Habría que recordar primero los años de 1823 y 1824, cuando Chiapas estuvo a punto de ser independiente o de anexarse a Guatemala; al final pasó lo que todos sabemos: terminó siendo parte de México, sin embargo pudo no serlo y es probable que ahora, en 2019, su gente buscaría llegar a lo que hoy es su país.
Entonces, en caso de que se hubiese quedado con Guatemala, Chiapas hoy también sería parte de las que alguna vez fueron llamadas “repúblicas bananeras”, un término acuñado por el escritor estadounidense William Sydney Porter, mejor conocido como O. Henry, en 1904 en el cuento “El almirante”.
Básicamente esto se refiere a la explotación del campo centroamericano a manos de la United Fruit Company una empresa estadounidense que a finales del Siglo XIX e inicios del XX, aprovechó las condiciones climáticas de la región para producir toneladas de plátano que se vendían a granel en Norteamérica.
Las ganancias no eran para los productores de Honduras, Guatemala o El Salvador; a los trabajadores les pagaban minucias, en contraste con la enorme producción que cada vez crecía más, por lo que la United Fruit Company echó a andar la maquinaria de la publicidad para inundar el mercado con su producto.
Edward Bernays, uno de los más grandes propagandistas de la historia, fue el artífice de una idea llamada “chiquita banana”, que era una campaña de canciones, caricaturas y mensajes publicitarios en general, en los que un platanito rumbero, queriendo jugar con la idea de la producción en el Caribe y en climas tropicales, invitaba a la audiencia a comer plátano a todas horas: desayuno, comida y cena.
¿Nunca te has preguntado por qué antes de ir a la primaria a los niños se les da licuado de plátano, o en el cereal se pone plátano, o a las lentejas también se les echa, o al arroz y así a otros muchos más platillos?, bueno, en gran medida se le atribuye a esta necesidad de la United Fruit Company por acrecentar el mercado de un producto que le salía muy rentable producir porque prácticamente toda la ganancia era para ellos, pese a que explotaban la tierra de Centroamérica.
No paró ahí; cuando la producción en Centroamérica fue más rentable, plantas de la empresa norteamericana asentadas en otros países, por ejemplo, Colombia, quedaron desplazadas dejando a miles de personas sin trabajo; en 1928, se llevó a cabo una protesta contra la trasnacional en la provincia colombiana de Magdalena, en donde fueron asesinados una multitud de trabajadores; se habla de que había en la plaza unas 5 mil personas. Gabriel García Márquez recuerda este episodio en Cien años de soledad: “Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo”.
¿Y aún hoy nos preguntamos el porqué del éxodo centroamericano y de la enorme responsabilidad de Norteamérica para con ellos? Y eso que no se habló de las masacres a indígenas en Guatemala, o de las guerras provocadas por la milicia estadounidense en El Salvador; simplemente, es un recordatorio de la deuda histórica que se tiene con esa región, muy similar a la que el mundo tiene con África, de donde se sacaron los recursos, sin beneficiar a los pobladores.
Y volviendo al inicio: Chiapas estuvo a punto de ser parte de Centroamérica y no de Norteamérica; más aún, si dividiéramos el territorio como antes, entre Mesoamérica y Aridoamérica, todo el sureste de México pudo ser también parte de una “república bananera” por sus condiciones climatológicas; ¿entonces por qué rehuimos tanto a la regionalización y nos aferramos a nuestras fronteras imaginarias?
