El 1 de Julio del 2018, los electores mexicanos, además de elegir a Andrés Manuel López Obrador como Presidente de México, le propinaron un fuerte castigo en las urnas a una clase política que se creía eterna. La participación de los ciudadanos a través de su voto fue más contundente que las viejas estructuras partidistas que en numerosas ocasiones participaron en el despojo de un proceso electoral. Existen pocos ejemplos, en cualquier parte del mundo, en el que más que optar por un cambio de gobierno, los ciudadanos se volcaran de forma tan masiva a exigir una nueva etapa en la vida de su país. Se trató de un reclamo radical, pero ante todo pacífico y dentro de los cauces legales.
Todo ocurrió en un día, pero los agravios no comenzaron durante el periodo electoral del 2018. Los gobiernos neoliberales de las últimas décadas entraron en una espiral destructiva en donde parecían probar con cada exceso la paciencia de los ciudadanos. Con cada medida antipopular que implementaron, con los múltiples escándalos de corrupción en los que eran exhibidos, con la imposición de servidores públicos sin calidad moral o política, la casta política gobernante se sentía en control de la situación en la medida en que su impunidad estaba garantizada.
La debacle electoral de los dos partidos que pretendieron, desde el salinato, alternarse en el poder para compartir un proyecto económico y repartirse el usufructo del poder público, fue inspiradora para todos aquellos que tuvieron claro desde varios años atrás que la alternancia sin un proyecto político con un referente ético y de inclusión social, no significaba más que la consolidación de una cleptocracia. El país que aparentemente lo toleraba todo decidió, por una mayoría abrumadora, emprender una ruptura, posibilitando un cambio de rumbo histórico.
No pocos ciudadanos vivieron con extremo escepticismo y nerviosismo ese día: pesaba en muchos la noche incierta del 2006, en la que el presidente del Instituto Federal Electoral declaró que el margen de diferencia entre el primero y segundo lugar era demasiado como para declarar un candidato ganador. De ahí se generaría un vacío de información que hizo a muchos sospechar lo peor. Para otra generación, también se encontraba presente el anuncio de la “caída del sistema” en 1988, en la que el candidato del Partido Revolucionario Institucional terminaría por proclamar su triunfo sin contar con cifras oficiales.
Todo ocurrió en un día… Pero también es cierto que la victoria de Andrés Manuel López Obrador no se produjo sólo por el incuestionable desprestigio de los gobiernos que lo antecedieron, sino que también existió una base social que lo acompañó durante años en momentos en los que los medios de comunicación masiva decretaron su “muerte política”. Junto con una inquebrantable perseverancia, debe también destacarse la labor de mujeres y hombres que desde sus espacios de incidencia (centros de trabajo, familia, grupos de amigos) argumentaron a favor de la transformación de régimen y fueron convirtiéndose en agentes de cambio. Tampoco debe de pasarse por alto el rol de aquellos intelectuales, militantes de izquierda y luchadores sociales que contribuyeron a lo largo del Siglo XX a sembrar una conciencia crítica en el imaginario colectivo, enfrentándose a un régimen que buscaba la unanimidad y no toleraba el disenso.
El anuncio del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador el 1 de julio del año pasado se convirtió con celeridad en una noche de fiesta, en la que la sensación de victoria absoluta era general. Si buena parte de la derecha ha desconocido la demanda de cambio de la sociedad en los últimos meses a pesar de la diferencia aplastante de votos entre AMLO y los demás candidatos que participaron en la elección pasada, ¿cómo hubiesen reaccionado si la diferencia hubiese sido menor? Es imposible saberlo a ciencia cierta, pero la embestida mediática de los últimos meses puede ser un indicador claro de su convicción democrática.
Todo ocurrió en un día… En el que las multitudes celebraron en el Zócalo, mientras que incontables personas se fundieron en un largo abrazo a lo largo y ancho del país. Una minoría quizás reaccionó con temor ante la temida conversión de México en “Venezuela del Norte”, pero es preciso reconocer que la histeria social en este sentido fue drásticamente menor a la del 2006, porque el caos que había anunciado la derecha en aquella campaña lo terminó cumpliendo desde el gobierno en los doce años previos a la elección del 2018.
Todo ocurrió en un día… Pero el desastre en el que dejaron al país estaba ahí el día siguiente. El reto de construir una democracia tantas veces frustrada, la tarea de consolidar un sistema más equitativo en una nación históricamente desigual, el combate a la corrupción cuando la impudicia fue la manera de concebir el poder durante tantos años; entre innumerables desafíos que sería posible enlistar en este espacio, resultaron más evidentes que nunca una vez que la simulación de los gobiernos neoliberales se extinguió y se dio paso a un nuevo ciclo.
El momento histórico que vive México es complicado en extremo, pero a diferencia de tantas otras gestiones, el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene una voluntad política sin precedentes. Ha sido y será un reto formidable el que tiene su presidencia, pero a diferencia de las últimas décadas, las mayorías no son invisibles para el poder. Todo ocurrió aquel día, en el que aquellos que provocaron una tragedia en el país, por fin habrían de marcharse.