La frontera de sangre: El Paso y la cuestión migratoria

Tristemente ahora tenemos que hablar de la masacre perpetrada por un presunto supremacista blanco en El Paso, Texas, en contra de personas indefensas cuyo único pecado es caer en esas generalizaciones étnicas tan discriminatorias que son moneda de curso corriente en Estados Unidos de América (EUA): el ataque en esta población colindante con Ciudad Juárez fue en contra de los “hispanos”.

Hispano es un término que abarca tanto al estadounidense de tercera o cuarta generación que tiene un apellido español y cuya piel puede ser tan blanca como la del asesino que nos ocupa -a quien no pienso nombrar para no darle esa promoción funesta que buscaba al llevar a cabo esta masacre alevosa- o bien al recién llegado en busca del “sueño americano”. Texas es un nombre de origen hispano, así como aquellos que nombran a sus principales ciudades. Hispana es su historia, tan sangrienta como la nuestra, e hispanos sus ríos, llámense el Grande o el Bravo. Sus puertos son asimismo fundados por hispanos -como Galveston, el pueblo de Bernardo de Gálvez, virrey de la Nueva España- y algunos llevan por lo tanto nombres que así lo demuestran. Hispanos los hombres y mujeres que han construido sus edificios y los reconstruyen cuando los golpean los huracanes del Golfo de México -otro nombre hispano-; hispanos eran y son algunos de los violentos “Rangers” e hispanos los enemigos de éstos. Hispanos muchos de sus políticos y empresarios. Hispanos porque esas tierras fueron exploradas por españoles, criollos, mestizos y mexicanos, no sólo por anglosajones. Hispano porque el primer vicepresidente de la efímera república texana -o tejana- fue Lorenzo de Zavala, traidor para México, héroe para Texas. Hispana es su gastronomía, que no del todo estadounidense pero tampoco mexicana. De raíces hispanas sus ritmos musicales, como la “tejano music”, cuyos exponentes son la fallecida Selena Quintanilla o los “Texas Tornados” comandados por el mítico Leonardo “Flaco” Jiménez . Texas es tan hispana como su historia lo indica y lo seguirá siendo, a pesar de este odio que pretende negarle esa orgullosa herencia.

¿De dónde viene el odio? Debemos apuntar al actual ocupante de la Casa Blanca, el señor Trump, con su discurso vacío de ideas y lleno de rabia, su terquedad en ver al migrante como enemigo -en un país como EUA erigido gracias a la migración, paradojas del odio-; pero también en la desaforada campaña que muchos en la ultraderecha han mantenido no hoy, sino desde hace décadas, en contra de la diversidad cultural. En contra del otro, convertido en enemigo. El odio viene del miedo a lo desconocido.

El odio también deriva de una cultura que glorifica a las armas de fuego, al “vaquero” salvaje, a una mitología de tierra arrasada y de guerra continua que conformó lo que es hoy EUA. Una industria armamentista sin freno y casi sin controles, que se apoya en una pésima concepción al “derecho” de portar armas, como si la república imperial del norte fuera todavía un conjunto de granjas custodiadas por pequeños propietarios armados con un mosquete, esperando a los “casacas rojas”.

La cultura de la muerte, de esta deificación del fusil de asalto y la pistola que se vive particularmente en nuestro vecino del norte, ya no es solamente un asunto de EUA, sus políticos y electores. Así como la migración ya no es un problema exclusivo de México, tampoco el tráfico de armas y su fácil obtención debe ser un asunto que no nos competa como país. Es lamentable, pero el trasiego de armamento de alto poder, que lo mismo ayuda a un asesino en El Paso a llevar a cabo su oscuro cometido como a un narcotraficante mexicano imponer su sinrazón a través de la violencia, ya es un asunto de seguridad internacional, transfronterizo, que nos obliga a tomar medidas para detenerlo.

El miedo puede ser combatido con educación; pero también con acciones jurídicas. El canciller mexicano Marcelo Ebrard ha marcado la pauta de la respuesta legal del gobierno mexicano, la cual cito textualmente: “como la ley mexicana dice que este acto es un acto de terrorismo, la Fiscalía General de la República (FGR) ya está integrando la carpeta de investigación, y será la primera carpeta de investigación de esta importancia en la historia de México, sobre terrorismo, en territorio de Estados Unidos. De acuerdo a la ley y el derecho internacional, México puede participar no solo en la representación de las víctimas, sino de acuerdo a su propia ley”.

Es claro que el Derecho Internacional debe imperar ante algo que se sale de control de las autoridades estadounidenses. Así como Trump y sus correligionarios pretenden imponer medidas coercitivas a México si éste no coadyuva en reordenar los flujos migratorios e incluso en desalentar o detener a los migrantes que intentan llegar a EUA, asimismo México, con la razón que da el Derecho y la justicia, debe intervenir, ya sea vía diplomática o bien en acciones colectivas para atacar una de las fuentes del problema de estos asesinatos de odio propiciados en buena medida por la negligente aplicación -o ausencia- de leyes que restrinjan el comercio y portación de armas de fuego en Estados Unidos.

Las acciones colectivas y de resarcimiento de daños, como en el caso de las tabacaleras en el siglo pasado, son medidas de litigio estratégico que deben usarse para poner contra las cuerdas a las poderosas empresas fabricantes de armamento que financian políticos bajo el paraguas de la infame NRA (National Rifle Association). En los tribunales estadounidenses el gobierno mexicano debe actuar con firmeza, apoyando a las familias de las víctimas de la masacre de El Paso, pero también haciendo alianzas con ONG y organizaciones civiles; e incluso con gobiernos estatales afines al control de armas, sin descuidar la acción concertada con legisladores de EUA favorables a estos controles.

En el plano de los tratados internacionales debería haber un capítulo del T-MEC ( o un acuerdo paralelo) que establezca como obligación de los países de Norteamérica no sólo regular la migración “ilegal” -y marco bien las comillas, porque no me parece ilegal el deseo de un ser humano a vivir donde le plazca sin hacer daño a un tercero en dicho proceso- sino la venta y tráfico ilegal -este sí, sin comillas que lo maticen- de armamento militar. El origen del problema de la migración yace en varios países: el problema de la fabricación de armas de alto calibre y tiro automático propias para ambientes y escenarios bélicos reside en un solo país de Norteamérica: EUA.

Esta lucha en varios frentes no sólo es por el legado hispano de nuestra región de América, para quitar el estigma a un término que no lo merece: hispano es herencia y presente, no sinónimo de crimen u odio. Sino también por darles un mínimo homenaje a las víctimas muertas en este ataque cobarde. Este tratado internacional entre Canadá, México y Estados Unidos de América que prohíba y/o limite al máximo la venta a civiles de armas de fuego automáticas debería ser firmado en El Paso, Texas. Una ciudad hispana que merece pasar a la historia no manchada por el odio, sino con el generoso impulso de la esperanza. Se dirá que soy idealista. Sin duda. Pero lo que propongo no es irrealizable. Se los debemos a las víctimas de este atentado: actuar bajo el amparo de la ley, local o internacional, nunca será una empresa irrealizable, sino una labor irrenunciable de todo aquel que se diga civilizado.

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