Textos y Contextos: De Salinas a López Obrador, la legitimidad en los presidentes mexicanos

El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), realizó, entre tantos estudios, uno de los más interesantes análisis sobre el ejercicio gubernamental y la organización social que hasta ahora se puedan clasificar: nos referimos a la diferencia entre poder y autoridad.

Según Weber, la autoridad es el poder aceptado como legítimo por aquellos sometidos a ella; sin embargo, el conflicto radica cuando alguien tiene poder y ejerce la autoridad sin el consenso debido, por lo que se pueden generar, lo que en la Teoría de Sistemas llamaríamos ‘entropías’ o nivel de tendencia al desorden.

La historia de México en los últimos 40 años tiene muchos ejemplos de los cuáles podemos hacer uso para entender mejor el invaluable proceso que en las sociedades democráticas debe perdurar para mantener el orden común y el Estado de derecho: la legitimidad.

En 2006, Felipe Calderón, candidato del Partido Acción Nacional, se hizo con la presidencia de México a través de un fraude electoral apoyado por el Consejo Coordinador Empresarial, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el propio PAN y sepa Dios cuántos más actores políticos y sociales.

Con apenas .56 por ciento de diferencia, unos 250 mil votos, le quitó la presidencia al entonces candidato de la coalición ‘por el bien de todos’, Andrés Manuel López Obrador. Este episodio no es un secreto para nadie y debiera avergonzarnos que, como en 1988 con ‘la caída del sistema’, aceptamos un fraude electoral y nos subyugamos ante figuras ilegítimas en el poder.

Y es precisamente eso, la dudosa procedencia de su poder, lo que provocó ciertas políticas públicas en México que destrozaron la economía y la seguridad del país, respectivamente, pues en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, la legitimidad vino de vender las miles de empresas del Estado a unas cuántas familias de millonarios, así como la privatización de la banca: la entropía se llamó pobreza.

Aunque el Partido Revolucionario Institucional (PRI), guardaba enorme autoridad en el México posrevolucionario, en 1988 Cuauhtémoc Cárdenas cimbró un sistema ya gastado por episodios como las matanzas estudiantiles de 1968 y 1971, así como por la pésima gestión gubernamental durante el sismo de 1985, donde la sociedad se demostró que organizada, era más fuerte que las autoridades. En las crisis de un orden político, cuando la gente se pregunta: “¿por qué ese es el que me gobierna si no estoy de acuerdo con sus acciones?”, viene un proceso de formación.

Pero con alguien se debe buscar la legitimidad, y dada la confirmación de la pirámide social en países ‘en desarrollo’, como el nuestro, una forma sencilla, como lo hizo Salinas de Gortari, es buscar el cobijo de las clases altas: son pocos, dominan la opinión pública, en México había muchos recursos y así era relativamente sencillo mantener el orden social.

Por otro lado está Felipe Calderón, que en busca desesperada de su legitimación, trató de copiar, de forma fallida, el modelo colombiano de combate al narcotráfico; peor aún, con la detención de Genaro García Luna y las declaraciones de algunos capos detenidos, se sabe que era juez y parte de un problema que nos heredó un sistema violento de pugnas entre autoridades y crimen organizado, un conflicto que hoy el régimen anterior quiere negar y el gobierno actual no puede contener. La entropía en este caso se llamó: violencia.

Hace dos años, Andrés Manuel López Obrador, obtuvo en las urnas la legitimidad que hoy los grandes medios de comunicación y algunos empresarios le quieren negar al tiempo que extrañan el cuantioso flujo de dinero gubernamental a sus arcas, así como la impunidad en sus faltas a la recaudación fiscal.

El mensaje que el hoy presidente enunció desde Palacio Nacional el pasado primero de junio fue claro: el reforzamiento de la legitimación lo obtiene del 70 por ciento de las familias al que atienden prioritariamente los programas sociales del Bienestar. Podrán gustar o no sus propuestas, pues como cualquier mandatario, tiene grandes aciertos y también lamentables errores; empero, hacía décadas, quizás desde Adolfo López Mateos, que un presidente no buscaba su legitimidad en el pueblo.

¿Qué legitimidad pudieron haber buscado Gustavo Díaz Ordaz o Luis Echeverría?, o más bien, ¿dónde la buscaron en tiempos de Guerra Fría, asesinando a estudiantes y líderes sociales con ideas marxistas?

El ejercicio del poder no es sencillo, y claro que la próxima visita de Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos se antoja también como un acto para reforzar esa legitimidad que obtuvo en las urnas pero que debe sostenerse de otros asideros; incluso a Benito Juárez se le acusó de entreguista ante los estadounidenses por el tratado McLane-Ocampo, que al final nunca ratificaron en EU, pero también con el ex presidente Oaxaqueño, habría que revisar las condiciones internas y quiénes estaban en su contra.

Pero, lo importante en el ejercicio del poder, y una buena forma de evaluar las gestiones públicas, es ver con quién se legitima el gobernante. A dos años de que Andrés Manuel López Obrador logró el triunfo electoral, no hay pactos con empresarios para rescatarlos de sus errores, se han congelado cuentas del narcotráfico e incluso se avanza como nunca en el esclarecimiento del caso Ayotzinapa; como ya se dijo, la administración Federal pondera a los indígenas y a las personas de bajos recursos con apoyos, universidades, programas… Por lo menos, está respetando a la gente que los puso ahí.

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