México tiene el honor de contar en su historia con tres premios Nobel, porque pues sí, en el sistema mundo en el que vivimos esos reconocimientos resultan ser un motivo de orgullo. Octavio Paz, en literatura; Mario Molina, en química, y el tercero, del que cuando uno pregunta casi nadie se acuerda del nombre: Alfonso García Robles, premio Nobel de la paz.

El logro de éste último, diplomático mexicano, se debe a que en 1967, impulsó la firma de los “Tratados de Tlatelolco”, conocidos oficialmente como Tratado para la Proscripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe. La importancia de este acuerdo radicó en la tensión que generó el acercamiento ruso a Cuba y la posibilidad de que se instalaran armas de alto impacto en la isla para facilitar el ataque soviético contra los Estados Unidos.

Así funcionó la política exterior de nuestro país desde que en el sexenio de Pascual Ortiz Rubio, el diplomático Genaro Estrada proclamó la llamada “Doctrina Estrada” (1930), la cual hacía referencia al respeto de los gobiernos y soberanía de otros Estados en el mundo e implicó que México pudiese tener, durante gran parte del Siglo XX, una buena relación política y comercial con diversos países sin importar su ideología o el origen del grupo en el poder.

Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, este tipo de posturas le permitió a nuestro país venderle petróleo tanto a los Aliados como a las potencias del Eje; esto ayudó al enorme crecimiento de la economía nacional, lo que devino en el llamado “milagro mexicano.

De igual forma, por esa independencia diplomática y respeto por el resto de naciones, nuestro país pudo formar parte del Grupo Contadora, un evento celebrado en 1983 donde representantes del Estado anfitrión, Venezuela, Colombia y México se reunieron para buscar soluciones a las guerrillas de Centroamérica. Personajes de la talla de Gabriel García Márquez, Alva Myrdal y el propio García Robles, fueron quienes asistieron a dicho acontecimiento, incluso mal visto por los Estados Unidos, pues contravenía a sus intereses.

Pero, de entre toda esta historia de honrosos ejemplos diplomáticos, existen tristes excepciones, como la del “Comes y te vas”, o los tuits de Luis Videgaray en contra de Nicolás Maduro, rebajando el nivel de la Cancillería a un pleito en redes.

Así como estos, también resalta Jorge G. Castañeda, secretario de Relaciones Exteriores de 2000 a 2003 durante el sexenio de Vicente Fox; en aquel entonces, ambos y otros funcionarios fueron en misión diplomática a China, donde visitaron el Museo de Guerreros y Caballos de Terracota… Existen versiones que afirman que hasta se pusieron a jugar escondidillas entre las filas de los soldados de piedra.

Sari Bermúdez, entonces directora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el propio Castañeda y el coordinador de imagen de la presidencia, Francisco Ortiz, no dudaron en fotografiarse abrazados con los guerreros de piedra que se encontraban resguardados tras una línea de seguridad, por lo que ofendieron a los altos funcionarios chinos que les recibieron en esta visita.

Esta semana, se ha viralizado que precisamente Castañeda, dijo en un programa de Foro TV, conducido por Leo Zuckerman, que Putla, municipio de Oaxaca, era un “pueblo horroroso” y que utilizó sus contactos, en un claro abuso de poder, para mandar a su hija, que acababa de terminar su carrera de medicina y seguro andaba haciendo practicas, a un pueblo “un poquitito menos horroroso”.

Y ahí, en ese programa, ante las risas de Héctor Aguilar Camín, Zuckerman y el Castañeda, se da cuenta de esa vieja oligarquía de imbéciles que hablan de México, del México real, sin siquiera conocerlo. Peor aún, estamos ante un sujeto que fue Canciller, ¿Cómo posicionar a México en el exterior con ese tipo de diplomáticos?

Hay muchas cosas que nos gustan del gobierno actual, otras no, hay detractores y también partidarios de la administración que encabeza Andrés Manuel López Obrador, pero si a mí algo me agrada son los programas de la Secretaría del Bienestar dirigidos a comunidades indígenas, pueblos rurales, campesinos, a la educación de los que por Siglos han sido los olvidados de este país.

Qué bonito es presumir la Guelaguetza, el museo de Antropología e Historia, lucrar con las culturas ancestrales de nuestro país y después olvidar que existen millones de mexicanos batallando con menos de un dólar al día. Por eso para imbéciles que creen que un pueblo de Oaxaca es “horroroso”, apoyar a esas comunidades debe ser un desperdicio.

En fin, esos son los funcionarios de antes, los diplomáticos que, como Videgaray llegaron a la Cancillería “a aprender”, o los que usaban su poder para beneficiar a su familia y jugar como escuincles en los monumentos chinos… Un niño oaxaqueño que toca la trompeta con erudición, las mujeres que danzan, hasta una tlayuda, creo, merece mayor respeto que un sujeto que estuvo en la administración pública y no comprende dos cosas: que las dificultades contra las que luchan muchos municipios en México se deben al abandono justo de exfuncionarios como él, y que hay otras formas de vivir más allá de la opulencia vacía y la egolatría debun sujeto que, se aprecia en el video con Zuckerman, tiene enmarcadas las portadas de revistas donde alguna vez lo referenciaron.

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