Nelson Mandela, el hombre que transformó una nación 

El 5 de diciembre de 2013, ese al que llaman Madiba, nombrado así por ser ese el designio de mayor honor y respeto en su tribu, según la Fundación Nelson Mandela, murió en su natal Sudáfrica a los 95 años de edad. Sin embargo, lo importante no debió ser su deceso, sino todo el legado e historia que obtuvo a su tiempo ese punto final.

En noviembre de 2009, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas declaró el 18 de julio como el Día Internacional de Nelson Mandela, pues fue en esta fecha, pero de 1918, cuando vino al mundo el líder africano.

Mandela significa “alborotador” y eso fue en vida aquel hombre, un tremendo alborotador de las ideas; un líder que se le entregó a la humanidad para resolver un problema tan grande como la discriminación; muchos de sus interlocutores afirman que jamás interrumpía, sabía escuchar. “En como son tratados los niños está el reflejo de una Nación”, decía Madiba.

Eduardo Galeano, el gran periodista uruguayo, escribió en su libro “Los hijos de los días”, un texto dedicado a Mandela, titulado “Un terrorista menos” y habla de cuando el gobierno de los Estados Unidos, borró al líder sudafricano de la lista de terroristas peligrosos. “Si durante 60 años el africano más prestigioso del mundo integró este tenebroso catálogo, si los terroristas eran cómo Mandela… todo esto de la guerra contra el terrorismo no me parece muy serio”, dijo alguna vez el escritor sudamericano.

A su vez, para el periodista Ryszard Kapuscinski, “Sudáfrica es un milagro, el conflicto social y racial fue muy profundo y es una de las heridas más grandes de África. Un país inmenso con una amalgama étnica inextricable: blancos, negros, asiáticos, mestizos. Una complejidad social enorme (…) Mandela hizo el milagro. No estalló ninguna guerra civil y el poder político pasó a manos de los negros. Es un caso único en la historia: una sola persona, extraordinaria. Nelson Mandela consiguió llevar a cabo una empresa que está más allá de la imaginación”.

Sin embargo, para entender la vida de este hombre, habría que revisar la historia de este hombre, de su país, de las desigualdades contra las que luchó y de su batalla por alcanzar la unidad a través de la paz.

Los primeros blancos de origen holandés se establecieron al sur de África en 1652 y plantaron un cerco de almendros amargos para separar a “su gente” de los indígenas negros de la región. En un principio, estos nuevos habitantes no buscaban colonizar el territorio, simplemente se encontraban ahí para realizar negocios; sin embargo, conforme los años transcurrieron, los motivos, las causas y la actitud en su permanencia se fueron modificando.

A finales del siglo XVIII y principios del XIX otras naciones europeas ya se encontraban en la exploración del misterioso continente negro. Varios exploradores como David Livingston, Hanning Speke, entre otros, son enviados a África para realizar expediciones de investigación y reconocimiento.

Junto con la nación holandesa, que llevaba ya siglos en el sur, Inglaterra, Bélgica, Francia y otros países de occidente se dan cuenta que realizar saqueos sistemáticos de las tierras africanas no es una mala idea. Incluso, aprovechan la fortaleza y la poca capacidad de defensa ante las armas de los hombres negros para utilizarlos como sus esclavos.

Para el siglo XX, en Sudáfrica los ingleses y los antiguos ocupantes holandeses llamados Boers habían sostenido diversas guerras con fines de adquisición territorial, su interés se encontraba en lo económico, dejando de lado los derechos de quienes más sufrían estos enfrentamientos: sus habitantes negros.

Para 1912 se funda el Congreso Nacional Africano (CNA), un organismo que buscará defender los derechos del hombre negro en su propia tierra sudafricana; sin embargo es el 18 de julio de 1918 cuando en realidad sucede el acontecimiento más grande del que pudo ser testigo la política en Sudáfrica, pues en Mvezo, un pueblo a orillas del río Mbashe, en la región de Transkei, nace Nelson Rolihlahla Mandela, el hombre que revolucionaría la situación social sudafricana.

A los nueve años de edad, mientras el gobierno británico ordenaba una segregación racial más seria en Sudáfrica, Mandela, también conocido como Madiba, pierde a Gadla, su padre. Él lo admiraba tanto que se pintaba en el cabello un mechón blanco con un poco de gis, a fin de emular las canas del hombre que le dio la vida.

Su madre decide que su futuro sería mejor si lo envía con Jongintaba, Rey del pueblo thembu y pariente de su padre. Ahí, Mandela asistió a la escuela local de misioneros y aprendió sobre la cultura británica.

En 1939, cuando Mandela tenía 21 años se inscribe en la Universidad de Fort Hare, en la cual no termina sus estudios, algunos dicen que por haber participado en una huelga estudiantil, otros porque Jongintaba quería arreglar su boda y él escapó para evitarlo. No obstante es en esa escuela donde aprende a boxear; sin duda siempre un hombre de lucha.

Es entonces en la Universidad de Witwatersrand donde Mandela se gradúa como abogado y toma fuerza por su iniciativa de resistencia civil pacífica en contra de las políticas raciales (apartheid) que implementó en 1948 el Partido Nacional Sudafricano. En 1952 funda el primer bufete de abogados de raza negra para defender a su gente.

Desde entonces el africanismo, movimiento que impulsaba el crecimiento social del hombre negro en África, comienza a tomar fuerza y Nelson Mandela se convierte en uno de sus principales impulsores, apoyado por el creciente asenso de muchos otros líderes negros en ese continente

En 1959, los africanistas rompen con el Congreso Nacional Africano (CNA), plagado de políticos racistas a favor del apartheid y forman el Congreso Pan-Africano, con un apoyo importante de Ghana, país entonces dirigido por Kwame Nkruma, otro gran líder revolucionario del continente que hacía pocos años había concretado la independencia de su país y que junto a personajes como Patrice Lumumba, Gamal Abdel Nasser, entre otros, fundó la Organización para la Unidad Africana, el primer intento de bloque regional de los países africanos luego de la colonización occidental.

En marzo de 1960 integrantes del nuevo Congreso son atacados por las fuerzas oficiales en lo que es conocido como la Masacre de Sharpeville. Mandela, quien hasta ese momento había seguido el ejemplo de Mohandas Gandhi, rompe con la idea de resistencia civil pacífica y se une a la lucha armada comandando el grupo “Umkhonto we Sizwe” (Lanza de la nación), por lo cual varias naciones occidentales lo consideraron un terrorista.

Mandela sale del país para reunirse con otros líderes panafricanistas del continente y se da cuenta de la fuerza que los revolucionarios están tomando en contra de las políticas imperialistas de las naciones europeas. Sin embargo, en 1964 es capturado y enviado a la prisión de Robben Island, “el Alcatraz sudafricano”, donde se mantiene cautivo por 27 años.

“Siempre he defendido la idea de una sociedad democrática y libre y por esa idea estoy dispuesto y preparado para morir”, dijo Mandela durante su juicio, donde subió al estrado y habló durante cuatro horas.

Su capacidad de oratoria y clara honestidad le valió ser una gran inspiración para los africanos oprimidos. Neo Muyanga, quien creció en Soweto donde la lucha armada de Mandela cobró fuerza es un ejemplo de ello. Cuando él tenía 14 años, su maestra de inglés, una mujer blanca, les mostró en clase un video prohibido donde en 1961, Mandela convencía al CNA de tener un brazo armado, no por el simple hecho de ser violentos, sino para responder a un régimen altamente injusto y dictatorial. “Me pareció sincero, encontré la verdad en él” declaró alguna vez el joven sudafricano.

Después de escuchar las palabras de Madiba, Muyanga, quien provenía de una familia de músicos, se dedicó a componer canciones que hablaran sobre los líderes revolucionarios. A manera de juglar, transmitía los ideales políticos del movimiento que encabezaba Mandela, lo cual en una nación que se enfrentaba a la represión y la censura era sumamente funcional.

Como muchos otros grandes líderes, en su encierro es cuando Mandela cobra más fuerza entre las masas. Quizá la vida es tan sabia que lo mandó preso y no lo dejó vulnerable en “libertad”, pues en caso de no haber sido enviado a la cárcel, seguramente su destino hubiera sido el mismo que el de Patrice Lumumba, Amilcar Cabral, Thomas Sankara o el mismo Nkruma, grandes líderes del África negra que fueron perseguidos y asesinados por las fuerzas europeas e incluso por la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Mandela pasó alrededor de un tercio de su vida en una pequeña celda sin baño ni agua limpia, durmiendo en el piso de concreto, tan duro y frío como la realidad de su país. A los 19 años, Christo Brand se convirtió en el carcelero del revolucionario. A Brand, Mandela nunca le pareció un hombre arrogante, agresivo o peligroso, como se lo habían hecho creer. Mandela hablaba con él, le preguntaba sobre sus orígenes, su familia, sus estudios y siempre se mostró accesible.

Poco a poco prisionero y guardia se hicieron cómplices; cuando el gobierno buscaba espiar a Mandela, poniendo micrófonos en el cuerpo del carcelero, él se lo indicaba en secreto para que Madiba cuidara sus palabras. En 1985, Brand tuvo un accidente de motocicleta; Mandela lo ayudó a defenderse legalmente después del accidente, volviéndose su amigo y aliado.

Al ingresar a prisión, el gobierno intentó poner a Mandela de su lado, diciéndole que él no debía realizar las obligaciones con las que deben cargar todos los presos. Ahmed, preso también en Robben Island por revelarse contra el régimen separatista, cuenta que Mandela no aceptó la oferta, pues quería tener un trato igualitario. “Fue un ejemplo de su liderazgo. Si había que limpiar baños, picar piedra, él lo hacía, porque desde el principio dejó claro que ahora como prisioneros, éramos iguales”, dijo algún día el también revolucionario.

En 1989 F.W. De Klerk se convirtió en el último presidente blanco de Sudáfrica; él y Nelson Mandela darían fin a la segregación racial en Sudáfrica. Los Zulus, los Tswanas, los Sutus, los Vendas y Xhosas, pueblos originarios de la región, tenían su propia forma de administración interna, lo que chocaba con las políticas del gobierno imperialista en el país. Esto provocó un desarrollo separatista del país, donde el propio De Klerk afirma “la minoría blanca dominaba a la mayoría negra”.

En diciembre de 1989, Mandela fue llevado en secreto, cubierto por la oscuridad de la noche, a la oficina del aún presidente De Klerk; se medían entre sí con discusiones superfluas hasta que cada uno aceptó la integridad del otro. Seis meses después, De Klerk liberó a Mandela de la prisión y se unió al CNA en un gobierno de coalición.

Más allá de que toda una raza esperaba la liberación de Madiba, había dos mujeres a la expectativa: su hija Winnie y Lindiwe Sisulu, hija del Walter Sisulu, quien fuera mentor y consejero de Mandela en sus primeras acciones políticas. Winnie esperaba tener al padre que la actividad política y la prisión le habían quitado por muchos años; sin embargo, a su regreso, se dio cuenta de que Mandela jamás podría ser un padre convencional, pues él estaba determinado a ser el protector de toda una Nación.

Por su parte Lindiwe, quién lo conoció a los diez años de edad, lo recordaba cómo alguien divertido que jamás dejaba de sonreír; no obstante, la mujer que a la postre sería encargada del desarrollo de vivienda del gobierno de Mandela, alguna vez declaró: “Cuando salió de prisión yo esperaba ver esa sonrisa, sin embargo, me encontré con un rostro serio, cómo si cargara todo el peso del mundo en sus hombros”.

En 1994 Nelson Mandela sería elegido el primer presidente negro de Sudáfrica, bajo un proceso democrático y transparente que le arrojaría el 62 por ciento en las preferencias. Sin embargo, su batalla aún no había terminado, debía culminar todo su trabajo devolviendo la paz a su nación.

El nuevo mandatario pidió a su pueblo algo prácticamente imposible sabiendo el pasado que les aquejaba como una sombra: perdonar. Mandela ofreció amnistía a los líderes del apartheid a cambio de la verdad. Adriaan Vlok, jefe de la policía en los años ochenta fue el único que accedió. Después de confesar ante la Comisión de Verdad y Reconciliación, Mandela lo orilló a hacer algo mucho más grande: le pidió que se arrodillara ante diez madres que habían perdido a sus hijos durante las ejecuciones y les lavara los pies.

Volk se presentó pero el grupo de mujeres se rehusaban a aceptar las disculpas: el dolor de haber perdido a uno o varios hijos por el simple hecho de ser negros, era incontenible. Después de discutir un rato, una de las mujeres se quietó los zapatos, el exjefe de la policía y todos los presentes soltaron en llanto; el perdón llegaba, la nación estaba cambiando.

Otra de las acciones más reconocidas que tomó Mandela para terminar con las diferencias raciales fue utilizar el deporte. En 1995, durante la final del Mundial de rugby, juego arraigado en la cultura sudafricana, declararía ante las multitudes: “Antes de que salieran al campo de juego entré a los vestidores y les dije: todo el país negro y blanco está con ustedes y deben salir al campo plenamente motivados, sabiendo que cubrirán de gloria a Sudáfrica”.

La selección de Sudáfrica, mejor conocida como los Spingboks, ganaría el partido uniendo moralmente a “dos naciones” que se encontraban en el mismo territorio. Por primera vez integraba el equipo un jugador negro, Chester Williams, y las diferencias poco a poco se iban segregando.

Incluso al dejar la presidencia, en 1999, Mandela jamás detuvo su trabajo; después de su mandato presidencial siguió activo, luchando por la justicia, la igualdad y la esperanza de los seres humanos que por cualquier razón la habían perdido. Zackie Achman es portador del VIH. En 1998, decidió dejar de tomar sus medicamentos, pues sabría que no podría costearlos por toda su vida. Mbeki, el sucesor de Mandela en la presidencia, había afirmado que bajo sus creencias, el VIH no provocaba el SIDA, lo cual causó mucha desesperanza en quienes padecían esta enfermedad y esperaban la ayuda del gobierno.

Por medio de un amigo del joven que era funcionario en el gobierno, Mandela se enteró del caso, tomó el teléfono y llamó a Zackie para pedirle que tomara sus medicamentos. La llamada no tuvo mucho éxito así que lo visitó y le pidió nuevamente que lo hiciera. Zackie estaba sorprendido, pero no sería tan fácil cambiar su decisión.

Una semana después, Mandela visitó Khayelitsha, el único programa de combate al retrovirus que había en el país. Zackie lo miró por televisión, Mandela se puso una playera que decía “VIH Positivo” y el hombre que observaba desde su cama, siguió por fin el tratamiento, consciente de que había “alguien” allí afuera preocupándose por un problema tan grande en África, el problema que ahora Mandela hacía de todos.

El África subsahariana, donde según la Organización Mundial de la Salud (OMS) uno de cada 20 adultos está infectado por el VIH, es la región más afectada. El 69 por ciento de la población mundial VIH-positiva vive en esta región.

Hoy que celebramos el día de Nelson Mandela, sería importante llevar a la reflexión qué tanto respetamos al Otro, al migrante, al extranjero, al “diferente”, a ese que no es de aquí ni de allá, pero que, según Mandela, habríamos de respetar, querer, amar.

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