Hay varias cosas que se pueden decir sobre la economía. La primera es que el mercado se mueve gracias a la oferta y la demanda: bien sabemos que los costos y la producción están íntimamente ligados a cuánto consumen las personas y de ahí se fijan los precios o las rebajas; por otro lado, indudablemente, la economía es psicológica.
¿Y por qué es psicológica? Una buena muestra de ello es “El Buen Fin”, tres días al año en los que se supone, existen excelentes descuentos para la sociedad, oportunidades de comprar lo que queremos pero quizás no necesitamos. Ese logo que gran parte de los negocios utilizan para indicar que tienen ofertas, funciona incluso de manera conductista: como los famosos perros de Pavlov, que salivaban al escuchar la campana porque pensaban que habría comida, así nosotros, “salivamos” al inferir que hay ofertas.
No son pocos los negocios que semanas antes inflan sus precios para bajarlos en “El Buen Fin”, o cuyas promociones en realidad son engaños de 2×1 que, precisamente, juegan el papel conductual de creer que necesitamos dos cosas de algo que bien podríamos tener sólo una.
Precisamente, la palabra economía, deriva de la acción de utilizar los recursos de la forma más eficiente que sea posible: economizar. Sin embargo, al parecer esto no es importante, lo verdaderamente trascendente es la oportunidad de tener y, parafraseando a Erich Fromm, “tener es ser”. Vivimos en un mundo de percepciones en el que somos a través de las cosas que los demás pueden ver sin preguntar; por ejemplo, el auto que tenemos, el celular que usamos, la ropa que vestimos.
Por eso “El Buen Fin” es una buena oportunidad de aparentar lo que no somos gracias a los bajos costos; sin embargo, más allá de la preocupación por vivir insertos de manera efectiva en un mundo de apariencias, ¿no debería inquietarnos más el porqué de los precios bajos en productos tan costosos?
El paradigma entre precio y producto se presentó en 1993, cuando los precios de los cigarrillos Malboro se redujeron en un 20 por ciento para competir contra otras marcas de cigarrillos en el mercado; la idea era que el consumidor pensara “ya puedo tener los mejores cigarrillos al precio de los demás”.
El conflicto para la empresa se presentó cuando los consumidores se preguntaron “¿Marlboro a este precio?, ¿pues cuánto tiempo nos han estado viendo la cara si siempre pudieron darnos el producto tan barato?” “El Buen Fin” es la prueba de que las personas no compramos productos, sino estándares sociales, falsos niveles de vida e instrumentos de percepción implantados por la publicidad. Atestamos los supermercados para adquirir ideas, pues si compráramos productos, nos daríamos cuenta de todo el tiempo que hemos sido estafados.
Más allá de las ofertas, debiéramos entender que las personas no compramos cosas con dinero, sino con el tiempo que invertimos para ganarlo, y en un país como México en el que el salario es tan carente, ¿cuánto tendrían que bajar los precios para que nuestro tiempo valieran la pena? Dice por ahí una canción que “el pobre no duerme de tanto desear lo que el rico cuida tanto que no encuentra la paz”.
Si bien es cierto, “El Buen Fin” tiene un efecto de sinergia en el mercado, es la fiesta del sistema contra el que se lucha en Chile, en Bolivia, en Venezuela, en Ecuador e incluso contra el que batalla el nuevo gobierno mexicano: el neoliberalismo. Las tiendas atestadas, el tráfico en las calles, las tarjetas de crédito a tope porque hay descuentos son una victoria más del monstruo que domina el mundo.
El mercado se disfraza de ofertas para recordarnos que es nuestro “amigo”, pero la explotación laboral, los bajos salarios, la terciarización de la economía, las altas tasas de interés en el crédito, la contaminación y todas esas dinámicas que tanto nos aquejan, no debieran olvidarse sólo porque nos abaratan un poco lo que de por sí producen a bajos y siempre debiera ser barato.