La salida de la crisis sanitaria, económica y social causada por la pandemia de Covid-19 es una oportunidad para transformar el modelo de desarrollo de América Latina y el Caribe y construir sistemas agroalimentarios que desarrollen resiliencia a riesgos futuros.
Así lo sostiene la novena edición del informe Perspectivas de la Agricultura y del Desarrollo Rural en las Américas, una mirada hacia América Latina y el Caribe, elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), elaborado en forma interdisciplinaria por más de 30 técnicos de las instituciones.
El documento subraya que las acciones transformadoras a largo plazo deben llevarse adelante junto al proceso de recuperación inmediata y con un abordaje simultáneo de las problemáticas sanitaria, económica y climática.
Uno de los temas prioritarios es acelerar la digitalización de la agricultura, que puede contribuir a la construcción de sistemas agroalimentarios más prósperos, sostenibles, resilientes e inclusivos en la región, durante la transición del período pospandemia.
La revolución tecnológica en curso brinda la posibilidad de maximizar los beneficios económicos, ambientales y sociales de la producción de alimentos. Para ello, es imprescindible un trabajo conjunto y planificado de los actores públicos y privados, que minimice los riesgos de la generación de desigualdades y exclusión, señala el informe que lleva la firma de Manuel Otero, Director General del IICA; Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL; y Julio Berdegué, Subdirector General y Representante Regional para América Latina y el Caribe de FAO.
El documento señala que la reducción de 7% en el PIB regional en 2020 ha sido la mayor caída de la actividad económica en 120 años en América Latina y el Caribe. La pobreza y la pobreza extrema alcanzaron niveles que no se observaron en la región durante los últimos 12 y 20 años, respectivamente.
Hace un llamado, en consecuencia, a “reconstruir mejor”. La región produce alimentos para más de 800 millones de personas, al tiempo que alberga gran parte de la biodiversidad global y provee servicios ecosistémicos irremplazables. Las acciones transformadoras de los sistemas agroalimentarios pasan por establecer una relación más armoniosa entre los seres humanos y la naturaleza y corregir las múltiples desigualdades sociales, económicas y territoriales presentes.
Para ello es central reconocer el rol que cumple la agricultura como fuente de ingreso, empleos y alimentos para la región y el mundo.
Dado su carácter esencial, la producción de alimentos, junto a la salud, debe estar en la primera línea de prioridades de financiamiento e inversión en la fase de recuperación y transformación del período de pospandemia.
“La agricultura digital puede hacer una contribución sustantiva a la transformación y al fortalecimiento de los sistemas agroalimentarios en su evolución hacia la sostenibilidad y la inclusión social”, dijo el Director General del IICA, Manuel Otero.
“No tengo dudas –agregó- de que las tecnologías digitales son una alternativa concreta para enfrentar muchos de los retos actuales: producción más alta, sostenible y resiliente; mercados más eficientes y accesibles; alimentos más seguros, nutritivos y trazables y, por supuesto, más inclusión y mejor calidad de vida para todos los actores de la ruralidad”.
“La pandemia ha evidenciado la centralidad de los sistemas agroalimentarios para mantener los flujos de alimentos —globales, regionales y nacionales— desde nuestros campos hacia poblaciones confinadas por cuarentenas y restricciones a la movilidad. Ha hecho también evidentes nuestras vulnerabilidades,” manifestó Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la CEPAL.
“Fortalecer el multilateralismo, aprovechar mejor las oportunidades de los acuerdos comerciales y los procesos de integración regional, impulsar políticas comerciales y fortalecer los programas de promoción comercial, son algunas de las medidas que pueden potenciar el rol de América Latina y el Caribe en la alimentación global”, expresó, por su parte, Julio Berdegué, de FAO.
El informe señala que la digitalización de la agricultura en América Latina y el Caribe es incipiente, pero comienza a acelerarse y va a ser inevitable. Su aprovechamiento es todavía bajo y desigual debido a diversas barreras, por lo que este es el momento de potenciar la revolución digital de los sistemas agroalimentarios, para avanzar en su transformación en un escenario de recuperación pospandémica.
La brecha entre la ciudad y el campo es uno de los datos de la realidad que se debe corregir. Mientras el 71% de la población urbana cuenta con servicios de conectividad significativa, en poblaciones rurales este porcentaje baja al 36,8%.
Entre las acciones que se consideran seguras en la transición del período pospandemia para potenciar la transformación de los sistemas agroalimentarios figuran la inversión en buenas prácticas de manejo sostenible que generarán retornos positivos; la promoción del cooperativismo como una herramienta clave de inclusión y formalización de la producción familiar y el aprovechamiento de las oportunidades que tiene la región para la agregación de valor de “lo biológico” y generar nuevas oportunidades socioeconómicas en los territorios rurales.
El informe consigna que el sector agroalimentario ha demostrado ser más resiliente que el resto de los sectores económicos a los desafíos sanitarios, logísticos y financieros que planteó la pandemia, lo que se evidenció en las tendencias de crecimiento del valor de la producción y el comercio regionales. De hecho, datos preliminares para 16 países de la región en 2020 indican que el conjunto de las actividades de agricultura, ganadería, caza y pesca creció, o tuvo una caída menor que el PIB total, y, por otro lado, las exportaciones agroalimentarias de América Latina y el Caribe aumentaron 2,7% en 2020 con respecto a 2019, mientras las exportaciones totales cayeron 9,1%.
También se plantea en el documento cómo llevar adelante programas de fomento en un escenario de escasez de recursos fiscales como el que podría darse en los próximos años. Se señala que las actividades vinculadas a la agricultura y la alimentación deben estar preferentemente basadas en soluciones endógenas y de bajo costo, que potencien los recursos propios de los agricultores, sus familias y comunidades. La crisis es también una oportunidad para repensar la agenda de financiamiento para el desarrollo e impulsar un proceso de reconstrucción sostenible e igualitario.