Cuando se tiene la suerte de tener cierto grado de estudios, en un país como México donde esta posibilidad no abunda, en algún momento, en alguna clase, uno se topa con “El mito de la caverna”, de Platón, filósofo griego que pensaba, vivimos viendo sobras generadas por los más poderosos de la sociedad.
Platón decía que las personas de su tiempo vivían metidas en una caverna, mirando hacia el fondo de ella, sólo observando sombras generadas a propósito de los intereses políticos, económicos y sociales de las clases dominantes. Lo más hermoso y frustrante de esta alegoría, es que, aquel que se liberaba del encierro, salía a la intemperie para ver el mundo real: se deslumbraba, se maravillaba, registraba los olores, los colores, las maravillas de la existencia y cuando volvía para contar a los demás su experiencia, nadie le creía, todos pensaban que era un loco pues no conocían más que las sombras al fondo de la caverna.
Al llegar los medios de comunicación masiva: el cine, la radio, la televisión, incluso mucho antes los diarios, podríamos incluir a los juglares, se pensó que esas sombras poco a poco se desvanecerían, debido a que personajes ajenos a las aristocracias o a las élites serían los encargados de investigar e informar a la sociedad para acercarles otra mirada de la realidad. Para muchos, el griego Herodoto, que vivió hace unos 2 mil 500 años, fue considerado el primer periodista de investigación, el inventor del reportaje, aquel que viajaba allende las fronteras para volver con su gente y relatarles todas sus aventuras.
Pero no fue así. Bien lo dice Ryszard Kapuscinsky en “Los cinco sentidos del periodista”: “Nuestro oficio comenzó a cambiar como consecuencia de la revolución tecnológica que permitió transmitir la noticia de manera fácil e inmediata. Los canales electrónicos hicieron posible que las noticias viajaran rápidamente y sin problema de un lugar a otro del mundo, en una transformación radical: décadas atrás, lograr que en el periodismo la noticia llegara a su destino final era en sí el tema para una crónica (…) Con la revolución tecnológica este tema dejó de existir”.
Y añade el periodista polaco: “Pero hay una segunda razón para el cambio de nuestro oficio, acaso la más importante: que la noticia se convirtió en un buen negocio. Este acontecimiento tiene suma importancia, ya que al descubrimiento del enorme valor económico de la noticia se debe la llegada del gran capital a los medios de comunicación. Normalmente el periodismo se hacía por ambición o por ideales, pero de repente se advirtió que la noticia era negocio, que permitía ganar dinero pronto y en grandes cantidades. Eso cambió totalmente nuestro ambiente de trabajo”.
¿Cómo no hacer caso de las palabras de uno de los reporteros más afables de nuestros tiempos? Kapuscinski recorrió prácticamente toda África en los tiempos en que dicho continente comenzó sus guerras de independencia, más o menos a partir de la segunda mitad del Siglo XX. Miraba para donde nadie más lo hacía, sólo por el interés de contar la versión del Otro, del olvidado, de aquel que a nadie daría voz si no fuera por ciertas plumas, como la de él, interesadas en el verdadero corazón africano.
Hoy, seguimos en las sombras, lo que se explica precisamente con las palabras de Kapuscinski: “la noticia se convirtió en un buen negocio”. Y la muestra está en que personajes como Víctor Trujillo, Joaquín López-Dóriga, Carlos Loret de Mola, o incluso diarios como Reforma, publican verdades a medias, información tendenciosa, parcialidades de la realidad de las cuáles están conscientes, pero prefieren dejarlo así, sólo como una sombra borrosa. Varias veces a dichos personajes, a ciertos medios, se les ha desmentido la información que publican y aún así lo vuelven a hacer, o las decenas de portales que replican un trascendido sólo porque está en todos lados, son saber si es verdad: sólo hacen negocio.
El nepotismo, el abuso de poder, la corrupción son algo inaceptable para una sociedad como la mexicana que sueña con una democracia que más o menos comienza a vislumbrar, pero, por qué la nota de Latinus, en este caso firmada por Carlos Loret de Mola y que se hizo tendencia esta semana, explica el problema de la prima del presidente Andrés Manuel López Obrador así: “Con el gobierno de Enrique Peña Nieto, por ejemplo, la empresa de Felipa Obrador recibió al menos 25 adjudicaciones, sin embargo, con una frecuencia y montos menores a los ganados durante los dos primeros años del sexenio en curso, de hecho, el último contrato data de 2014”.
De igual forma, trascendió en el portal de Latinus, una entrevista que Carlos Loret de Mola realizó al gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro. Decía Eduardo Galeano, imprescindible periodista uruguayo, que el oficio del reportero era darle voz a quienes no la tienen, pero personajes como Loret de Mola prefieren dar más foro a un sujeto que utiliza, por ejemplo, los espacios de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, como tribuna política, cuando, que yo sepa, no tiene siquiera un libro publicado. Una entrevista entonces se convierte en simple diálogo de opositores: unas élites charlando con otras.
Si Carlos Loret de Mola hubiese querido hacer periodismo, en su reportaje sobre Pemex, estaría la versión de la empresa a la que hace referencia, y más aún, la de la agraviada; pero no, en realidad él hace negocio, vende sombras. ¿Por qué no fue nota esta misma situación, pero en el sexenio de Enrique Peña Nieto?, ¿por qué a Loret de Mola y a su medio no les interesan los desaparecidos, los feminicidios, las víctimas, los migrantes, los derechos indígenas? Esas preguntas cada quién tiene derecho a responderlas como quiera.