Si, como he señalado en varias ocasiones, con el triunfo de Andrés Manuel en 2018 se inició una nueva etapa en la lucha de clases en el país, con las elecciones presidenciales en varios países de nuestra América este año 2021 que termina, los dos triunfos de algunos denominados gobiernos progresistas, que yo prefiero llamar democrático-popular-nacionalistas (Perú y Honduras) junto con los grandes movimientos sociales en Colombia y los avances en Bolivia después del triunfo, a finales del año pasado, de Luis Arce del Movimiento al Socialismo, demuestran que los pueblos en lucha están vivos y resurgen entre las crisis entreveradas.
Destaco los triunfos presidenciales de Pedro Castillo en Perú y el de Xiomara Castro en Honduras con propuestas más profundas de transformación.
Estos triunfos abren, asimismo, nuevas etapas en la lucha de clases en sus países, pues las oligarquías y el imperialismo no los aceptan y renuevan su ofensiva con múltiples y diversas estratagemas que van de intentos desestabilizadores en los parlamentos y cámaras representativas y “golpes suaves” a las modalidades de la guerra judicial, amparos sobre amparos para detener la política económica y hasta demandas en tribunales internacionales del Banco Mundial y a una guerra mediática de segunda, tercera y hasta cuarta generación. Procesos políticos que se desenvuelven en el curso de la pandemia y la profunda crisis económica que en varios países ha desembocado en una crisis política.
Las elecciones de medio término en México y Argentina en el ámbito legislativo y de gobiernos locales, mostraron los avances en el primer país mencionado hacia la cuarta transformación y las enormes dificultades en el segundo.
La crisis económica en Argentina ha alcanzado una enorme gravedad que lleva a recordar la crisis del 2001. Atrapado el gobierno actual en el acuerdo maldito con el FMI que heredó del gobierno neoliberal de Macri, no ha logrado evitar el enorme impacto en los sectores populares y el desempleo y la pobreza han aumentado y la devaluación se fue en picada; a lo que se suma la tradicional “bicicleta financiera” que ilustra que así como entran dólares salen dólares de ese país. Hoy, el tipo de cambio del peso argentino está en más de 100 pesos por dólar, con un mercado paralelo al oficial con un tipo de cambio de 150, cuando al inicio del actual gobierno en 2020 era de 19.90 pesos; y para este año se estima una inflación que ronda el 40%, y de los alimentos más del 50 por ciento.
Hoy la crisis de la deuda argentina vuelve a señalar que es urgente no sólo una renegociación de la deuda externa de Nuestra América, sino más allá, el repudio de la deuda, la auditoría social de la deuda en cada país. Incorporar en la CELAC el tema de la deuda externa, la deuda eterna impagable, la llamaba Fidel Castro hace décadas.
En México el problema de la deuda no está en primer plano por el manejo austero de las finanzas públicas realizado por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, reconocido hasta por tirios y troyanos internacionales, que rechazó, además, endeudarse en medio de la pandemia.
Lo que hoy vivimos en México es una nueva ofensiva en todos los frentes mediáticos, nacionales e internacionales, por la propuesta de Reforma Eléctrica que propone recuperar la soberanía nacional y una renovada guerra judicial con amparo tras amparo.
Es necesario multiplicar la difusión del desastre que heredamos de las contrarreformas neoliberales en el sector energético y, en particular, en el sector eléctrico, que no sólo abandonaron la infraestructura energética, sino que, con un tejemaneje inescrupuloso y corrupto, entregaron al capital extranjero parte sustantiva de la generación eléctrica nacional.