Textos y Contextos: El criterio de pensar antes de hablar; la responsabilidad de tener audiencia

Soy parte de la generación que vivió la transición del disquete, los cassetes, de las maquinitas de a peso, a las memorias USB, la descarga de música en línea y las consolas de videojuegos con gráficos espectaculares. Cuando allá por 2007, llegó a México Youtube, se abrió la oportunidad de ser el protagonista, de hacer tu video, subirlo y salir en la pantalla: no imaginábamos cómo cambiaría el mundo.

Recuerdo muy bien que a muchos nos daba curiosidad esa transformación de los medios de comunicación, y por eso, también con esa entonces novedosa herramienta que eran los teléfonos celulares con videograbadora, queríamos experimentar la sensación de “estar en la red”. Pero jamás olvidaré lo que uno de mis amigos dijo entonces cuando algunos sugerimos hacer un video y montarlo en Internet: “No quiero perder el prestigio que aún no tengo”, sentenció.

Siempre he creído, pero más aún en los últimos años, que el concepto de “libertad de expresión” es demasiado ambiguo para una especie que durante siglos, a través de la filosofía, el derecho y otras disciplinas, ha intentado definir la “libertad” y nunca se ha llegado a un consenso determinante. Quizás por eso sería más adecuado el término “responsabilidad de expresión”.

Precisamente las redes sociales de Internet, le están dando la oportunidad de expresarse de forma masiva a grupos oprimidos o minoritarios que hace años no hubiesen podido llevar su discurso más allá de lo que les permitieran los grandes medios de información empresariales. Las mujeres han expuesto sus inconformidades, los grupos ambientalistas, defensores de derechos humanos, e incluso, un movimiento contra el racismo internacional como el ocasionado por la muerte de George Floyd en Minnesota, no se hubiera generado de no ser por la visibilidad que tuvo el video de su asesinato.

Precisamente es por eso que justo cuando ciertos grupos históricamente oprimidos están logrando escalar en el ámbito social y expandiendo sus derechos, no nos podemos permitir el cobijar los discursos clasistas, racistas, misóginos o de odio, bajo el ambiguo halo de la libertad de expresión o bajo justificaciones tan infantiles como: “es que es comedia” o “es que yo crecí viendo eso en la televisión”.

La autocensura no es un crimen ni una autoviolación a nuestros derechos humanos: es tener el criterio de entender el contexto, elemento básico en el proceso de la comunicación, para poder hacer del mensaje un elemento más claro y en este caso, menos ofensivo para la audiencia.

Este tema claramente surge por la coyuntura de la semana: Chumel Torres y el Conapred. El caso ya es muy conocido pero vale la pena sólo puntualizar un par de cuestiones. La primera es que el influencer cuenta con una audiencia que se gratifica con el tipo de humor que el sujeto representa, lo cual, precisamente por la cultura en la que hemos crecido, es inevitable, más aún en las redes sociales, donde no necesitas forzosamente un sello editorial o medio de comunicación que te respalde.

El problema devino cuando la mezcla Chumel-Conapred no resultó lógica para una buena parte de la sociedad, y precisamente es aquí donde entra el criterio, porque bien Torres pudo habernos y haberse evitado todo este escándalo al rechazar la invitación, entendiendo que no es un personaje afín a ese tipo de foros para hablar sobre racismo y clasismo.

Sin embargo aceptó el exhorto, y aunque muchos ya sabíamos que existía Chumel Torres, aunque no lo siguiéramos, se puso en el ojo público por su necesidad de reivindicar a su personaje y lo que representa, hasta que finalmente la cadena de televisión HBO, por donde se transmitía su programa, decidió cancelarlo.

Al respecto Chumel Torres se enojó e incluso, ignorando la existencia de José Guadalupe Posadas, Jorge Ibargüengoitia y más recientemente de Héctor Suárez y Damián Alcázar, entre muchos otros, dijo que los juicios a su persona eran porque México apenas estaba conociendo la sátira política.

No se trata de censurar al que critica al poder. La vigilancia ciudadana y mediática sobre el gobierno es necesaria para la democracia; lo que gran parte de la sociedad ya no quiere, literalmente ni de chiste, son los discursos que denigran a las personas por su color, género, aspecto físico o clase social.

Y no, no es censura el que una empresa como HBO cuide su marca y prestigio al cancelar un programa que le vendía sólo a un sector social hasta que éste se hizo tan conocido que ya no se pudo ocultar. A nivel internacional también han habido montones de casos similares y todo se hubiera evitado por un juicio más coherente por parte de los implicados.

Fue apenas el mes pasado que a Johnny Escutia, conocido como “El King de la Furia”, le bajaron sus canciones de distintas plataformas por sus contenidos misóginos; Electronic Arts ha suspendido al exjugador de fútbol Marco van Basten del videojuego ‘FIFA 20’ por sus recientes comentarios en una transmisión televisiva donde esgrimió saludos relacionados con la dictadura nazi.

En agosto de 2019, tras las protestas feministas en las calles, BMW tomó medidas contra uno de sus empleados por incitar la violencia contra las manifestantes.

El corredor colombiano Jaime Alejandro perdió el patrocinio de Under Armour tras patear a un perro en la Carrera Atlética de San Silvestre en Neira, Caldas, el 31 de diciembre de 2019. Lance Armstrong, exciclista profesional y 7 veces ganador del Tour de Francia fue desposeído de sus títulos y del patrocinio de Nike por admitir su consumo de sustancias prohibidas. También Michael Phelps, exnadador estadounidense y medallista olímpico, perdió el patrocinio de Kelloggs tras conocerse a través de una fotografía que había fumado marihuana en una fiesta en noviembre de 2009.

Tener audiencia es una responsabilidad inversamente proporcional al tamaño de la misma. No cualquiera tiene la dicha de contar con un público que espera sus palabras y sus opiniones, y en estos tiempos de cambios, desde los movimientos feministas hasta las protestas racistas, pasando por los movimientos contra el neoliberalismo en Sudamérica de 2019, uno tiene que pensar mucho antes de hablar.

A manera de corolario. León Krauze se quejó de la cancelación del show de Chumel en HBO, argumentando que es una cadena caracterizada por promover a comediantes “transgresores e incómodos”, y citó a algunos de ellos. ¿Qué indigna del comentario de Krauze? Cita a comediantes extranjeros, por lo que entiendo, todas las conductas que vienen de fuera, según él, debemos adoptarlas, aceptarlas. ¿México no puede ser mejor?, ¿Institucionalizamos la discriminación porque en Estados Unidos se ríen de ella?

Esa es la historia de la globalización y la necesidad de hacer homogénea a la sociedad mundial para tener un mayor control cultural. La tesis de “El hombre unidimensional”, de Herbert Marcuse, ayuda a comprender muy bien este triste fenómeno.

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