Textos y Contextos. ¿Será posible un futuro sin globalización, uno distinto para América Latina?

Fue revelador que desde un foro internacional, como lo es la Alianza del Pacífico, un canciller mexicano dedicara unos minutos a lanzar un par de quejas contra el sistema mundo. Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, se refirió, entre otras cosas, a las fallas de la globalización y a lo injusto de la organización internacional al estar sólo bajo el poder de decisión de unas cuantas naciones.

“¿Es posible tener un futuro distinto respecto a los países más poderosos del mundo que cambian las reglas a su antojo todos los días?, ¿es posible que los pueblos de Latinoamérica podamos tener resultados y hacer cosas distintas respecto a lo que se pensaba hace ocho años. Hace ocho años se pensaba que la globalización iba a resolver todo y hoy en día se sabe que resuelve algunas cosas, pero crea problemas muy serios… Sí, sí es posible”, dijo el funcionario.

Venido de un representante mexicano de las altas esferas del gobierno esto, hace dos o tres sexenios, sino hasta más, era impensable escucharlo, porque precisamente desde 1988, en México, se le apostó a esas dos cosas que critica el canciller: a que los países “en vías de desarrollo” se doblegaran ante las potencias, y a la globalización invasora que se ha robado ya gran parte de la cultura, la identidad y el ideario colectivo de los pueblos latinoamericanos.

En su libro, “El hombre unidimensional”, el filósofo alemán, Herbert Marcuse, critica, desde la década de los sesentas del Siglo pasado, la implantación de un sistema mundo en el cuál, decía el pensador de la escuela de Frankfurt: “Estados Unidos nos ha convencido de que su mundo, es el mejor de los mundos”. Luego vinieron las redes sociales de internet y potenciaron el mensaje; el planeta se convirtió en la “aldea global” que teorizaba el también filósofo canadiense Marshall McLuhan, donde ya todos se conocen, se interconectan y se comunican, claro, bajo el ideario de la sociedad dominadora: la estadounidense.

Estos dos pensamientos son la base de lo que le ha sucedido a nuestra sociedad, siendo que pertenecemos a ese extraño y desaparecido grupo del “tercer mundo”, es decir, los que en tiempos de la Guerra Fría, no eran potencias y terminarían por decantase al proyecto socialista de la URSS o al capitalista de los Estados Unidos, siendo este último el que triunfó y al que ahora, más de medio mundo pertenece.

Esa globalización fue la que banalizó la vida y nos tiene pensando que “tener es ser”, como explica Erich Fromm, que incluso observa nuestro capitalismo en el lenguaje. El psicólogo alemán teoriza que no deberíamos decir “tengo hambre” o “tengo sueño”, porque el hambre o el sueño no son algo que se “tiene”, sino que se “siente”, pero, tenemos tan arraigado el pensamiento capitalista en nuestras conciencias, que creemos que todo se reduce a tener, y entre más tengo más valgo.

Y eso claro, es culpa de las dos problemáticas que pone en la mesa el canciller mexicano: los países potencia adueñándose del mercado mediante el sistema capitalista, y la globalización que como dice Marcuse, ya no le permite a las sociedades del mundo desarrollar otra identidad que no sea la establecida en el sistema internacional, que es, para nuestro caso, la occidental.

Por eso nos cuesta tanto trabajo comprender algunas prácticas del México prehispánico, o de la India, o del budismo, porque la globalización también es homogenización, estandarización, todos vestidos iguales como en película futurista. Y dice el canciller: “Sí, sí es posible “, un futuro distinto para los pueblos latinoamericanos; pero con que él lo diga no basta: ¿estamos como sociedades dispuestas a decirle que no al nuevo smartphone, a la ropa de marcas transnacionales, a las películas de Disney, al café con tu nombre en el vaso, a los prejuicios occidentales, a las series extranjeras… estamos dispuestos al menos a decirle que no al mundo, aunque sea un poquito?

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