El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), en su último informe asevera que el calentamiento se acelera con consecuencias sin precedentes y sus efectos negativos mayores están ya a la vuelta de la esquina y se manifestarán en menos de una década. Este cambio climático ha sido provocado por la acción humana, por la quema de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas; por un proceso de industrialización que no tomó en cuenta a la tierra, ni a los minerales que extraía, ni al consumo irracional del agua, ni a la contaminación que provocaba.
El petróleo, que ha sido el energético del siglo XX, del siglo definido, en gran parte, por el automóvil, se ha convertido en el principal causante de este negativo cambio físico-químico. El petróleo y algunos de sus derivados se convirtieron también en insumos básicos para la generación de electricidad.
El cambio climático hoy se manifiesta en las inundaciones que afectan a diferentes países en diversos continentes, ya sea a Alemania en Europa o a China en Asia; o en los trágicos incendios en California, Estados Unidos, en Grecia y Turquía, o en las sequías que afectan a la producción agrícola y al suministro de agua que entre 1988 y 2017 afectó a 1.5 millones de personas. Situación que exhibe la insuficiencia de los acuerdos institucionales para contener el aumento de la temperatura sobre la tierra y que también amenaza con aumentar del nivel del mar que afectará a muchos millones más.
Ya Fidel Castro advertía en 1992, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente, en Río de Janeiro: “Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.”
¿Qué hacer frente a la catástrofe que se avecina mañana y la que ya está presente?
La lucha tiene varios frentes: del personal y familiar en el hogar, cambio de patrón de vida y de consumo, de la búsqueda de energías alternativas como la solar y la recolección de lluvia -que no son baratas ni están al alcance de todas las familias-, de la eliminación del plástico en nuestros hábitos cotidianos, a políticas institucionales nacionales que busquen energías alternativas y apoyen el cambio en los hogares.
Más allá, el problema de poder real de los grandes grupos petroleros-financieros-industriales en el mundo, es el más grave. Es una poderosa fracción oligárquica que en Estados Unidos impone la política energética que adquiere dimensiones de seguridad nacional. La búsqueda del oro negro ha llevado a invasión de países, a guerras -Irak es el más trágico ejemplo contemporáneo-, a bloqueos como en el caso de Venezuela; y también ha enfrentado resistencias populares y nacionales de trascendencia, como fue el caso de la expropiación petrolera en nuestro país.
Hoy, en nuestro país, la política energética, aparte de contener y en alguna medida revertir el proceso de privatización impuesto por el neoliberalismo, sobre todo en los últimos dos sexenios, el de Calderón y el de Peña Nieto, y rescatar la soberanía energética nacional, avanza en la búsqueda de alternativas energéticas más allá del petróleo: contención de la explotación y exportación petrolera, rescate de refinerías e hidroeléctricas, prohibición del fracking y construcción de campos de energía solar.