Hay tantas cosas que decir para explicar por qué es tan simbólico que la sociedad chilena se levante y le diga “¡basta!” al que por fin es el enemigo único del pueblo en los países que no han superado la llamada “trampa del subdesarrollo”: el neoliberalismo . Las razones para agradecerle a los chilenos son tantas como las esperanzas que han levantado en estos días.
En principio recordar la ahora multicitada “Doctrina del Shock”, explicada por la periodista Naomi Klein, que tuvo su mejor ejemplo en la crisis que vivió Chile cuando un golpe de Estado derrocó a Salvador Allende, el primer presidente en América Latina que logró ganar un proceso electoral con un proyecto abiertamente socialista en 1970, uno que sólo duró tres años.
En 1973, Augusto Pinochet orquestó a los militares que el 11 de septiembre terminaron con el sueño de la justicia en Chile y que a la vez, iniciaron un proceso neoliberal tras el cual, claramente, se encontraba la mano de los Estados Unidos, en un contexto de Guerra Fría donde la potencia norteamericana no se podía dar el lujo de permitir un proyecto socialista, afín a la Unión Soviética, en su propio continente.
Es por eso que echaron a andar las enseñanzas de la escuela de Chicago, una corriente norteamericana estructuralista que se caracteriza por sus teorías sobre una sociedad a la que se le puede manipular como si fuera una masa homogénea que carece de individualidades, que no tiene criterios más que los impuestos por las fuerzas de la opinión pública propagada desde los medios de comunicación o la educación.
Entonces la “Doctrina del Shock”, se puede entender de mejor manera desde la teoría del psicoanálisis de Josef Breuer, en la cual se indica que un evento traumático impacta más a un individuo cuando se encuentra vulnerable por alguna situación fuerte que haya experimentado en ese momento de su vida.
En Chile, aquel día en el que cayó Allende, las fuerzas del neoliberalismo, entiéndase las potencias capitalistas como Estados Unidos y sus aliados, crearon un momento de crisis para poner al pueblo vulnerable y generarle el mayor trauma de las sociedades contemporáneas de Sudamérica: las dictaduras militares, que a su vez, funcionaron como una lección al pueblo para que viera las consecuencias de confiar en el socialismo.
A la vez, y aprovechando el caos, aplicaron las teorías de uno de los más reconocidos monetaristas de la escuela de Chicago: el premio Nobel en 1976, Milton Friedman, quien postuló: “Solo una crisis, real o percibida, da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo depende de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”.
Y el neoliberalismo en Chile fue inevitable: las pensiones se privatizaron, también la educación, la salud, los recursos naturales, y así por años en Chile sufrieron las desapariciones de miles de ciudadanos a la vez que se acostumbraban, por miedo, a vivir en un país donde todo cuesta, donde la macroeconomía era estable y beneficiosa para los grandes mercados, pero la microeconomía esclavizaba a la sociedad.
Eso hasta este octubre cuando las nuevas generaciones le perdieron el miedo a la dictadura militar. Por eso Sebastián Piñera, actual presidente de Chile, ante las protestas sacó de inmediato al ejército a las calles, para recordar a la sociedad cuál era la consecuencia de oponerse al régimen neoliberal, pero los jóvenes, trascendiendo la oscura historia de su patria, dijeron: “¡basta!”.
Es por eso que hoy, seamos chilenos, ecuatorianos, panameños, venezolanos, argentinos, uruguayos, salvadoreños, guatemaltecos, mexicanos o parte de ese grupo de países “en desarrollo”, o mejor dicho, subdesarrollados, hay que identificar esas herramientas estructuralistas con las cuales las potencias dominan nuestros deseos y nuestros miedos: el ejército, la educación, la publicidad, el mercado, el sueño de pertenecer a una clase media alta de mentiras por lo que trabajamos sin descanso con el fin de endeudarnos para poder comprar algo que no necesitábamos… Eso es neoliberalismo.
Hoy, desde donde quiera que esté, Salvador Allende le sonríe a su pueblo, así como a los indígenas ecuatorianos, a los ciudadanos haitianos, a los pueblos que están resistiendo y que ya han identificado a ese enemigo en común que es el neoliberalismo. Basta entonces de atomizar las luchas: ambientalistas por aquí, feministas por allá, anarquistas de un lado, comunistas del otro… Para lograr la victoria, primero había que saber contra quién era la lucha, y ahora, ya lo sabemos. Gracias pueblo de Chile.