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¿Dónde está Ayatollah Mike?

 

Kathryn Bigelow lo dibujó en su película “Zero Dark Thirty /La noche más oscura” como un lobo solitario que rezaba la zalá en una oficina a media luz, mientras sus colegas en la CIA perseguían a Osama Bin Laden. Un extraño burócrata islámico en el corazón del laberinto de espejos de la comunidad de inteligencia estadounidense, reverenciado y temido por sus escasos amigos y numerosos enemigos por igual.

El relato que se cuenta en los edificios de Langley y en el Pentágono elimina parte del aura de misterio y le agrega tonos más oscuros a Mike D´Andrea, el “Ayatollah Mike”, el “Lobo”; también conocido como “El sepulturero” y “El príncipe oscuro”. Famoso por su conversión a la religión mahometana, D´Andrea también alcanzó notoriedad por la especialización que eligió en el opaco mundo del espionaje: técnicas de interrogatorio “reforzadas”. Un eufemismo para la tortura física y mental. Se dice que una investigación del Congreso estadounidense censuró los métodos de “El sepulturero” y los consideró contrarios a las leyes de EUA. D´Andrea momentáneamente regresó a su imperio de sombras y parecía haber desaparecido del radar público: durante la presidencia de Obama se refugió en los meandros más tenebrosos del aparato de la CIA, hibernando y en su papel de consejero sibilino de otros equipos cuya encomienda era cazar a Bin Laden. 

D´Andrea no siempre fue musulmán: pasó algún tiempo como agente secreto al servicio de Estados Unidos en la zona del Océano Índico. Ahí, en la isla de Mauricio –cuyos habitantes practican una variante del Islam más pragmática, propia de su cultura insular y de comerciantes- conoció a Faridah, quien sería su esposa. La familia de ella fue quien impuso la condición de que el estadounidense se convirtiera, lo cual él realizó sin parpadear y de manera entusiasta. 

Me pregunto si Ayatollah Mike, en sus oraciones, pensaba en los prisioneros de Guantánamo o Abu Ghrabi, musulmanes como él, quienes eran interrogados con las técnicas sancionadas –y perfeccionadas por el mismo. Si al momento de musitar “Alá es el más grande” pasaban por su mente las asfixias, el “waterboarding”, los toques eléctricos, la música estridente o las luces estroboscópicas que impiden al preso dormir y terminan por negarle todo descanso a fin de “quebrarlo”. Si al tiempo que se purificaba lavando ritualmente su cuerpo imaginaba a los presuntos terroristas islámicos –aherrojados sin juicio en prisiones clandestinas de la CIA- ser sometidos a vejaciones a fin de que “confesaran”. Me pregunto si una persona puede desarrollar sus ritos religiosos mientras bajo su mando y coordinación se cometen atropellos a los derechos humanos más básicos.

Supongo que Ayatollah Mike racionalizaba esto a partir de su verdadera fe: no en Alá o en las enseñanzas del profeta Mahoma, sino su patriotismo desmedido. O acaso en su culpa: se dice que Mike D´Andrea fue uno de los miembros de la CIA que descuidaron la vigilancia de Nawaf Al- Hamzi, miembro del comando que secuestró el vuelo 77 de American Airlines, aquel usado –según la versión oficial- para atacar al Pentágono el 11 de septiembre de 2001. Hay que reconocer que “El sepulturero” D´Andrea nunca reculó del uso de métodos extremos para combatir a los supuestos terroristas islámicos de Al-Queda: malhablado, fumador empedernido, no tenía pelos en la lengua para defender sus mecanismos de torturador y sus artes negras en el negocio del espionaje; al contrario de su jefe, John Brennan, el director de la CIA que renegó de las tácticas de “extraordinary rendition” ideadas por “El príncipe oscuro” y otros miembros de la “compañía” –el término coloquial de la CIA entre sus empleados-; D´ Andrea se mantuvo como el único defensor de esos métodos de tortura seudo-legalizada por el equipo de abogados de Bush Jr. incluso cuando el presidente Obama ordenó a Brennan abandonarlas.

D´Andrea se reinventó y luego de su periodo de hibernación regresó para ejercer otra de sus especialidades: los asesinatos selectivos con drones de combate –una táctica de guerra asimétrica que sí fue del agrado de Barack Obama-; de esta manera Ayatollah Mike se convirtió en un experto en homicidios ordenados por la Casa Blanca. Así, entre los rezos matutinos y la zalá vespertina, mientras daba cuenta de un par de cajetillas de cigarros al día, D´Andrea supervisó diversos ataques que acabaron con la vida de presuntos “enemigos de EUA” en Pakistán, Afghanistán y el Levante.

¿Cómo fue que D´Andrea se volviera en el verdugo de la CIA? Probablemente porque  se dice que participó en el asesinado de Imad Mugniyah, el jefe de los servicios secretos de Hezbollah, víctima de un coche-bomba en Damasco en 2008. Si bien el ataque contra Mugniyah no ocurrió a través de un dron, sí tiene ciertos rasgos distintivos del modus operandi del “Sepulturero”: operaciones coordinadas con los servicios secretos israelíes, uso de explosivos plásticos en exceso –el estallido que mató a Imad reventó una cuadra de un barrio de la capital de Siria- y el encubrimiento de la responsabilidad, de tal suerte que resulta muy difícil seguir la huella de la CIA en estos asesinatos. 

Sin duda los drones son más sencillos de usar que los coches-bomba, sobre todo porque preparar una camioneta todoterreno cuyos neumáticos están llenos de C-4 –el explosivo de demolición militar preferido por la “compañía”- implica un trabajo de infiltración e inteligencia intensivo. En cambio un avión no tripulado puede ser desplegado en corto tiempo y evita “ensuciarse las manos” con operaciones sobre terreno que deja a los agentes expuestos a ser asesinados o capturados. 

Estas sencillas lecciones sobre asesinatos selectivos fueron aprendidas rápidamente por “Ayatollah Mike”. Y cuando Donald Trump llegó a la presidencia “El príncipe oscuro” D´Andrea fue sacado de la jubilación prematura para darle la coordinación de todas las operaciones encubiertas de la CIA en contra de Irán.

La muerte del general iraní Quaseem Soleimani también lleva la marca del “Sepulturero”: un ataque sorpresa, con drones artillados, sin importar daños colaterales y con una sólida cobertura operativa que permitió sorprender al comandante de la “Fuerza Jerusalén” de las tropas de élite de Irán. ¿Fue la muerte de Soleimani el mayor “triunfo” de D´Andrea? Si así ocurrió, eso podría explicar los rumores que ahora corren al respecto del destino de “El sepulturero” de la CIA.

El 28 de enero de 2020, un avión estadounidense se estrelló en las inmediaciones de Ghazni, Afganistán.  Un aeroplano usado para guerra electrónica e intercepción de comunicaciones. De inmediato una rama de los talibanes se adjudicó el derribo. Pero además empezaron a circular rumores que sugieren la muerte de “Ayatollah Mike” en dicho accidente aéreo. No hay un comunicado oficial de la CIA ni se ha revelado el paradero de Mike D´Andrea. ¿Se encontraba en la nave destruida en Ghazni? Tendría mucha ironía si en verdad los talibanes –enemigos acérrimos de los chiitas iraníes- hubiesen destruido con los viejos misiles “Stinger” el avión E-11A –misiles entregados por la “compañía” a los talibanes para que los usaran en contra de la extinta URSS-; pero cosas más irónicas suelen ocurrir en la guerra. Por ejemplo, que un musulmán estadounidense termine luchando contra sus correligionarios islamistas. 

También es probable que Irán haya tenido algo que ver en la caída del avión cuyos despojos se encontraron en Ghazni. Sobre todo si Irán y EUA van a estar enfrascados en una guerra fría de ataques de baja intensidad y asesinatos selectivos. Y qué mejor que eliminar al “Sepulturero” de Langley que al parecer planeó la muerte del general Soleimani, usando para ello al “enemigo de mi enemigo”, los serviciales talibanes.

¿Dónde está pues Ayatollah Mike? Posiblemente su cuerpo calcinado se encuentra esparcido en el paisaje afgano. O ha sido recuperado y está en una gaveta refrigerada en Guantánamo, esperando su traslado a algún cementerio de Virginia. O acaso sigue vivo, fumando sin cesar, rezando entre sombras, rompiendo caricaturas, bosquejos y fotografías suyas –no soporta, a decir de sus colegas, ver su propia imagen en dibujos o fotos-. ¿Estará Mike D´Andrea viendo la película de Bigelow una y otra vez, particularmente aquella escena donde aparece en su madriguera, como un lobo al acecho?

La primera víctima de toda guerra es la verdad. Y en el caso de Ayatollah Mike, la verdad es sujeta a toda clase de torturas que la deforman y terminan por romperla en mil pedazos que se disuelven en la penumbra.

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