En memoria de la cocinera tradicional, Milca Reynoso

Muy de madrugada nos salíamos de nuestra casita, tengo ahí el recuerdo como si hubiera sido un sueño, pero creo que tengo ese pensamiento porque mi madre nos lo contaba una y otra vez, ahora que lo medito bien quizás ni había nacido, porque déjeme echar cuentas, el general murió en abril de 1919 y mi fe de bautizo dice que nací en 1948, entonces, sí, de lo que me acuerdo son de oídas de mi madre, que de vez en vez, lloraba por su compadre muerto en combate y traicionado por unos pelados.

Don Emiliano llegaba cabalgando hasta aquí, siempre bien vestido de charro y en su caballo preferido, creo que le llamaban el As de Oro, el hombre sólo iba en busca de su comadre y de los escuincles que corrían de un lado a otro para apersonarse frente a él y llevarlo hasta la cocina de carrizo donde estaba mi madre.

A lo lejos contaba mi hermana Eusebia, que en paz descanse, se sentía un aire diferente cuando llega el General; mi madre ni se levantaba del metate, sabía bien que el invitado se sentaría un rato frente al tlecuil a observar como echaba las tortillas.

Los chamacos solían recolectar kilos y kilos de cacahuate que llevaban a sus casas para completar para la comida; mientras tanto mi madre había asado unos chiles que molía en el metate con un tanto de cacahuate asado, finalmente la salsa estaba hecha, un molito delicioso, que nomas me acuerdo y empiezo a salivar.

Jacinto traiba unos huevos del corral y mi madre con toda paciencia los revolvía en la cazuela para después dejar caer la famosa salsa, el General solo la observaba y con toda paciencia esperaba a que ella le sirviera en un plato el Mole de Pobre acompañado de frijoles negros con epazote y unas tortillas de maíz azul.

Era como si los dos esperaran ese momento, para poder iniciar la conversación. Mi madre sonreía de felicidad cuando él saboreaba aquel platillo, era como sí le volviera el alma al cuerpo al General, contaba de cuando en cuando la mujer con lagrimas en los ojos, seguro se olvidaba de todas las pesadumbres que trae la guerra y los miles de compromisos adquiridos con las familias pobres de la región.

Finalmente, el General dejó de llegar a la casa, el viento le dijo a mi madre que lo habían matado a la mala y por traición; entonces ella se cubrió la cabeza con un rebozo negro que nunca más se quitó.

¿Y el mole Don Eladio? Pregunté al hombre que con orgullo me sirvió mole de pobre en su casita de Lorenzo Vázquez; “Pues mire doñita, – contestó-, cuando vamos a la milpa las mujeres nos preparan un itacate para aguantar la jornada, y siempre llevamos este molito que nos da fuerza para seguir trabajando, pero no le voy a mentir, siempre tenemos preparado un poco de chiles asados y cuando menos nos lo esperamos nos caen las visitas, pues las sentamos aquí, como lo hacía mi madrecita, pero a diferencia de ella, como usted ve a mi no me para la lengua, les cuento historias, mientras Milca, mi mujer cocina el famoso Mole de Pobre y termina de sazonar los frijoles con chile de árbol y epazote”.

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