La fantasía se les convirtió en realidad: escuchar al presidente

Hoy el cielo no regaló matices, quiso mostrarse gris. De pronto caen, heladas, las gotas de lluvia que ni por un segundo enfrían el ambiente. El color no está en el cielo, hoy se encuentra en esa gente que camina, marcha y grita: “¡Es un honor mojarse por Obrador, es un honor mojarse por Obrador!”.

Así, al son de la Banda Sinfónica de Tlaxiaco, Oaxaca, se va llenando el Zócalo de la Ciudad de México en el que la lluvia, los charcos, son sólo otros invitados a la fiesta. La gente baile y baile, brinque y brinque, toda mojada pero bien contenta. ¿A qué vienen? Al mensaje del presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien hace un año, el 1 de julio de 2018, ganaba la elección Federal en su tercer intento por llegar a Palacio Nacional.

Algunos vecinos de Bosques de Aragón, que vienen desde Nezahualcóyotl, cargan un cartel: “AMLO, sí te hace falta dinero para Pemex hacemos la vaquita, cuenta conmigo”, y de viva voz dicen: “Si en los treintas el pueblo apoyó al General Cárdenas a la expropiación petrolera, pues ahora también; dicen que no hay dinero para la refinería de Dos Bocas, pues hay que juntar nosotros”.

Dos minutos antes de las cinco de la tarde, el tabasqueño sale de Palacio Nacional, desde donde despacha hace ya siete meses. Las pantallas gigantes en el Zócalo capitalino lo proyectan y poco a poco se va escuchando el grito de: “¡Presidente, presidente!”, y “Es un honor, estar con Obrador”.

Sale entonces al templete, de la mano de su mujer, Beatriz Gutiérrez Müller. La banda oaxaqueña se arranca, sigue con los trombones, los metales, los vientos…

Es un ambiente más que relajado: no son los rostros desencajados, tristes, furiosos de hace 12 años cuando desde esta misma plaza partía el entonces Jefe de Gobierno hacia la Cámara de Diputados para enfrentarse a un proceso de desafuero por querer abrir una calle para conectar un hospital; ya no son los mítines en Avenida Juárez para manifestarse contra la Reforma Energética, que al final, la mayoría priísta y panista, terminó aprobando…

Tampoco es la euforia de hace un año cuando José Antonio Meade y Ricardo Anaya aceptaron su derrota ante el nacido en Tepetitán, Tabasco. No. Esa noche todo eran lágrimas de alegría, abrazos, gritos de desahogo ante el pendiente de un fraude electoral, alimentado por los fantasmas de 1988 y 2006.

Hoy la gente está en paz, porque: “¡Vamos México, tenemos presidente!”. La sociedad, el pueblo, la gente lo sabe: hoy en el poder está su candidato, uno que por fin, luego de por lo menos 12 años, dejó las campañas para ser Jefe de Estado: ha de ser por eso que las emociones están más tranquilas, medio en paz.

El mandatario mexicano dice: “Queremos dejar a los niños el legado de una nación feliz (…) Construir una patria nueva, más prospera, libre, pacífica, fraterna y soberana”, y como respuesta, recibe un rugido que cimbra el pecho: “¡No estás solo, no estás solo!”.

Y acá, del lado de la gente, la multitud le aplaude todo: “Se acabó con el huachicol”, dice el presidente  y la gente: “¡Bravo!”; “Desapareció el Estado Mayor presidencial”, y la gente: “¡Bravo!”; “¡Al presidente, lo cuida la gente!”, y la gente: “¡Bravo!”, y por ahí una señora de plano grita: “¡Ese es mi viejo!”.

Hay pancartas de Puebla, Baja California, Veracruz, Iztapalapa, de la UNAM, de movimientos sociales diversos, del Partido del Trabajo, de Morena, claro, y es difícil saberlo, pero es muy seguro que entre toda la gente haya por lo menos un representante de cada uno de los 32 estados de la República. Por ahí una enorme cartel dice: “Un sueño cumplido, 1 de julio de 2018 ¡Y desperté y el dinosaurio ya no estaba ahí!”.

Mientras el presidente dice que “el peso es la moneda que más se ha fortalecido en el mundo con relación al dólar”, la audiencia compra paletas de hielo, congeladas y nieves, porque, aunque muchos no lo esperaban, el sol salió un rato para secarle la ropa a todos los mojados que llevan aquí bastantes horas, algunos, desde las once de la mañana. Al final la lluvia le dio licencia al presidente para echarse su discurso, su especie de informe a un año de ser electo.

Sin embargo, en honor a la verdad, el ánimo va decayendo un tanto a la vez que avanza el discurso del Ejecutivo nacional, que terminó durando hora y media. Ya no fueron los aplausos incansables de los mítines del pasado, los gritos eran cada vez menos y el más escándalo por momentos, fue causado por un sarten cuyo dueño azotaba con un cucharón de metal. ¿Será que la percepción de la gente ha cambiado ahora que la fantasía se le convirtió en realidad? Ahora, los seguidores del presidente no sueñan con la victoria: ya la tienen, entonces sólo esperan los resultados de los más de 30 millones de votos que hace un año pusieron en las urnas.

Empero, aunque ya no existan carretadas incansables de aplausos, aunque los niños pequeños estén medio dormidos tirados entre chamarras y mochilas en el piso, si uno le pregunta a la gente, recibe respuestas como: “Estamos aquí para apoyar al presidente, nos gusta que le ha quitado los privilegios a tantos políticos”.

Al grito de “¡Viva México!”, Andrés Manuel López Obrador cierra el evento y la multitud procede a entonar el himno nacional: unos a todo pulmón, otros más tímidos, pero en general se entona en todo el Zócalo de la Ciudad de México y calles aledañas que están atestadas de mexicanos que al final, escándalo o no, aplausos o nos, gritos o no, ejercieron su derecho a ver al que ya no es su candidato, es su presidente.

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