Textos y Contextos: tres columnas de 2019 para crítica nuestro tiempo

Millennials: la generación a la que nos tocó perder

Pertenezco a una generación a la cual, sin duda, le tocó perder… Claro, esto siempre y cuando se pertenece al grueso de la población que vive en un país “en desarrollo” y es parte de la clase media para abajo. Nuestra generación, esa que llaman “Y” o millennial, es la que carga con las decisiones de un grupo de políticos que creyeron una buena idea vender los recursos públicos, privatizarlo todo, robarlo todo y devaluar la moneda.

Siempre lo supe: nacimos contra la corriente, yendo río arriba como los salmones, pero, el otro día, andando por el súper mercado, vi la caja de un juego de mesa, ese llamado Monopoly, y justo era una versión Millennial, que decía de manera promocional: “olvidate de las bienes raíces, de todos modos no te alcanza”.

Así es, el mercado se burla de nosotros en una paradoja malévola en la que justo productos como el Monopoly: algo innecesario, caro, inútil, que sirve sólo para pasar el tiempo, se ríe con una frase impresa en su caja de una generación que ya no va a lograr tener nada más que experiencias.

Y es justo eso de lo que pretenden convencernos: el dinero que tanto cuesta ganar y que vale tan poco en nuestros países “en desarrollo”, sólo sirve para “pasarla bien”, lo que genera un mayor flujo económico pero una menor expectativa para las nuevas generaciones de lograr escalar en la escala social. En ir al cine, en viajar, en beber un café con el nombre en tu vaso, a eso aspiramos estas generaciones.

Según el medio especializado “Entrepreneur”: “En general, los millennials tienen patrones de consumo muy específicos. Por ejemplo, invierten 34.1% de sus ingresos mensuales en alimentos y bebidas, y hasta 18.8% en transportación. Asimismo, el 18% de ellos adquiere artículos que no necesita y el 54% suele realizar compras que se salen de su presupuesto”.

El sistema mundo en el que nacimos no nos enseñó a mirar hacia el futuro, sino que nos mostró las delicias de un presente sin solidez que no ofrece un proyecto de vida en el cual los jóvenes puedan poner su determinación.

Precisamente, el sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, en su libro “Vidas desperdiciada, la modernidad y sus parias”, explica cómo los millennials, somos gente tendiente a la depresión, sin perspectivas de vida, con un miedo tremendo a no encajar en una sociedad que ya no tiene lugar para nosotros. Somos muchos, no hay trabajo para todos, el dinero se reparte de forma desigual, imposible vivir aquí.

En Chile, miles de jóvenes y ciudadanos llevan más de un mes en la lucha porque se cansaron de eso. Allá el sistema neoliberal, la escuela de Chicago, fue más allá: para estudiar una carrera universitaria había que endeudarse con un crédito vitalicio por lo que los chilenos no tenían más que ver su formación como inversión y no podían estudiar más que licenciaturas con esperanza de inserción laboral.

Entonces había que abandonar todo tipo de carreras vinculadas, por ejemplo, a las ciencias sociales o las humanidades, generalmente con materias reflexivas que terminan por formar ciudadanos críticos y conscientes de la realidad… ¿Para qué necesitaría el sistema económico actual a un filósofo?

En Asia, solo Corea del Sur tiene una tasa de suicidios más alta que la de Japón, según la Organización Mundial de la Salud, de 26,9 muertes por cada 100.000 habitantes en 2017, comparada con las 18,5 muertes en Japón y las 3,2 en Filipinas. También es una de las principales causas de muertes en Japón, según CNN, que en una investigación explica como el estrés causado por las culturas de trabajo intenso de los países de Asia Oriental, aumenta estas tasa de suicidios.

Soy de una generación a la que en el estacionamiento ya no le cobra una persona, sino una máquina, una muy similar a la que te permite hacer pagos en el banco, o en el servicio telefónico… Una generación desplazada, sin perspectivas, una que tiene hasta cuatro empleos y aún así, no logra nada.

La tarjeta y el crédito: los enemigos de las clases bajas

Mucha controversia ha causado la medida anunciada por el Servicio de Administración Tributaria (SAT) de que en 2020 la facturación inmediata tendrá como objetivo que los consumidores no gasten más de lo que registran de ingresos. Más allá de cómo funcionará esta medida, la reflexión que debemos hacer es el porqué nuestro culto al consumo y sobre todo al crédito.

Sin recuerdo mis clases de primaria, cuando me enseñaron los modelos económicos de producción: comunismo primitivo, esclavismo, mercantilismo, y entre muchos otros se encontraba el feudalismo. No olvido que en este último modelo, el señor feudal tenía algo llamado “tienda de raya”, en la cual los trabajadores obtenían sus alimentos a precios alzados a fin de que siempre estuvieran en deuda con el hacendado.

Después, gracias a revoluciones ideológicas, políticas y sociales, la humanidad, se supone, transitó a sistemas económicos de mayor justicia; podríamos decir entonces, que como los seres racionales que somos, entendimos al capitalismo como la mejor opción y por eso la adoptamos: unos tienen los medios de producción y los otros, la mayoría, el proletariado, trabajan como asalariados para comprar lo que necesitan.

Pero luego vino la publicidad, la mercadotecnia, el Siglo XX y las marcas, el modelo de producción en serie o fordista, es decir, las necesidades creadas. Surgieron productos que la sociedad no requería pero la convencieron de que sí, y comenzó entonces esta era en la que las empresas son poderes supranacionales que marcan la agenda pública.

Pongamos ahora el ejemplo mexicano. Apenas en estos tiempos de la Cuarta Transformación, el salario mínimo aumentó ya en un 35 por ciento, cifra muy mínima aún relacionada con el 80 por ciento que se ha perdido el poder adquisitivo, según la Universidad Nacional Autónoma de México.

Luego entonces, la economía neoliberal funciona así: hay poco dinero en las clases bajas; los insumos básicos, como el alimento y vestido ya de por sí son caros, y luego se le suman las necesidades creadas que son aún más caras: las marcas, los dispositivos electrónicos, lugares caros para comer, automóviles del año…

Como la gente del Siglo XXI es tan propensa a la publicidad, no es posible controlar los impulsos a estas necesidades creadas y es donde entra el instrumento macabro del crédito: un banco te presta el dinero para que tengas cosas que cuestan el dinero que no tienes, y lo hará cobrando un interés de, más o menos, 60 por ciento. Es decir, trabajamos para pagar deudas, no para pagar lo que en realidad compramos… ¿Suena un poco a la tienda de raya, no?

La figura del crédito es funcional siempre y cuando sea una palanca para el desarrollo, es decir, para inversión en el emprendimiento. De otra forma, el crédito sólo es un grillete de deuda para el que se habrá de trabajar, y el trabajo significa tiempo: todo lo que pagamos no lo hacemos con dinero, sino con la vida que invertimos en ganarlo.

Más allá de cómo funcionará la medida de las facturas inmediatas, urge en la sociedad del Siglo XXI mucha educación económica y financiera, para entender conceptos con los que los bancos y las grandes empresas engañan a la sociedad, prometiendo niveles de vida de fantasía.

Algunas instituciones, como Banco Azteca, ya han interpuesto recursos legales contra la facturación inmediata: pues claro, lucran con los sueños de la gente que no tienen dinero para un refrigerador nuevo, para un auto, para una estufa, y en lugar de decirles: es mejor que sigas usando las cosas viejas y ahorres para después, los endeudan durante años en la esclavitud de nuestra era.

La división de las opiniones: ¿quién gana con una sociedad dividida?

Zapata con tacones sí; Zapata con tacones no. Feministas que raya monumentos sí; feministas que rayan monumentos no. Aborto legal sí; aborto legal no. La sociedad se divide día a día, por cosas de las cuales quizás muchos ni deberíamos opinar, pero lo hacemos, ¿y quién pierde ante la división de la esfera pública?

Bueno, primero habríamos de ver quién gana. Cuando un movimiento social surge y toma fuerza, como todo lo que tiene visibilidad en este sistema capitalista, huele a dinero. Entonces, las inquietudes e inconformidades sociales, en muchas ocasiones antes que nada son oportunidades de venta.

Por ejemplo, los desfiles por la diversidad sexual, se ven plagados de marcas que se dicen “amigas” del movimiento y capitalizan las ideas sociales para generar ganancias de corporaciones a las cuales, lo que menos les importa, es la transformación de las estructuras bajo las que vivimos.

La más clara muestra es Ernesto “El Che” Guevara y su rostro estampado en la fotografía de Korda: “El Guerrillero Heroico”, lo que después se convirtió en una plantilla, de hecho la imagen más vista del Siglo XX, y que paradójicamente, genera millones de ganancias al sistema contra el que luchaba el mismo “Che”.

Un problema claro en esta situación es que como sociedad, le entramos a los temas así, al “ahí se va”, creyendo que una opinión se sustenta de la mera creencia inmediata del sujeto, sin análisis, reflexión, estudio, teoría, entre otras herramientas. Hablamos de aborto sin ser mujeres, sin haber tenido una situación de embarazo; hablamos de homosexualidad sin ser homosexuales; hablamos de Zapata en tacones sin saber ni dónde nació “el Caudillo del Sur” o si quiera qué proponía en el Plan de Ayala.

Sin embargo, qué buenas oportunidades surgen para el mercado ante la división, porque cuando la sociedad se parte, los individuos requieren reforzar su identidad, y tristemente no lo hacen, en su mayoría, con ideas, sino con productos que con la imagen representan un superfluo pensamiento.

Por otro lado, la división coadyuva a la facilidad del control social. Pensemos en países como Brasil, que están bajo regímenes extremistas, de ideas opresoras de derecha cuyo fin es precisamente la polarización de la esfera pública. Aunque es bien sabido que el Estado tiene el “monopólio legítimo de la violencia” para mantener su control, es más sencillo tener a raya a una sociedad que se autoreprime sola.

En México lo hemos visto en últimos días: los campesinos reprimen a la comunidad a favor de la diversidad sexual por usar una imagen de Zapata con sombrero rosado y zapatillas; los pro vida castigan con su crítica a quienes apoyan la decisión libre al aborto; las feministas radicales son señaladas hasta por otras mujeres, y aunque en el presente, los mexicanos contamos con un gobierno que permite la pluralidad y evita la represión violenta, nuestra conducta ya es una tendencia global que implica siempre estar polarizados.

Luego entonces, herramientas como Facebook, Twitter o Instagram, funcionan como el conocido panóptico en el que la sociedad se autovigila a sí misma. Tan sólo podríamos preguntar: ¿no fueron los que se molestaron por Zapata en tacones, quienes hicieron más popular la imagen del Caudillo con una acitutid homosexual? Ahora ya millones de personas en el mundo conocen la pintura, cosa que no hubiera pasado sin la polarización.

Entonces, ¿quién pierde ante la división de la esfera pública? Pues nosotros, la gente que opinamos, que estamos en las calles viviendo esas divergencias y peleando en las redes por lograr algo que sí todos nos uniéramos, podríamos alcanzar. Aquí ganan los medios, las empresas, los políticos que capitalizan el discurso… La división no ayuda en nada a las grandes transformaciones.

Ryszard Kapuscinski, en “El encuentro con el Otro”, menciona que para interactuar con otro ser humano, hay tres vías: la guerra, la muralla y el diálogo… En este Siglo XXI, vivimos entre guerras y barreras, no queremos entender ni las motivaciones ni los problemas del que tenemos enfrente.

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