El pasado domingo 19 de junio fue un día de fiesta para Nuestra América: en Colombia, Gustavo Petro y Francia Márquez ratificaron, en segunda vuelta, su triunfo en las elecciones presidenciales.
Triunfo histórico para Colombia y para toda Nuestra América. El país que ha atravesado una larga guerra contra los trabajadores y los movimientos populares, de más de medio siglo, contra las organizaciones históricas guerrilleras, la FARC (fuerzas armadas revolucionarias de Colombia) de 1964 a 2016 y el Ejército de Liberación Nacional (ELN); el país del narcotráfico de los años 70 y 80 del siglo pasado y del Plan Colombia estadounidense que atizó la guerra; el país que ha sufrido una violencia extrema y terror de Estado en los años que van de este siglo, entre la que destacan los asesinatos de dirigentes y jóvenes disfrazados de delincuentes o guerrilleros, los falsos positivos; y en los últimos 15 meses de una violenta represión contra los movimientos populares en ascenso; el país que tiene nueve bases militares de los Estados Unidos en su territorio; ese país ocupado y dominado por una rancia oligarquía con el ejército; ese país de Macondo y García Márquez vio el domingo pasado sus cielos cubiertos de sus mariposas amarillas.
Petro, exguerrillero, ex alcalde de la ciudad de Bogotá y Francia, luchadora social afrodescendiente, unieron fuerzas y esperanzas, convocaron a una amplia coalición de partidos políticos y organizaciones progresistas, liberales y de la izquierda democrática, y alcanzaron el triunfo con 11 279 265 votos, (50.48%). Así se registró el triunfo de las gentes del común, de “los nadies y las nadies”.
Los desafíos son enormes: la pobreza, la precariedad laboral en la mayoritaria economía informal, la enorme desigualdad social y regional, la reconstrucción del tejido social…