Las incongruencias de la ley seca en Yucatán

Los albañiles se reúnen en un rincón de la obra; el sol los ha golpeado desde las 9 de la mañana; colocan, sobre una mesa hecha con bloques y vigas, una bolsa de frituras abierta por la mitad a la que meten chiles jalapeños y trozos de queso amarillo. A un lado ponen platos con carne de pollo empanizada, espagueti rojo, pepinos, lechuga, frijol líquido metido en bolsas transparentes; también, dos kilos de tortillas de maíz y tres coca-colas de dos litros y medio que sirven en botellas desechables partidas por la mitad con una segueta. No usan cubrebocas porque es innecesario: duermen juntos de martes a sábado, hamaca contra hamaca.

Uno mira la mesa improvisada y se quita la gorra; la pone hacia atrás, señal de resignación, y se limpia el sudor mientras sonríe. Sabe que algo falta: tres cervezas de litro y medio— modelo “misil”, para ser más específicos; marca Indio, por pura publicidad— que acostumbran beber directo del gollete y pasándolas de mano en mano cada tarde, desde hace tres meses, cuando iniciaron este complejo departamental en obra gris.

Pero no hay: desde hace quince días— es decir el 9 de abril— , cuando se declaró la ley seca, no hay cerveza en el estado de Yucatán. Al menos, no hay cervezas que puedan consumirse en flagrancia sin recibir hasta seis años de prisión y 200 días de multa, según el Código Penal del estado. Tal vez al fondo, metidas en huacales, los albañiles tienen ocho o nueve latas que les han costado el 10 por ciento de su salario semanal. O algo más fuerte: trago, licor de caña, que sirven acompañado de jugos de sobre y agua templada, pero sólo cuando se hace de noche y las luces de la policía son una amenaza hasta allá, loco, a lo lejos, en la avenida, por el table del Klan Cabaret.

La escena se repite: una mujer llega a casa luego de 10 horas de trabajo. Ante la situación desatada por la pandemia, vive en la incertidumbre y, además, está incómoda. En Mérida, municipio de Yucatán, el calor es como una sábana recién planchada que nunca se despega de la piel. Las noches son una boca húmeda. Ella no sabe si al llegar a casa el virus ya se habrá propagado por la entrada, donde pasan sus hijos y quienes llevan dos meses encerrados. O estará pegado a uno de los billetes y monedas que desinfecta con agua y cloro en el lavabo.

Tras lavarse las manos, la mujer abre el refrigerador: saca toppers, calienta la comida —una parte sobre la sartén con aceite, otra en el horno— y sabe que algo falta.

Cerveza, piensa, mientras se agarra la cintura.

En concreto, un latón de cerveza clara-light que acostumbra beber a tragos cortos mientras la comida expulsa sus aromas por la ventana conectada al patio, tras lo cual va a la hamaca, que está en la sala, y come con las luces apagadas, sin cambiarse de ropa, viendo una serie por la televisión y meciéndose a un ritmo que solo ella conoce. Cuando lo recuerda, se le eriza la piel.

¿Y a cuánto dices que las están dando los señores?, me pregunta en relación a los clandestinos. Los únicos que en medio de esta cuarentena manejan la venta de cerveza. Como sea, no me alcanza, asume sin dejar que conteste.

La escena, de nueva cuenta, se repite, pero con variantes. Un hombre de sesenta años escuchó de último momento el aviso que lanzó el gobernador del estado de Yucatán, Mauricio Vila Dosal, el pasado 8 de abril, en un video que para muchos alcohólicos resultó devastador.

La probabilidad de una ley seca en uno de los cuatro estados que más consume alcohol a nivel nacional— estado, a su vez, con un alto porcentaje de alcoholismo infantil e intoxicación alcohólica— parecía un mito. Algo extraño, como ese virus nacido en China, relacionado con murciélagos y que, invisible, golpeaba a Europa, Asia y los Estados Unidos.

El hombre leyó la noticia desde su celular y viajó a hacia el expendio más cercano. Cerrado. Fue al supermercado, donde las filas eran largas como una película del apocalipsis. Finalmente, un amigo le llamó y le dijo que una cervecería independiente, de nombre “Patito”, tenía reservas y las estaba vendiendo en su planta principal. El hombre fue y compró cuantas cajas pudo, pues es alguien que desde hace 25 años bebe al menos seis cervezas diarias y me tenía que prevenir.

Son cuatro cervezas más en relación a las dos que les entregaban a los egipcios poco después del descubrimiento de la cerveza, le digo, y como parte de una dieta balanceada y financiada por el imperio, que incluía cereales, carne y otras cosas. Y él contesta: ¡Uta, dos! Eso me tomo sólo para comer.

Breve historia de la cerveza

Oscura y clara. Dulce y amarga. Con sabor a cebada o chocolate. Casi, a veces, a café. La cerveza es el error más hermoso de la humanidad y, como dicen los expertos, podría ser el origen de la sociedad y la agricultura.

Historia de la cerveza, un documental de History Channel disponible en YouTube, dice que su descubrimiento se lo debemos a los Sumerios, quienes, en Medio Oriente, acostumbraron mezclar granos y semillas con agua, lo que derivó en el maravilloso fermento y en que abandonaron el nomadismo para establecer los primeros asentamientos humanos. Es decir, la cerveza podría ser el origen del sedentarismo. Y de la sociedad como la conocemos.

En el documental el arqueólogo y antropólogo Robert Braidwood aduce que los natufienses (uno de los grupos humanos más antiguos, que vivieron entre el 13,000 y el 19,000 antes de nuestra era, en Siria e Israel) decidieron cultivar cebada para hacer alcohol, prefiriendo la bebida por encima del pan.

Esto, complementa Solomon Katz, profesor en la Universidad de Pennsylvania, porque la “sed, más que el hambre, pudo ser el estímulo detrás del origen de la agricultura”.

Antes de encontrarla en una lata, latón o caguama, amparada por marcas que enarbolan el monopolio de la felicidad, la cerveza viajó del Medio Oriente a Armenia, Georgia, y Rusia; y luego hacia Bohemia, Alemania y las Islas del Reino Unido. Se acostumbra hacerla de cebada, trigo, centeno, maíz o arroz desde hace cientos de años, y se le agregan sabores que pasan por frutas, hierbas, chocolates, pero principalmente lúpulo.

La fórmula común de la cerveza comercial, visible en cualquier etiqueta, consiste en agua, grano malteado (cebada, por lo general), lúpulo y levadura (un hongo microscópico).

En Apuntes para la historia de la cerveza en México (2012), María del Carmen Reyna y Jean-Paul Kramer consignan que el consumo de cerveza se difundió en nuestro país tras la caída del pulque, cuya calidad menguó a partir de diversas taras en el proceso de distribución y porque los dueños de bares en “La Nueva España” tuvieron la costumbre de diluir la bebida con aguas negras y reciclar las sobras, lo que devino en el repudio de los clientes y el posterior coronamiento de la cerveza.

Los autores mencionan como un hecho curioso que, en las grandes extensiones destinadas al cultivo de Maguey, también se sembraba cebada. Curioso porque el pulque tuvo a su peor adversario a unos metros de distancia. Así, tras 400 años, la cerveza y los refrescos se encargaron de enterrarlo en las preferencias del paladar pre-revolucionario. Según el libro, los tipos de cerveza más consumidos actualmente son la ámbar, la pálida, chocolate, cristalizada, muniquesa, de trigo, vienesa y negra.

Por su parte, el estado de Yucatán oscila entre los principales lugares de consumo de cerveza si nos remitimos a los datos publicados en 2016, 2017 y 2018 por diversos medios de comunicación, así como por los boletines de la Secretaría de Salud Federal. Hasta el año 2018, según estos reportes, Yucatán se mantuvo en el primer lugar en los índices de alcoholismo de entre las 32 entidades federativas con casi diez mil casos de alcoholismo.

De acuerdo con un informe regional de la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma, los yucatecos consumen en promedio 80 litros anuales de cerveza, mayor a la cifra nacional que es de 65 litros al año. Además precisaron que, durante la administración anterior, del priista Rolando Zapata Bello, existían 2 mil 600 puntos de venta Six, mientras que se gestionaron más de 5 mil permisos para la venta de cervezas de Grupo Modelo.

Reyna y Kramer registran que a nivel mundial existen 1300 fábricas de cerveza que producen cinco mil marcas diferentes. Tras abordar que en un solo partido del mundial de fútbol de 2006 se consumieron 1.2 millones de pintas de cerveza, sentencian: “Esta es una pequeña muestra de que por ahora la predilección por esta bebida no se detendrá”.

En cuanto a México, mencionan que durante el porfiriato la industria cervecera generaba mayores empleos a hombres y mujeres en edad de trabajar. Por entonces los mexicanos rebasaron a los europeos en el consumo de cerveza, pues un individuo común y corriente bebía 90 litros de cerveza anuales en Alemania, mientras que en México ingería 194 litros.

¿Quién vende cerveza durante la ley seca?

Carlos se levanta a las ocho de la mañana y prende leña para hacer café y huevos. Tiene estufa, pero desde niño ha comido así, pues dice que el olor del humo termina de sacarlo de sus ensoñaciones. En su espalda hay tres tatuajes: su madre, su esposa y su hijo de seis años. Frente a una nube diminuta y negra como el petróleo, me cuenta que hoy soñó que lo arrestaba la policía, y, tras golpearlo, lo obligaban a delatar a su jefe, quien en la anterior normalidad, previa al COVID-19, era su subalterno.

Me hacían llevarlos a la bodega donde está el material, me dice. Y por material Carlos se refiere a los más de 100 cartones clandestinos de cerveza que venden a 1200 pesos cada uno. Algunos, explica, los tienen en una bodega que se encuentra en la carnicería donde antes trabajaban; otros, los más baratos, los esconden entre las ramas del monte, o los entierran bajo grava y arriba colocan una rama con un pañuelo para no olvidar su posición.

Esto sucede luego de que en el estado de Yucatán el gobernador Mauricio Vila decretó por segunda vez una ley seca que ha prohibido la venta de alcohol por más de un mes, desde el pasado 9 de abril, y la misma que sin previo aviso se impuso de nuevo en julio y se mantendrá hasta el primero de septiembre del año 2020.

A lo largo de estos meses, organizaciones como el Instituto Nacional de la Mujer (Inmujeres) han reportado incrementos en los casos de violencia de género, mientras que los críticos de la actual administración apuntan que podría deberse a la falta de alcohol, al encierro, así como a un infatigable aumento del alcoholismo en el estado; en tanto, se han registrado casos de intoxicación y muerte por consumo de alcohol adulterado.

Apenas a un kilómetro de donde me encuentro entrevistando a Carlos, en la Colonia Maya, 9 personas murieron entre espasmos, gritando que perdieron la vista, luego de consumir un brebaje— algunos medios dicen que era perfume— en un taller mecánico.

Según los medios locales, los responsables son dos sujetos identificados como “Ballena” y su secuaz “Pitoloco”. Al primero de ellos Carlos lo conoce, jugaban fútbol juntos, y dice que no cree en la información. Sin embargo, a este caso se suman los cinco fallecidos en los municipios de Acanceh y Petectunich, así como tres más en Chuburná, todos por el consumo de alcohol adulterado. No hay detenidos por estos casos.

Con un producto de confianza que lleva la etiqueta de las marcas conocidas, Carlos ha aprovechado bien la coyuntura: por cada cartón vendido recibe 400 pesos y eso le permitió construir un techo y un piso de cemento que él mismo coló en sus tiempos libres entre repartos, justo donde ahora juega su hijo. Es consciente del riesgo: si lo “atoran” (arrestan) deberá pagar una multa de 80 mil pesos, lo que también podría ameritar un periodo de hasta seis años en la cárcel.

Es una buena lana y como están las cosas uno no puede desaprovechar, dice atizando la leña con una rama.

En estos tiempos, conseguir cerveza en el estado de Yucatán se ha vuelto una tarea complicada. Los precios de los cartones de misiles oscilan entre los mil y los mil 200 pesos, inaccesibles para quien gana menos de mil pesos a la semana—este espectro es muy amplio e incluye a la mayoría de la sociedad yucateca—, mientras que las planchas de latas están entre los 900 y los mil pesos.

En el primer periodo de prohibición conocí a otro vendedor, al que llamaré Daniel y quien vendía un solo six de cerveza, marca Superior, en 400 pesos. Pese a lo disparatado del precio, puesto que el real es de 60 pesos, Daniel me aseguró que vendía mucho y que con ese dinero pagaba sus gastos en tanto el gobierno aprobaba la reapertura de su actividad laboral. Las cervezas las consiguió gracias a un amigo que regenta un expendio.

Ese es un patrón común en la venta de alcohol clandestino en el estado de Yucatán: los dueños de expendios, arrinconados frente a la inminente prohibición, vendieron sus bodegas enteras a particulares al precio normal, y ellos las revendieron a más del doble en la clandestinidad.

En ese sentido, una empresa originaria del municipio de Oxkutzcab distribuyó algunas cervezas denominadas “Clandestino”, en cuya etiqueta aparece un manifestante con un paliacate en el rostro, a punto de arrojar una bomba molotov. Cada litro se vendió en 150 pesos. Compré dos en una venta masiva que se hizo en una bodega. Quise conversar con los dueños, pero se negaron por miedo a represalias.

Por su parte, Carlos cuenta que también hay quienes traen las cervezas desde Campeche u otros estados. Se llega a una acuerdo con un trailero o con un chofer, y se esconden los cartones en las bateas. Muchos son detenidos en las casetas de peaje. Otros llegan y se enriquecen. Carlos asegura que desde la ley seca gana hasta el triple de lo que recibía en una semana de la anterior normalidad. Al pasar a la ilegalidad, la cerveza podría considerarse como cualquier otra droga, y, así como sucedió durante el periodo de la ley seca en Estados Unidos (1920), Carlos es una suerte de Al Capone contemporáneo.

Pero las preguntas son: ¿quién o quiénes en realidad se enriquece con la ley seca?, y, ¿por qué evitar la venta del alcohol reduciría el consumo?

El gobernador Mauricio Vila no ha podido responder a estas preguntas. Cuando se le cuestiona a través de redes sociales, el único sitio en donde se toma el tiempo de responder las críticas de los yucatecos, reproduce un mensaje de Protección Civil en donde se expone que prohibir la venta de alcohol reduce la violencia de género y los contagios por COVID-19.

Ese mismo mensaje sin sustento se reprodujo luego de que—cuando prohibió la venta de alcohol en un periodo menor a 24 horas— cientos de personas salieron y se apiñaron a las afueras de las tiendas para comprar alcohol desesperadamente, sin respetar las medidas sanitarias y fomentando el colapso del sistema hospitalario yucateco, precario desde hace décadas.

La mantuvo pese a que las cifras del Inmujeres reflejaron aumentos en los casos de violencia de género. Y lo siguió reproduciendo aunque hubo un rebrote de contagios en el estado y se establecieron nuevas medidas de mitigación, como un anticonstitucional “toque de queda a las 10:30 pm”. Finalmente, para el 15 de septiembre se mantuvo la venta de alcohol ante la presiones de la Cámara de Comercio, los dueños de expendios y los miles de alcohólicos que viven en el estado.

Cuando tuvo lugar la segunda prohibición, lancé un mensaje en Facebook: “¿Alguien me contaría sus experiencias durante la ley seca?”. Entre las muchas personas que me contestaron—el propio Carlos me escribió: no me vayas a torcer, carnal— una amiga me narró lo complicado que le fue garantizar el consumo para uno de sus padres que, alcohólico y desempleado por el COVID-19, no sabía cómo lidiar con la ansiedad. Entre ella y sus hermanos, gastaron alrededor de 20 mil pesos en compras de cerveza clandestina.

Durante esas fechas también aparecieron en los medios casos de regidores, ayudantes de alcaldes y otros funcionarios vinculados a la compra y venta del alcohol clandestino. No consigno los casos en este texto porque se encuentran todavía en investigación. Pero, creo, vale la pena recordar que el actual alcalde de Mérida, Renán Barrera Concha, fue detenido por un alcoholímetro durante su periodo de campaña. Cuando los policías le preguntaron de dónde venía, respondió con los ojos irritados y las mejillas rojas: “De buscar a mis hijos”. Cabe aclarar que era de madrugada y sus hijos no llegan a los doce años.

No se trata de exhibir sino de demostrar que el consumo desmedido de alcohol es un rasgo cultural de la sociedad yucateca, que se produce en los grandes escalafones políticos y permea hasta los estratos más bajos. A su vez, en una entrevista para el programa de internet VoxTuberos, Mauricio Vila, entonces candidato a la gubernatura, cumple el reto de abrir una caguama con una botella de plástico. ¿Cuál fue el objetivo? Que el yucateco promedio dijera: Vila es como nosotros, también se toma sus chelas.

No obstante, el Gobernador nunca ha abordado el tema del alcoholismo, cuyo impacto en la salud pública es mayor al que se piensa.

De esta manera, en los periodos de la ley seca no se prohibió el consumo sino que, por el contrario, lo volvieron un tema de clases. Durante estos meses, en Yucatán bebió quien tuvo para pagarlo y, quien no pudo, compró los brebajes más accesibles y corrió el riesgo de terminar muerto.

Recopilaciones

Nadie quiere dar su nombre. Temen represalias del gobierno o que, si este texto se publica, los asuman como alcohólicos. Es un tanto contradictorio, pues en Yucatán beber alcohol es casi un protocolo para la aceptación social.

Sin embargo, retomo el cuestionamiento que hizo la señora L, quien bebe cerveza desde hace 35 años. Es, según lo que le dijo su psicólogo, una alcohólica funcional, pues posee un patrimonio, prerrogativas laborales y ha trabajado el mismo tiempo que tiene bebiendo. Para ella, si se prohibió la venta de alcohol también se debería prohibir la venta de productos azucarados. ¿No se supone que el virus nos mata por la obesidad y los problemas asociados a la alimentación?, me pregunta.

Otra de las personas que me hizo una breve declaración, el señor N, piensa que las medidas de Vila arrojaron a los alcohólicos como él a la incertidumbre y los obligó a tomar medidas desesperadas, por las cuales se corren más o menos riesgos dependiendo del estrato socioeconómico. En su caso, percibe los suficientes ingresos para comprar cartones de cervezas clandestinos. El poco dinero que gana lo administra en sus vicios, mismos que hasta la fecha le parecen indispensables. Estar sin ellos, en el marco de una pandemia, le generaría ansiedad, asegura.

Carlos consideró que en realidad Mauricio Vila no prohibió la venta de alcohol, sino que fomentó que ciertos sectores informales aprovecharan el vendaval para hacer negocios. Desligándose a sí mismo de esa situación, asegura que algunos amigos, quienes también venden alcohol clandestino, están protegidos por personas cercanas al Gobierno del Estado, el cual le suministra los cargamentos.

Aunque Hipócrates le otorgó propiedades terapéuticas,“como suave calmante que mitiga la sed, facilita la dicción y fortalece el corazón”; y aunque se recomienda para equilibrar el colesterol; la cerveza es adictiva y su consumo prolongado deriva en problemas médicos complejos, como cirrosis u otras taras en la funcionalidad hepática. Genera dependencia física y psicológica, por lo que dejar su consumo súbitamente puede traer problemas de conducta. De los 140 suicidios que registró la Secretaría de Salud de Yucatán en 2020, más del 50% se asocian al consumo del alcohol, lo que también es reflejo del panorama mundial.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos mentales, como depresión mayor, trastorno bipolar, abuso de alcohol, drogas y la esquizofrenia, son factores importantes asociados con el suicidio, con una prevalencia de 80 a 100 por ciento en los casos consumados.

Apenas el año pasado (2019), el especialista del Centro de Formación, Atención e Investigación en Psicología, Aarón Pacheco Miranda, expuso al Diario de Yucatán que, con base en la media nacional de suicidios, Yucatán ocupa uno de los primeros lugares en casos de alcoholismo e intoxicación etílica asociados al suicidio.

Lo preocupante de la situación es que el levantamiento de la ley seca respondió exclusivamente a razones comerciales y no de salud pública. Hubo gente que murió durante la prohibición por el consumo de sustancias adulteradas. Se tiene conocimiento de los casos antes señalados, más los que probablemente no llegaron al escrutinio público.

La prohibición puso bajo la luz pandemias regionales más arraigadas en la cultura yucateca. Por un lado, los casos de abstinencia habrían derivado en reacciones agresivas, violencia intrafamiliar y de género; por el otro, forzó a los adictos a buscar vías alternativas para perpetuar el consumo.

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