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El sinsentido de nominar a Trump como Premio Nobel de la Paz

Hace algunas semanas, quizás como estrategia de campaña política de cara a las elecciones presidenciales de noviembre, tal vez por una real idea de un político en Noruega, se sugirió que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, podría llegar a ganar el Premio Nobel de la Paz.

“Creo que ha hecho más para tratar de crear paz entre naciones que la mayoría de nominados”, dijo quien propuso a Trump para el Nobel, el político noruego Christian Tybring-Gjedde, miembro del parlamento de su país, en entrevista con Fox News.

Según la explicación del noruego, que circuló en medios internacionales, Trump merece el premio por impulsar el acuerdo alcanzado entre Israel y Emiratos Árabes Unidos. “Como se espera que otros países de Medio Oriente sigan los pasos de Emiratos, este acuerdo puede cambiar el tablero y hacer que sea una región de cooperación y prosperidad”, argumentó.

Asimismo, se dijo que Trump no ha iniciado ninguna guerra ni ha enviado tropas a un conflicto armado, en contraposición con sus predecesores, como el propio Barack Obama que ganó el Nobel.

Qué increíble sinsentido: nominar a un hombre para un premio de paz sólo porque no ha hecho la guerra. ¿Nadie se da cuenta de lo terrible que ha sido la política estadounidense, basada en sus añejas doctrinas, que ahora resulta, un sujeto merecería reconocimiento por el hecho de no asesinar, de no bombardear, de no enviar a miles de hombres para masacrar a otro montón de seres humanos? Es como sentirse orgulloso de no ir a la cárcel por no ser un criminal, como si respetar al Otro no fuera nuestra obligación.

En 2018, Trump ya había sido propuesto para el Nobel por el propio Tybring-Gjedde, por “su ideología vigorosa de la paz, que usa como un arma de disuasión contra el islam radical, ISIS, Irán nuclear y China comunista”, según la carta que recibió el director del Instituto de Investigación sobre la Paz de Oslo. Además, se reconoció la cumbre del presidente con el dictador norcoreano Kim Jong-un en Singapur, la cual terminó sin acuerdos.

¿Y en el caso de Irán, qué pasó después? Que el mismo Trump abandonó el Plan de Acción Conjunto y Completo, acuerdo con el que las potencias (Reino Unido, Alemania, Francia, China y Rusia) mantienen tratos de que Irán no aumente su capacidad nuclear a cambio de disminuir las sanciones económicas contra el país persa.

Otro sinsentido en el mundo moderno: las potencias toman como rehén la capacidad energética de un país no occidental para invitarle, más o menos, al concierto de las naciones y sus pactos financieros, algo a lo que en realidad están obligados, debido a que por el estrecho de Ormuz, reducido espacio que conecta el Golfo Pérsico con el Océano Índico, es por donde pasa cada día más del 30 por ciento de la producción mundial de petróleo .

Irán llegó a almacenar más de 8 mil kilos de uranio enriquecido al 3,5 por ciento. Según la BBC, para desarrollar armas nucleares es necesario que el uranio 235 esté enriquecido al menos al 90 por ciento. Pero justo cuando la economía iraní tomaba cursos positivos, otra vez, Estados Unidos, la nación que en 1945 destruyó Hiroshima y Nagasaki, asedia a un país que jamás ha lanzado una bomba con potencial nuclear.

Y ya que estamos parados en Medio Oriente, hablemos del papel que tiene Palestina en el Plan de Paz de Trump: el reconocimiento de la nación palestina como Estado y su capital en Jerusalén del Este. ¿No el mismo Trump socavó la política de Palestina al trasladar la embajada de los Estados Unidos en Israel a Jerusalén y asegurar que el país judío tenía derecho a marcarla como su capital?

Tras el anuncio del Plan de Paz de la Casa Blanca, el presidente palestino Mahmoud Abbas lo calificó como una “conspiración” y dijo que los derechos de su pueblo “no están en venta”. “Les digo a Trump y Netanyahu: Jerusalén no está a la venta, todos nuestros derechos no están a la venta ni a cambio de una ganga. Y su acuerdo, esta conspiración, no pasará”, dijo Abbas en un discurso televisado en la ciudad de Ramala.

Los palestinos han perdido más del 90 por ciento de su territorio desde la ocupación británica de 1917: su agua, sus recursos energéticos, sus árboles, Palestina ha vivido una suerte de balcanización en su propia tierra que ha partido su intento de país en no más que fragmentos acosados por Israel, el bastión de los Estados Unidos en Medio Oriente.

¿Y es Donald Trump quien merece un premio que enaltece las labores por la paz? Con tristeza, es evidente que ciertos galardones son sólo artefactos políticos más que una cuestión de meritocracia. Que alguien haga algo por Palestina, por el Kurdistan, por los afroamericanos que mueren a manos de la policía en Estados Unidos: ¿cómo un presidente puede estar siquiera nominado a un premio por la paz, cuando en su país miles se levantan en contra del racismo institucional que él mismo parece alentar en su discurso nacionalista?

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