Ante Lozoya y tantos casos, apuntes sobre la corrupción

En el momento político nacional, paralelamente al curso de la pandemia y de la profunda crisis económica por la que atravesamos, surge el caso de los sobornos en el viejo régimen, encarnados hoy en Emilio Lozoya y los nombres y prácticas concretas de la corrupción entre grandes empresas y políticos y funcionarios públicos, y los sobornos a diputados y senadores, en los gobiernos de Calderón y Peña Nieto. La corrupción que AMLO ha identificado como el principal problema del país y a cuyo combate ha dedicado parte importante de su gobierno, y que hoy nos dice que supera a las series de Netflix.

Es, por ello, necesario plantearnos, como decía uno de nuestros mejores analistas políticos entre 1950-1994, Jorge Carrión, que la corrupción,

Con matriz en las relaciones de producción del sistema capitalista… No es sólo, como se dice, del Estado, del gobierno, de la administración pública. La corrupción y el soborno existen merced a la necesidad de la burguesía de ella, es la articulación primaria entre la llamada sociedad civil y la política; sobre todo entre los explotadores del trabajo y su Estado de contenido burgués.

La corrupción fue una práctica estructural del proceso de acumulación en el capitalismo mexicano después del cardenismo con Ávila Camacho y Alemán, sobre todo con este último se consolida, si bien se dice que Ruiz Cortínez no lo era. Sin embargo, la corrupción va ir más allá y va a alcanzar niveles estratosféricos, inimaginables, a partir de la crisis y los años ochenta en que el neoliberalismo se vuelve la política económica y una nueva etapa del capitalismo.

Las privatizaciones son el caldo hirviente de la corrupción. Se rematan las empresas públicas a los compadres, se limpian las empresas de trabajadores y deudas y sin problemas pasan al capital privado mexicano que en poco tiempo las vende al capital extranjero, pasando de un proceso de privatización a uno de desnacionalización. ¿Y dónde quedó el dinero de la venta de las empresas? Se dice que fue al pago de la deuda, pero la deuda siguió creciendo. Los cuantiosos ingresos por la exportación el petróleo, se esfumaron igualmente, tanto en el periodo de López Portillo como en el de De la Madrid, en el de Salinas, paladín de la privatización, de Zedillo o en los de Calderón y Peña Nieto.

En estos procesos se multiplican los despachos de asesoría para el teje y maneje financiero, varios de ellos formados por exfuncionarios públicos del sector financiero con relaciones en el exterior.

En el caso de Pemex, en particular, su supuesta reestructuración, desde finales de los años ochenta, con Salinas, fragmenta a la empresa, y una de sus partes, la de exportación maneja sus recursos en las islas caimán o en cualquier otro lugar para la especulación financiera.

La compra-venta fraudulenta, corrupta, de los activos públicos para facilitar el TLCAN fue reconfigurando a la clase política y empresarial mexicana.

 

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