La selva del Amazonia, una de las áreas naturales más importantes en el mundo, por su aportación al medio ambiente, se ha degenerado de forma acelerada desde que Jair Bolsonaro llegó a la presidencia de Brasil el primero de enero de 2019. Sus políticas de extrema derecha conservadora han permitido prácticas como la tala clandestina, la minería y la explotación ganadera ilegal.

Así lo confirma un reportaje de The New York Times que firman Leticia Casado y Ernesto Londoño, quienes aseguran que en el pasado inmediato, la protección de dicha selva tropical fue en algún momento el éxito de Brasil al lentificar la tasa de deforestación, lo que convirtió al país sudamericano en un ejemplo internacional de conservación y de líder en los esfuerzos para combatir el cambio climático.

Sin embargo, asegura el reportaje, con la elección del presidente Jair Bolsonaro, que ha sido multado personalmente por violar regulaciones medioambientales, “Brasil ha virado considerablemente al retirarse de los esfuerzos que alguna vez hizo por reducir el calentamiento global al preservar la selva tropical más grande del mundo”.

Durante su campaña para la presidencia en 2018, Bolsonaro declaró que las amplias tierras protegidas de Brasil eran un obstáculo al crecimiento económico y prometió abrirlas a la explotación para fines comerciales, lo que no fue sorpresa para nadie, tratándose de un proyecto abiertamente neoliberal.

A siete meses de su mandato, la parte brasileña de la Amazonía, pues también comparte algunas regiones con Paraguay, ha perdido más de 3 mil kilómetros cuadrados de área boscosa, es decir, un aumento de 39 por ciento respecto al mismo periodo del año pasado, de acuerdo con la agencia del gobierno brasileño que monitorea la deforestación.

Tan solo en junio, cuando empezó la temporada más seca y templada que facilita la tala, la tasa de deforestación aumentó de manera drástica: alrededor de 80 por ciento más pérdidas que en junio de 2018, cifra que, como se verá más adelante, no le pareció a Bolsonaro.

Los recursos naturales y el medio ambiente no sólo son los afectados: en algunas zonas del Amazonas donde aún habitan pueblos originarios como el Suruí-Paité, también los pobladores sufren. El 7 de septiembre de 1969, estas comunidades tuvieron el primer contacto con la sociedad occidental, lo que, explica Almir Narayamoga, Jefe del Clan Gamep, sólo les llevó epidemias, gripe, sarampión y muerte.

En el documental, “La guerra por otros medios”, de Emilio Cartoy Díaz y Cristian Jure, antes de “el contacto”, los habitantes originarios de la región suruí eran aproximadamente 5 mil personas; tres años después, en 1972, apenas  alcanzaban a ser unas 250, debido a las enfermedades así como a la destrucción de su territorio en el que el lema del gobierno brasileño de aquel entonces era: “No sólo basta hacer caminos, también hay que colonizar”.

Conforme se fue reformando la protección al Amazonas, a estos pueblos se les otorgaron 248 mil hectáreas garantizadas por el gobierno brasileño como territorio del pueblo Paité. Pará protegerlas, y sin romper con sus tradiciones indígenas, los habitantes crearon “Maloca Digital”, un programa con el que, ubicando cámaras y GPSs  en zonas estratégicas, podrían monitorear la tala clandestina o la invasión de ganado en su territorio; sin embargo, bajo la administración ultra conservadora de Bolsonaro, estas iniciativas parecen quedar en el pasado.

Un análisis hecho por The New York Times, que tuvo acceso a registros públicos, esclareció que las acciones de aplicación por parte de la principal agencia medioambiental brasileña cayeron en 20 por ciento durante el primer semestre de este año en comparación con el mismo periodo en 2018. La baja significa que amplios sectores de la selva pueden derribarse sin mayor resistencia de las autoridades.

Durante una visita reciente a Brasil, el ministro de Cooperación y Desarrollo Económico alemán, Gerd Müller, mencionó que proteger la Amazonía es un imperativo global, especialmente debido a que tiene un papel vital en la absorción y retiro del dióxido de carbono emitido a la atmósfera; de modo que esa selva tropical es esencial en el esfuerzo por frenar el calentamiento global. Cuando hay tala, quema o derribo, ese dióxido de carbono es liberado de nuevo hacia la atmósfera. “Sin las selvas tropicales no hay cómo resolver el tema climático”, dijo Müller durante un evento en São Paulo.

Alemania y Noruega, explica el medio norteamericano, ayudan con el financiamiento de un fondo de conservación amazónico de mil 300 millones de dólares, pero el gobierno de Bolsonaro ha cuestionado si el fondo es efectivo, lo que sugiere que podría poner fin al esfuerzo.

Aunado a todas estas problemáticas que ya enfrenta la selva del Amazonas, este 5 de agosto el gobierno brasileño nombró al militar Darcton Policarpo Damiao, como director interino del estatal Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, por sus siglas en portugués), después de la polémica generada precisamente por los cuestionamientos que Jair Bolsonaro, hizo sobre la veracidad de los datos sobre deforestación de la Amazonía que aportaba la anterior dirección, que aseguraba, el fenómeno iba en aumento. Los últimos datos divulgados por el INPE apuntaron que la destrucción de la selva aumentó un 88 por ciento en junio y un 212 por ciento en julio.

Sobre estas estadísticas, Bolsonaro llamó “mentirosos” a los datos oficiales sobre el aumento de la deforestación en la selva amazónica y “malos brasileños” a los responsables de las instituciones gubernamentales de revelar el retroceso en la preservación de la selva.

Por su parte, el ministro de Ciencia y Tecnología Marcos Pontes anunció el nombramiento a través de un vídeo en las redes sociales destacando que Damiao “es doctor precisamente en el área de deforestación” y es una persona de confianza con capacidad de gestión.

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