El documental “Al filo de la democracia”, de Petra Costra, fue estrenado poco después de las revelaciones en “The Intercept”, por parte de un grupo de periodistas entre los que destaca el estadounidense Glen Greenwald, que reveló la parcialidad de la justicia brasileña en torno al caso del encarcelamiento del expresidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva. Se trata de una coincidencia que refuerza el sentimiento de indignación en el espectador, al atestiguar una crónica fílmica del descarrilamiento de una democracia por parte de una derecha que orquestó un golpe de estado parlamentario y judicial. Visto en retrospectiva, puede apreciarse la conspiración de la clase política brasileña adversa al PT, que tuvo un cálculo político de largo alcance que es difícil de ignorar.

La obra de Petra Costa, no pretende ser imparcial, sino que es veraz en narrar el sentimiento de indignación de muchos brasileños que atestiguaron el fin de la dictadura militar en los 80’s, pasando por la posterior instauración de una democracia electoral que permitió una mayor pluralidad en los poderes públicos y que culmina con la llegada de Lula a la presidencia, quien llevó a su país a convertirse en un actor de primera importancia en el escenario internacional. Esa esperanza terminaría por colapsarse con la destitución de Dilma Rousseff y el posterior retorno de las fuerzas más reaccionarias de Brasil, representadas por Jair Bolsonaro. Los eventos son narrados desde el pasmo y la decepción, en donde se entrelaza la propia historia de Petra Costa con los acontecimientos políticos, que en muchos momentos parecen salir de una serie de televisión de intriga política y no de los archivos de un pasado tan reciente.

En este sentido, resulta interesante que “Al filo de la democracia”, se vuelve una especie de antítesis de otra obra producida por Netflix, la serie llamada “El Mecanismo”. Mientras que el documental “Al filo de la democracia” retrata la visión de quienes vivieron el proceso de ascenso y caída del PT desde la izquierda, la serie “El Mecanismo” mantiene un enfoque crítico hacia los gobiernos de ese partido. Sin embargo, las revelaciones recientes de “The Intercept” dan más credibilidad a la versión esbozada por Costa, en cuanto a que el acoso judicial al exmandatario Lula da Silva, fue producto de una confabulación entre la derecha política y económica con el poder judicial, mientras que la serie retrata a policías incorruptibles que buscan aplicar una justicia ciega, al margen de la política.

Las lecciones de Brasil son muchas, y como toda historia política, se entiende mejor cuando se analizan los hechos consumados. En el país más grande de Latinoamérica, las fuerzas de la derecha jamás admitieron su derrota en las urnas; cuatro veces perdieron de manera consecutiva frente al PT. La única vía para desalojar a la izquierda fue a través del golpe parlamentario. La llegada de Bolsonaro al poder, estará marcada históricamente por el hecho de que Lula siempre encabezó las encuestas previas a las elecciones presidenciales del 2018 y le fue impedido participar.

Pero antes del golpe parlamentario del 2016, las fuerzas más retrógradas de Brasil habían intoxicado el debate público y habían inyectado un odio extremo en diversos sectores de la sociedad. Los medios de comunicación masiva, afines a la clase política que estaba en la oposición, contribuyeron en gran medida a crear un clima de desprestigio a los gobiernos de Lula y Dilma. Lo mismo ocurrió durante el pasado proceso electoral, esos mismos medios apoyaron sin reservas a un candidato de extrema derecha que amenazó a sus oponentes, presumió su homofobia, exaltó su machismo, e incluso reivindicó a un torturador de la dictadura militar.

No sorprende entonces, que un columnista neoliberal de México elogiara a Sergio Moro, (juez que encarceló a Lula), e incluso lo catalogara como un “héroe”, porque en esencia, la derecha mexicana tampoco aceptó el mandato de cambio de las elecciones presidenciales del 2018. El sendero de las fuerzas reaccionarias de Brasil (tanto de los medios tradicionales como de la clase política desplazada), es similar al camino que ha tomado la oposición de derecha en México: se encuentran más enfocados a denostar que a presentar un proyecto viable de país, están más orientados a provocar pánico que un análisis crítico, y asumen que la legitimidad de las urnas es algo secundario cuando se encuentran en el bando perdedor.

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