Una de las promesas de campaña más firmes del presidente Andrés Manuel López Obrador, y que hace unos días se ha concretado, es la sustitución de la que él mismo denominaba la “mal llamada Reforma Educativa”, impulsada por Enrique Peña Nieto durante el sexenio anterior. En el proceso de la nueva Ley, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), tuvo un papel preponderante y a muchos no les gustó, aunque en realidad así debiera ser en cada reforma propuesta.
La CNTE es un sindicato, incluso uno de los más grandes de América Latina, y la pregunta sería, ¿para qué sirve un sindicato? Bueno, precisamente para lo que hizo la Coordinadora: llevar una necesidad gremial hasta los poderes círculos de tomas de decisión, ya sea el patrón o la administración pública, y así lograr un contrapeso social.
Los sindicatos surgen en Europa: Inglaterra, Francia, Alemania, a finales del Siglo XVIII y se fortalecen en el XIX, gracias a pensadores como Marx o Bakunin, quienes en eventos del tipo de La Primera Internacional, se reunían con grandes proletaristas del mundo para discutir sobre las mejoras laborales que debían realizarse a fin de proteger a los obreros.
Como bien sabemos, en esas épocas toma fuerza la Revolución Industrial, que en esencia, es el comienzo del proceso de producción en serie y, más aún, la sustitución del hombre por la máquina, lo que causó despidos, en consecuencia desempleo y pobreza, así como la precarización de la mano de obra.
Por eso, los sindicatos no son más que la fuerza de muchos para equipararse al enorme poder que tiene uno solo, en este caso, el patrón; sin embargo, los trabajadores de ciertos sectores, por ejemplo, la educación, son quienes mejor conocen su capo de acción, por lo que resulta saludable que las autoridades de la administración pública los incluyan en el quehacer legislativo.
No obstante, tampoco se habrá de negar el pasado oscuro del sindicalismo en nuestro país, heredado por el conocido “corporativismo mexicano”, que data desde los primeros años de la pos revolución y fue la forma en la que el gobierno trató a las organizaciones gremiales como apéndices del partido hegemónico, en este caso el PRI, para lograr un sistema político clientelar con el que aseguraban los votos para mantener el poder.
Pero la inclusión de la CNTE en las mesas de diálogo que hubo para elaborar la nueva Reforma, no debiera verse como una acción en la que el gobierno se doblegó, sino como un triunfo de los trabajadores de la educación quienes influyeron, de forma pacífica y sin ser reprendidos, en el proceso legislativo.
La responsabilidad de todos los demás, de los ciudadanos, tendría que ser no criticar a un sindicato que, en efecto, fue criminalizado por los gobiernos priístas y panistas, sino analizar el fondo de la nueva Reforma y en efecto, vigilar que no se caiga en el vicio del corporativismo. Al final, ellos debieran ser un ejemplo de que en la nueva administración, los trabajadores podemos exigir, otra vez, nuestros derechos.
El 13 de septiembre de 2013, cientos de maestros de la CNTE, fueron desalojados del Zócalo de la Ciudad de México ante un ambiente de fuerte violencia y represión. La Policía Federal usó tanquetas y los clásicos escudos y toletes para reprimir una protesta magisterial de quienes se quejaban porque en lugar de una reforma educativa, les habían robado varios de sus derechos laborales.
¿Y por qué parece que ahora nos molesta más que los maestros sean escuchados a que sean reprimidos? Un gran triunfo del capitalismo y el sistema neoliberal actual es precisamente atomizar las luchas, que una parte de la sociedad, crea que la otra, por ejemplo, los maestros, electricistas, transportistas, son los enemigos, cuando en realidad y desde la teoría todos terminamos siendo lo mismo: proletariado.