosotros nunca ejerciéramos ese papel en la vida de los demás; da rabia cada que Donald Trump toma su celular y teclea un nuevo tuit para quejarse de los migrantes como se queja uno de las chinches en el colchón, de las cucarachas en la cocina.

No viene a la mente una mejor manera de cerrar que con Kevin Johansen, que canta: “Me voy porque acá no se puede, me vuelvo porque allá tampoco; me voy porque aquí se me debe, me vuelvo porque allá están locos. Sur o no sur… Me voy porque aquí no me alcanza, me vuelvo porque no hay esperanza; me voy porque aquí se aprovechan, me vuelvo porque allá me echan, Sur o no sur…”

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