En días pasados, uno de los temas que tuvo reflectores en medios de comunicación, fue que la bancada del Partido Acción Nacional en el Senado de la República, denunció el hallazgo de micrófonos en sus oficinas, por lo que acusaron espionaje. Pero eso no es lo preocupante, sino el momento en el que lo hicieron y su historial de expertos en distraer a la opinión pública.
Aunque documentos e incluso testimonios, como el de Roberto Patiño, trabajador que reconoció los micrófonos en televisión y recordó haberlos puesto en 2010, cuando se construía el nuevo recinto legislativo en Avenida Paseo de la Reforma, demostraron que no había tal espionaje, Acción Nacional se aferró y su grupo parlamentario interrumpió justo la intervención de su partido en la discusión para regular el outsourcing.
Resulta sospechoso que una iniciativa, con la cual el PAN está en desacuerdo, se vio frenada por el show de los micrófonos cuando su coordinador parlamentario, Mauricio Kuri posicionaba sobre la subcontratación ante el pleno.
Por eso, no está de más recordar cómo utilizaban las distracciones los panistas durante el sexenio de Felipe Calderón, cuando usando los partidos de la Selección Mexicana, aprobaron un montón de reformas legislativas e hicieron otras tantas tropelías.
Mientras la Selección Mexicana le daba una paliza de seis a cero al conjunto paraguayo en los cuartos de final de la Copa América 2007, algunos diarios anunciaban que el siete de julio (día anterior al partido) integrantes de las cúpulas del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) daban un plazo indefinido a Elba Esther Gordillo para ostentar la presidencia de su organización sindical. En esos momentos, la maestra se encontraba en la cima del mundo.
A la postre, en el libro “La cocina del diablo”, el periodista Héctor Díaz-Polanco afirmaría que Gordillo y el SNTE hicieron un trabajo sumamente importante y escabroso en las urnas de las elecciones presidenciales de 2006 para que Felipe Calderón llegara a la presidencia. Con tal precedente, la maestra tenía importantes rangos de acción.
El 11 de octubre de 2008, México era derrotado por la selección de Jamaica en Kingston, en su camino por un boleto al mundial de Sudáfrica 2010. Sin embargo, no había que viajar a la isla para obtener malas noticias, en el Senado de la República, se presentaba en comisiones un proyecto borrador por el cual se daba autonomía a organismos subsidiarios de Petróleos Mexicanos (Pemex).
Se contemplaba otorgar contratos sin licitar que en algunos casos permitían la exploración de posos profundos, así como celebrar contratos de obras y de prestación de servicios con empresas nacionales y extranjeras en toda la cadena productiva, incluida la refinación. Muchos legisladores de izquierda afirmaron que era el inicio de la privatización de Petróleos Mexicanos.
Es nueve de septiembre de 2009 y el tricolor recibirá a su similar de Honduras en el tan temido estadio Azteca. Los aficionados se preparan para ver el encuentro ya sea en casa, en el trabajo, en un bar o incluso en el mismo coloso de Santa Úrsula; pocos son los que se percatan de las noticias del día.
“Un ajuste doloroso” lo llamó el entonces secretario de Hacienda, Agustín Carstens, quien anunció el alza pareja a los impuestos, con pobres incluidos. Según las declaraciones, Felipe Calderón buscaría combatir la pobreza a partir del cobro a toda la población de un nuevo impuesto de 2 por ciento a todos los bienes y servicios que se intercambian en la economía, también alimentos y medicinas.
La taza del ISR subiría también 30 por ciento, igual que muchos otros gravámenes en el país. México ganaba y por otro lado, otros buscaban que perdiera.
Este es uno de los casos que más se presta a elucubraciones y fantasías en cuanto al encubrimiento de movimientos políticos con la casaca de la Selección Mexicana de Futbol.
Mientras el seleccionado nacional buscaba sumar puntos en el hexagonal final rumbo a Sudáfrica, el equipo de Felipe Calderón jugaba su propio partido, el cual estaba en una clara desventaja para “los locales”.
Casi a la media noche del 10 de octubre de 2009, un seleccionado de la Policía Federal y militares visitaba de sorpresa la cancha del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), para arrasar con todo a su paso.
Por la “comprobación de su inoperancia e inefectividad”, el director técnico del equipo federal, Felipe Calderón, decretaba la extinción de Luz y Fuerza del Centro, que según él, ya no representaba beneficios económicos para el país.
Esa noche, quienes circulaban por la Ciudad imaginaban que el ajetreo policiaco se debía al partido que se jugaba en el Estadio Azteca, nadie imaginaba que en ese momento se estaba dejando a alrededor de 16 mil familias sin sustento y se desmantelaba a uno de los sindicatos con mayores conquistas laborales de la actualidad.
Al día siguiente uno debía bifurcarse entre dos notas periodísticas: la goliza de 4-1 en el Azteca o la paliza de 1 a 16 mil en las instalaciones de Luz y Fuerza del centro.
Los maestros de la distracción, hoy ya lejos del poder que les daba la presidencia de la República, no tienen la ventaja de la mayoría legislativa, de las alianzas con el PRI, o del uso de los medios y la Selección Mexicana como forma de distracción, pero con sus micrófono y la interrupción a la discusión del outsourcing, queda claro que no olvidan su escuela de manipulación para cuidar sus intereses.