Por qué el gobierno de México no es comunista; tergiversar conceptos como estrategia de propaganda

Un fantasma recorre México, el fantasma del comunismo… O al menos eso creen el Cardenal Sandoval Íñiguez y los opositores de FRENAAA, quienes, preocupados afirman, el actual gobierno, presidido por Andrés Manuel López Obrador, llevará a México al comunismo. A continuación, este texto tratará de explicar por qué dicha afirmación es falsa.

En primer lugar: ¿de dónde viene el término? Según Norberto Bobbio, las primeras acepciones de Comunismo se atribuyen a Platón, quien hablaba de un sistema político utópico en el que “se prevé la supresión de la propiedad privada” y al mismo tiempo, también la supresión de la familia, a fin se disminuir el interés por los bienes privados que alejen a los individuos del interés público. Esto, habría que aclarar, sólo se proponía para las clases privilegiadas de la Grecia en la que vivió el filósofo; para las clases bajas, la organización familiar era la prevista.

Otras afirmaciones más modernas pertenecen, por ejemplo, a Tomás Moro (1478-1535), pensador inglés que sentenció: “Me parece que allá donde rige la propiedad privada, donde el dinero es la medida de todas las cosas, es muy difícil que se llegue a establecer un régimen político fundado en la justicia y la prosperidad”, lo cuál hace críticas a las clases burguesas que en el Siglo XV, expulsaron a montones de comunidades rurales de las tierras que cultivaban para convertirlas en terrenos de ganadería.

Poco más adelante, podríamos citar al libertario Charles Furier (1772-1837), quien teorizó sobre los falansterios, una especie de comunidades aisladas, de aproximadamente mil 620 habitantes, que no estuvieran afectadas por la competencia o por los intereses particulares; asimismo, en ellas el trabajo sería rotativo a elección de los obreros, sobrepasando incluso la esclavitud que con Moro aún se mantenía para los criminales. En el falansterio, el trabajo sería como un juego de niños en beneficio de una población en autarquía que reduciría en lo más posible el comercio exterior.

Si bien, tanto Platón como Moro y Furier coinciden con episodios evangélicos de la llamada civilización cristiana en los que aparecen sentencias como: “La naturaleza ha dispuesto todo en común, para el uso de todos, la usurpación ha creado el derecho privado”, o “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios”, falta el otro punto clave, que no sólo refiere al modelo económico, sino al sistema político y las relaciones sociales.

Karl Marx (1818-1883), a diferencia de lo que podría pensarse, resaltaba la importancia de la burguesía como impulso para lograr grandes hazañas de la humanidad como las pirámides de Egipto o la exploración del Mundo: sin intereses privados, no se hubiese llegado a tanto; sin embargo, para el filósofo alemán, llegan un momento en el que las clases altas ya no pueden controlar a su propio monstruo, debido al germen de la sobreproducción, por lo que debe venir “la dictadura del proletariado”.

Ejemplos como la crisis de 1929, donde el modelo de Estado benefactor o Keynesiano, dan razón a Marx, sino en el modelo proletario, sí en la intervención de un agente externo al capital privado para regular los errores de las clases dominantes que poseen los medios de producción.

Pero antes, habría que recordar las aportaciones que la Revolución Rusa de 1917 hizo a la teoría política del Comunismo, que más allá de las cuantiosas teorías de Lenin, Trotsky, Kautski, entre otros, ayudó a diferenciar dicho modelo de producción del Socialismo, siendo que éste último tendría que ser la fase previa al comunismo pasando de una organización donde aún existe un Estado flexible con la burguesía para después vivir bajo un régimen donde no existen las clases sociales y, según Marx, en el que cada individuo aportaría según su capacidad y recibiría según sus necesidades.

En tanto, la diferencia entre Socialismo y Comunismo estriba en el rigor del control gubernamental de la actividad económica y la propiedad de los factores de producción. La práctica de estas teorías es tan compleja que se ha dicho que modelos como el Maoísta en China o el de la Revolución Cubana de Fidel Castro, fueron más bien Capitalismo de Estado y no una transformación a lo que de por sí, sus propios pensadores, calificaban como una utopía. La problemática estriba en que, si el comunismo busca la abolición de las clases sociales, ¿cómo se podría tener un Estado igualitario si existe la clase política gubernamental?

Y luego de todo este muy breve resumen de algunas perspectivas teóricas e históricas: ¿es el gobierno de Andrés Manuel López Obrador comunista? La respuesta es no. En la época moderna, sobre todo en el Siglo XX, los términos Comunismo y Socialismo se fueron alejando cada vez más bajo el surgimiento de modelos híbridos y procesos políticos complejos como la llegada de Salvador Allende al poder en 1970, quien por la vía democrática llevó a la presidencia de Chile un proyecto socialista. Asimismo, personajes como Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia e incluso partidos con principios socialistas en España y Francia, han creado más una socialdemocracia o Estados más bien progresistas.

Sin embargo, pareciera que palabras como Comunismo, sobreviven más para el uso propagandístico que para su implementación real. Si la gente de FRENAAA o un Cardenal dijera: “El gobierno de López Obrador nos quiere llevar al progresismo” no suena tan dramático, o pasaría como cuando Enrique Peña Nieto, en la cumbre de Norteamérica en 2016, criticó la tendencia “populista” en América Latina, sobre gobiernos que otorgan beneficios sociales a la población, y en respuesta, Barack Obama, entonces también presidente, le dijo minutos después que él mismo se asumía populista si la tarea del Estado era garantizar las necesidades básicas, como salud o educación, de los ciudadanos. Dijo también que el propio Bernie Sanders merecía el título de populista porque ha luchado por esos objetivos.

Incluso, en aquel encuentro, ante Justin Trudeau y Peña Nieto, Obama insistió en la necesidad de una tributación más estricta para las personas con mayores recursos y así apoyar a los que menos tienen; expresó su preocupación por los pobres y sentenció que debería haber más reglas para el sector empresarial, y nadie le señaló de “comunista”, porque él mismo utilizó la retórica del ex presidente mexicano para derrumbar la tergiversación de una palabra mal utilizada.

Precisamente, el diccionario de Ciencia Política de Frank Bealey, explica al populismo como un término surgido de movimientos rurales en 1870, donde se buscaba ponderar “la voluntad del pueblo”, lo que congregó la atención intelectual de la época; hoy, se entendería entonces al político populista, explica Bealey, como aquel que trata de llevar los intereses de los grupos desfavorecidos a la esfera del poder, con lo que “buscan proclamar su identificación con el pueblo”.

Por malentender palabras como “comunista”, se asesinó a cientos o miles de opositores del régimen instaurado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en la época de la Guerra Sucia, siendo el primer gran golpe la matanza del 2 de octubre de 1968.

Esos que son llamados conservadores, miran comunismo en apoyos económicos a comunidades indígenas y a personas con discapacidad; lo ven en las  becas para estudiantes y adultos mayores, pero ignoran que existe un Consejo Coordinador Empresarial, participando en la construcción del nuevo T-MEC, o estructurando incluso reformas constitucionales, como la propuesta a las pensiones, que mantiene los intereses de los capitales privados en la esfera pública.

Los conservadores ignoran que en un sistema comunista no podría existir el Índice de Precios y Cotizaciones (IPC), donde destacan las 35 empresas más grandes de México en la Bolsa de Valores. No entienden que el comercio exterior se mantiene y que la administración pública no es un escenario de blancos y negros, sino de un montón de matices a los que fenómenos como la globalización, el neoliberalismo, las nuevas tecnologías y muchos otros factores han orillado a las sociedades del Siglo XXI.

 

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