Textos y Contextos Fortalecer el presidencialismo: a cien días de gobierno de AMLO

Se puede estar a su favor, se puede estar en su contra, pero si algo no se puede negar es que el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, es un personaje que llevar más de treinta años marcando el rumbo político del país. A cien días del inicio de su administración, la opinión pública ha realizado diversos balances en cuando a sus acciones como Jefe de Estado, y de todas ellas, la que parece más importante es que está recuperando la estabilidad del presidencialismo mexicano.

En nuestro país, la figura del presidente se vio fortalecida desde finales del Siglo XIX, cuando Benito Juárez, con sus errores y sus aciertos, luchó por establecer un gobierno separado de la iglesia y del intervencionismo europeo, aunque no lejano a los intereses de los Estados Unidos. Más tarde llegó Porfirio Díaz y se encumbró como mandatario de 1876 a 1880 y posteriormente de 1884 a 1910, terminando con la dinámica nacional en la que los presidentes eran derrocados, no reconocidos o gobernaban con poca legitimidad.

Después el proceso de Revolución amainó la fuerza que iba tomando la institución presidencial hasta que, en 1917, Venustiano Carranza logra demostrar lo importante que era un Jefe de Estado y, tal como lo impulsó Juárez un año antes de tomar el poder, renueva la Constitución Política del país. Luego personajes como Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles fueron la antesala para que el General Lázaro Cárdenas sentara las bases del presidencialismo moderno.

Así, México terminó inmerso en lo que Mario Vargas Llosa llamó alguna vez, antes de cambiar sus ideas de izquierda por unas más conservadoras, “la dictadura perfecta”, porque la figura del presidente tomó tal importancia que no sólo era Jefe de Estado, también influía contundentemente en las estructuras sindicales y gremiales de la nación, además de ser el líder del partido hegemónico de la época: el Revolucionario Institucional (PRI), y decidía no sólo sobre las políticas de su sexenio, sino también, sobre el futuro del país eligiendo al mandatario que le sucedería; todo esto cobijado por la legitimidad que daban los procesos “democráticos”

Las pasadas generaciones no podrán olvidar con facilidad el llamado “día del presidente”, aquellos primeros de septiembre en los que México paraba sus actividades para ver el informe anual del gobernante en turno: era, sin lugar a dudas, una costumbre casi marcial llevada al nivel nacional.

Pero luego, en 1976, López Portillo fue candidato único y a gran parte de la sociedad le pareció extraño que un hombre ganara las elecciones presidenciales compitiendo contra nadie; después en 1985, la Tierra quiso acomodarse, la Ciudad de México se derrumbó y el presidente, Miguel de la Madrid, llegó tarde con su apoyo, cuando ya los ciudadanos estaban resolviendo el asunto; la mala gestión económica de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, la pésima diplomacia y el gobierno empresarial de Vicente Fox, la guerra de Felipe Calderón y Peña Nieto con sus reformas estructurales, terminaron entonces por destrozar la figura del presidencial, esa que históricamente tanto costó construir en México.

Los últimos mandatarios, desde el último año de Fox, hasta intermitencias que llegaron a Peña Nieto, ya ni se presentaban al “día del presidente”, tal era su mala gestión que preferían enviar su informe al Poder Legislativo y buscar algún recinto alterno para dar un discurso ante puro cuate, gente que jamás les lanzaría un abucheo.

Hoy, a cien días de gobierno de López Obrador, se pueden aprobar y descalificar muchas de sus acciones, el balance, según quien lo mire, será positivo o negativo; sin embargo, algo hay que apuntar y es que cada conferencia mañanera, cada acto público en el que se empeña en estar cercano a la gente, su constante referencia al artículo 89 constitucional ante la crisis en Venezuela, hablarle de tú a tú a las calificadoras como Standard and Poor´s, son sin duda sus movimientos para fortalecer la institución presidencial que tan golpeada ha quedado en los últimos treinta años. Hacer un diagnóstico de sus políticas a poco más de tres meses del inicio de su gobierno no es tan funcional como hacerlo, por ejemplo, en las elecciones intermedias de 2021, tiempo en el que ya podremos analizar cuál es su objetivo al fortalecer nuevamente el presidencialismo mexicano.

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