Josefina Morales
Un economista mexicano de la UAM-I, Arturo Guillén, escribió, recientemente, un artículo: “¡No es el coronavirus, estúpido!, es una nueva fase de la crisis del capital”, recordando el debate de las elecciones estadounidenses en 1992, cuando en la campaña de Clinton vs. Bush se hablaba que lo importante era la economía, estúpido.
Esto nos refiere a la necesidad de tener claro el estado de crisis de la economía mundial antes de la pandemia en donde ya se reconocían las tendencias a la desaceleración de la economía mundial, matizada por el crecimiento de China a pesar de su menor tasa de crecimiento.
La crisis mundial se manifiesta en la caída estrepitosa de las caídas del mercado de valores en todos los países, superior a la de la crisis de 2008-2009, cuando la quiebra de Lehman Brothers anunció la quiebra de muchos grupos financieros y empresas trasnacionales, encabezadas por las de la industria automotriz y el Estado tuvo que salir a su rescate.
En esta crisis se entrelazan los problemas estructurales, como la tendencia al estancamiento, cuya muestra es la economía japonesa y la de la Unión Europea; y la agudización de las pugnas geopolíticas entre China y Estados Unidos (que va perdiendo la batalla) y las del petróleo entre Rusia, Arabia Saudita y Estados Unidos.
En el caso de México, el neoliberalismo estableció, desde hace más de tres décadas, esta tendencia al bajo crecimiento, una tasa del PIB per cápita menor al 1%, agudizada por una profunda desigualdad social, regional y sectorial. Tendencia que se entrelazaba con crisis recurrentes.
Si en los países desarrollados el neoliberalismo al adelgazar al Estado disminuyó drásticamente los recursos públicos, en particular, los destinados a la salud pública, al mercantilizar la salud y la educación, en nuestro país destruyó la capacidad del Estado para impulsar el desarrollo, con la desarticulación y desmantelamiento de Pemex, y la penuria en la que dejó al sector salud.
El gobierno actual en nuestro país, con un proyecto de transformación profunda en la práctica gubernamental, en el ejercicio de las finanzas públicas, se enfrenta no sólo a la falta de recursos y al costo del endeudamiento, sino a la ofensiva sin tregua del gran capital, nacional y extranjero, En el primer caso se muestra en la falta de inversión y en la crítica implacable a la política económica y a la política de salud pública en esta crisis sanitaria; y también a la descalificación de los poderosos grupos financieros trasnacionales a través de sus empresas “calificadoras”, que un día sí y otro también bajan la calificación de Pemex y del gobierno nacional, lo que eleva el costo del endeudamiento contraído en los gobiernos anteriores: hay que pagar más intereses. Pero no hay que olvidar que estas calificadoras quedaron descalificadas en la crisis de 2008-2009 al darle muchas estrellitas a las grandes empresas financieras que quebrarían.
Ya hay conciencia generalizada de la gran recesión que atravesará la economía mundial este año, encabezada por la Unión Europea y Estados Unidos. Las estimaciones prevén una recesión similar a la del 2009 y algunos una superior.
México registró en ese año una caída de la economía del 6.5%. Podríamos estimar una caída similar o aún superior, dadas las tendencias recesivas previas y, sobre todo, con un impacto muy desigual: en los sectores sociales, recordemos que más del 60% de los trabajadores lo hacen en la economía informal; en las regiones, el impacto inicial mayor se registra en la frontera norte y en las grandes ciudades; y, en los sectores económicos empezando por la industria automotriz, el turismo y los restaurantes.
Es un momento crítico de la humanidad que exige de nosotros el cumplimiento de las instrucciones de salud pública (quédate en casa) y de la mayor solidaridad. Paguemos el salario de los trabajadores de casa, de la limpieza y el cuidado. Exijamos que los empresarios no despidan a sus trabajadores y paguen sus salarios íntegros, cumpliendo en los sectores que puedan hacerlo, el dejar que sus trabajadores se queden en casa. Y expresemos nuestro reconocimiento a los trabajadores de la salud del sector público que atiende a la mayor parte de la población (médicos y enfermeras y personal de atención y limpieza) y también a los del sector privado.
Y también es un momento abierto al cambio de modelo económico y a la suspensión del pago de la deuda y, en muchos casos a la cancelación de deudas malhabidas con costos exorbitantes.