Andy Warhol dijo en 1968 que “en el futuro, todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”. Quizá Warhol se quedó corto, pues ahora es más sencillo que cientos, miles, o han de ser millones de personas, logren obtener cierta fama en esta era de la autocomunicación de masas, como la llama Castells, y por consiguiente, las personas se relacionen con el mundo gracias a unos pequeños aparatos que por lo general, cargamos en el bolsillo de los pantalones o el bolso de mano, y cada vez lo hagan menos por la gracia a la experiencia real.
La sociedad de la información, ésta en la que vivimos, no se limita sólo a que el conocimiento está al alcance de las mayorías, sino que, también esa masa humana puede enjuiciar la realidad públicamente, con fundamentos sólidos o con meras arbitrariedades. La razón, el tipo de lenguaje o los argumentos no importan, lo trascendente es que esos 15 minutos de fama se han convertido en foros cibernéticos perpetuos en los cuales se tiene un espacio constante para hacer públicas ideas de todos.
Gracias a esto, y a la enorme arrogancia del ser humano, la especialidad y los estudios quedan de lado. Los debates en redes sociales se trivializan y en muchos casos se vuelven no más que una avalancha de prejuicios y opiniones pasionales con cargas ideológicas venidas de lo más superfluo de la cultura colectiva.
El pasado 16 de agosto, miles de mujeres salieron a las calles de la Ciudad de México y otros estados, para exigir un freno a la violencia contra ellas, en una protesta denominada feminista. Sin embargo, para muchos un exceso, para otros legitimo, la manifestación se cargó de violencia y vandalismo, pues en el sentido estricto de la palabra, se dañó infraestructura pública y hubo actos de agresión documentados no sólo contra hombres, sino contra otras mujeres.
Y en este espacio, no vamos a juzgar este hecho, precisamente porque se busca entender el proceso de discusión posterior en las redes sociales de internet, las cuáles se plagaron de publicaciones en pro y contra de las acciones en la protesta femenina, emanadas de un cúmulo de “expertos” que se ponen a discutir con sus iguales desde sus meras opiniones.
Entonces aquí existen dos panoramas que bien propondría Umberto Eco: ser un apocalíptico y decir que toda esa gente son “una legión de idiotas” opinando, o ser un integrado y decir que es muy sano el debate público, más aún en temas tan delicados como la violencia de género.
El problema es que nos estamos acostumbrando a hablar sin razonar, a opinar sin informarnos y a debatir sin argumentos sobre eventos en los que ni siquiera estuvimos: somos monos arrojándonos excremento digital, una bárbara regresión evolutiva por la necesidad de perpetuar esos 15 minutos de “fama”. Desde las bases de la Epistemología en este tiempo de “sabios”, debiéramos reflexionar si sabemos lo que creemos o creemos más de lo que sabemos.
Habría que pensar también si los avances tecnológicos no resultan ser más que un engaño de un supuesto avance de la humanidad, cuando simplemente son una herramienta que le evita a las personas quedarse en el fondo de la espiral del silencio, ahí donde nadie quiere escuchar o leer lo que piensas. La sociedad de la opinión en la que hemos caído, sólo genera la fragmentación de los seres humanos: las redes no sólo unen y acortan distancias, también alejan y generan digresiones.
En esta a la que muchos llaman “la era de la hiperinformación”, el nivel del discurso de las masas debiera convertirla en la “era de la hiperopinión”, y es obvio: entre mayor materia prima tiene la sociedad, información, mayor será el producto de la misma, en este caso, opinión.
Sin embargo, la pregunta es si como “aldea global” algún día lograremos mutar a la era del “hiperconocimiento” o del “hiperanálisis”, porque al final, entre dichos conceptos y la opinión existe un abismo de separación y tal parece que los juicios y prejuicios son los que han de dictar el devenir de estos tiempos contemporáneos.
En su libro “Tener o ser”, el psicólogo alemán Erich Fromm desentrañar el comportamiento en nuestra era bajo el sistema capitalista a partir de nuestro lenguaje, y dice que mientras sentimos hambre decimos “tengo” hambre, o “tengo” sueño, cuando las ganas de dormir no se tienen, se sienten. Asimismo, en esta sociedad que prioriza más las posesiones que desarrollar el ser, dice Fromm, siempre buscamos “tener” la razón, aunque ni siquiera estemos cerca de ello.
Este texto al final resulta ser una paradoja, sólo por el simple hecho de ser un artículo de opinión en contra de la opinión; sin embargo, tratará de ser todo lo contrario a lo que critica pese a tener fundamentalmente el mismo objetivo… Sí, es raro, pero así son las paradojas.