La corrupción, hemos señalado en varias ocasiones, no es sólo un asunto de ética personal ni de ética pública, es un mecanismo de acumulación del capital que en el capitalismo dependiente del subdesarrollo es aún más monstruoso. La mayor parte de las grandes fortunas de los oligarcas latinoamericanos, de esa minoría rapaz, se ha forjado en la connivencia entre gobiernos y empresarios de nuestros países y empresarios extranjeros. Proceso histórico que en las últimas décadas de neoliberalismo la privatización prohijó y reprodujo a gran escala.
Hay que tener presente que la crisis de la deuda pública de principios de los años ochenta, llevó, por indicaciones del Fondo Monetario Internacional, a los programas de ajuste y a la privatización. Los grandes capitales nacionales se reconfiguraron e iniciaron un proceso de trasnacionalización, de internacionalización, muchas veces en asociaciones con el capital trasnacional extranjero; ejemplos son el de Carlos Slim con el Grupo Carso y América Móvil, el Grupo Bimbo que se extendió hasta China y el Grupo México con minas en Perú. De Brasil destacan el grupo Vale (minería, manufactura) y JBS (alimentos).
Odebrecht, empresa brasileña constructora, toma un gran impulso bajo el proyecto del IRSA, un proyecto de infraestructura para todo el sur de Nuestra América, y se diversificó hacia la construcción de infraestructura energética. Así llegó a México durante el gobierno de Calderón y se enraizó con el de Peña Nieto, de la mano de Carlos Salinas de Gortari, participando incluso en la campaña de este último. Entre sus proyectos, contratos, destacan los contratos con Pemex para que garantizara el suministro de gas a su filial en México durante décadas, además de que Pemex debía pagar el transporte del gas.
Pemex firmó contratos con Braken.Idesa, filial de Odebrecht, sobre el gas etano por 5 200 millones de dólares en el gobierno de Felipe Calderón que implicaron pérdidas por cerca de 14 000 millones de dólares para nuestro país. “Se firmaron -afirmó el presidente López Obrador- para que particulares, nacionales y extranjeros hicieran jugosos negocios al amparo del poder público; a costa del presupuesto que es dinero del pueblo”. Pemex se comprometía a pagar cantidades exorbitantes, suministrara o no el gas a precios inferiores al precio de mercado, otorgando así subsidios a esa empresa por años y años, incluso cuando aún se construían los gasoductos y no había gas alguno que se transportara. Así mismo Pemex aceptaba graves penalizaciones si no cumplía con el acuerdo, con las cantidades de gas que se establecía debía entregar.
La corrupción del neoliberalismo emerge como pus, un día sí y otro también, del cadáver putrefacto que nos dejó.