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Secreto, más historias de Azcapotzalco

 

Desde niña Andrea estuvo deprimida sin saber por qué; sentía que no encajaba en ningún lado y llegó a pensar que no quería vivir más.

Andrea es una mujer profesional, organizada, puntual y sobre todo fuerte; por eso, cuando comenzamos la entrevista y vi que los poros de su piel se abrieron y sus facciones se tensaron en señal de miedo supe que la historia no sería fácil.

Fue hasta que iba en el primer año de preparatoria cuando le dejaron leer La casa de los espíritus, ahí describen a una niña que usa calcetitas blancas con holanes, justo como las que usaba Andrea de chica. Se identificaba cada vez más con el personaje conforme el relato avanzaba y de pronto le vino un flashback de su infancia: ella misma asomada por la ventana de la cabina de una vieja camioneta, de la alfombra caqui y de las manos de su tío recorriendo sus piernas. Tenía entre tres y cinco años, él, más de cuarenta.

Desde ese momento hasta que cumplió 25 años no estuvo segura de sí aquel recuerdo era real. La duda y la infinita tristeza se volvieron insoportables, entonces buscó ayuda; fue con un experto en hipnoterapia pues pensó que así podría desbloquear la memoria y tener certeza de lo sucedido, pero en vez de indagar sobre su pasado, Eduardo le inyectó “ideas saludables” contra la depresión.

Durante seis meses Andrea pidió pruebas de la veracidad del episodio, al final el terapeuta le dijo que las víctimas de agresiones sexuales no se inventan historias y tampoco tienen recuerdos falsos. Le explicó que no era necesario desbloquear más, era suficiente para que ella aceptara lo sucedido y lo dejara atrás.

“Yo no me acordaba de lo que pasó, sólo recuerdo que era muy apegada a mi tío; siempre jugábamos, me hacía muchas cosquillas, pero un día dejaron de ser divertidas, se sentían mal. No sabía por qué, pero ya no me gustaba estar con él y empecé a rechazarlo, cosa que después me reclamó.”

Con el tiempo recuperó otro recuerdo: cuando llegaba con amigas a la casa, su tío, que era comerciante, les decía a las niñas que si podía darles un beso en la boca. Ante la falta de respuesta sacaba un chicloso llamado “beso” y con la cara a una palma de distancia de la de las menores les acercaba el dulce a la boca.

Cuando los papás de Andrea se casaron tenían 19 y 20 años. Uno de los hermanos de la mamá (el tío) fue quien los ayudó a salir adelante y por eso están muy agradecidos con él.

Hace seis años nació la hija de Andrea y para protegerla de su propia familia decidió revelar el secreto a su madre, pero no recibió ninguna respuesta, no hubo diálogo; tal vez porque es su hermano o tal vez porque cuando eran jóvenes la apoyó.

La falta de reacción de su madre hizo que eligiera no contarle a su papá; “es que si le digo y tampoco me dice nada me voy a decepcionar mucho”, explica Andrea.

Piensa que en realidad la familia lo sabe, aunque no se hable del asunto y recuerda que, alguna vez, cuando todavía era chica, otro de sus tíos le acomodó el vestido, ella reaccionó espantada y éste le dijo: “No te asustes, yo no soy como José (el agresor).”

En otra ocasión no pudo asistir con sus sobrinos a una reunión familiar y la mamá de los niños, sin conocer la historia, le comentó que se sentía incómoda con la manera en que José trataba a sus hijos y que sólo ella (Andrea) le ponía límites por lo que lamentaba que no pudiera ir a protegerlos.

Andrea tiene 39 años ahora, su hija seis y tiene estrictamente prohibido estar con otros adultos que no sean sus abuelos. A José lo siguen encontrando en ocasiones especiales como cumpleaños, Navidad o Año Nuevo; cuando lo ven no deja que su hija lo salude, pero a veces no logra evitarlo. Cuando eso pasa siente que le falló a la niña, y después no la pierde de vista ni un segundo.

Su tío abusó sexualmente de ella hace más de 30 años en casa de su abuela, a solo 100 metros de su propia casa en la Unidad Cuitláhuac, en Azcapotzalco en la  Ciudad de México y la desconfianza hacia los hombres es una de las secuelas que quedó grabada en todo su ser: Planea cambiar de horario la clase de natación de su hija porque teme que el instructor la toque por debajo del agua, donde ella no alcanza a ver, además buscó un kínder donde todo el personal son mujeres.

“Me siento mal porque tal vez el maestro de natación es muy bueno y yo lo voy a dejar sin trabajo, pero no confío, veo al extraño enemigo en cada hombre”, lamenta.

Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016, en México los tíos representan el 20% de los agresores al interior de las familias.

De todas las mujeres que sufrieron abuso durante la niñez el 6% no recuerda como pasó.

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