El nerviosismo de las fiestas navideñas se acentuaba conforme se acercaba el seis de enero, esa era la fecha mágica para muchos niños en mi época, me comentó la maestra Rosalba mientras saboreaba una sopa de lentejas dedicada a la fortuna para el 2019.
Los olores de las diversas hierbas que mi madre cuidaba con esmero en su pequeño traspatio, se hacían presentes en la cocina de la casa los primeros días del año, mis hermanos y yo aprendimos desde pequeños a distinguir el romero, el orégano, el laurel, el tomillo y la mejorana.
Aquellos olores tan penetrantes eran el preludio de las horas divertidas que nos esperaban en la cocina el cinco de enero, y es que mi madre, agregó la invitada, nos contaba que los Reyes Magos de Oriente venían después de un largo viaje a dejarnos muchos regalos; hay muchos niños a los que visitan y el recorrido es agotador, horas de cargar miles de regalos, atravesando montañas, llanos, ríos, selvas, mares y desiertos para llegar a las casas y dar sorpresas a todos los pequeños que les escriben.
El agradecimiento siempre es lo más importante, insistía, mientras nos preparaba para que la acompañáramos al mercado a comprar todos los ingredientes que utilizaríamos para dejar una mesa perfectamente bien puesta con viandas que los visitantes noctámbulos podrían saborear, pues según, mi santa madre, los Reyes siempre llegaban con mucha hambre.
Una vez concluidas las compras, todos teníamos asignaciones bien definidas: una de mis favoritas era elaborar el pan que horneábamos en la tarde noche para que estuviera crujiente y fresco. No sospechábamos nada, ni cuestionábamos las ordenes, sólo lo disfrutábamos y con ilusión pensábamos en la carta que previamente habíamos escrito solicitando algún deseo a los magos de Oriente.
La estrategia no podía ser mejor, siempre lograba dejarnos exhaustos, sin protestar a buena hora nos metíamos a la cama a sabiendas que en cualquier momento podrían llegar los Reyes.
La mera verdad queridos, agregó Rosy, cuando cumplí 12 años empecé a sospechar que mi madre ocultaba la verdadera identidad de aquellos famosos personajes, pero fui prudente y no dije nada; no me veas así, me dijo la maestra, te preguntarás ¿Cómo sospeché a los doce años de la inexistencia de Los Reyes Magos?
Entonces se levanto de la mesa para aguantar la carcajada y me dijo: Nada, un día descubrí que mi papá olía exactamente al cordero condimentado con tomillo que habíamos preparado, no sé para cual Rey, entonces le di el beneficio de la duda a mi Santa madre y el olor que delataba la historia lo atribuí a la voracidad de mi padre, en aquel momento y después de abrazarlo, imaginé que aquel hombre al que todos admirábamos y respetábamos no se la iba a acabar con mi madre, por haber probado la cena dedicada a los Reyes. Dizi, (cordero y garbanzos, col), tandoori pollo y makluba, arroz berenjena y cordero; son algunas de las delicias que se cocinaban, mi mami siempre hacía sus inventos, integraba yogurt, menta jengibre, tomillo, laurel y desde luego el pan era una pieza fundamental para degustar aquellos platillos.
A los 15 años sugerí que les dejáramos a nuestros visitantes unos buenos tacos, pero mi madre se ofendió y dijo que ese no era un platillo para reyes, entonces decidí compartir toda la carne que me servían con mis queridos perros, pues decidí ser vegetariana.
Conforme nos fuimos enterando de la realidad una a una nos volvimos mas prudentes y agradecidas por aquella maravillosa historia que mi madre nos había construido, sin embargo mi pobre hermano Miguel, si que la padeció, al descubrirlo no supo que hacer y le dio por huir de la casa, salió corriendo decepcionado, sin que nada lo pudiera consolar, se refugió a los pies de un cerro cercano a la casa, no dejaba de llorar el pobre y decía que prefería morir, que aquella verdad sobre la inexistencia de los Reyes Magos no la podía soportar.
En aquel momento Rosalba suspiro profundamente, se le llenaron los ojos de lagrimas y se volvió a sentar, tomo el cucharón de la famosa sopa de la fortuna y sin más se sirvió un segundo plato.
¡Feliz Año Nuevo!