“Pero soy afortunada… ”: Sandra en el país de los feminicidios 

Sandra tenía sólo ocho años cuando su padrastro la violó. “Mi madre nunca me quiso escuchar, fueron años terribles, la ignorancia nos hace pensar en cientos de probabilidades. Cada vez que pasaba junto aquel monstruo, quería matarlo, quería escupirlo, pero era imposible, mi madre sólo tenía ojos para él y no creería jamás lo que me estaba ocurriendo. Finalmente, me llené de valor y me le enfrente, no le permití que me volviera a hablar… La mera verdad no sé de donde saqué fuerzas, pero con mi actitud el tipo se alejó”.

Aquellas palabras me conmovieron y decidí entonces compartir la historia de Sandra, quien habló para A Barlovento Informa.

Nos relató que a los 12 años tuvo su primer período menstrual y con el vinieron una serie de conflictos internos; según relata no sabía que sucedía en su joven cuerpo, de la noche a la mañana, luego de tres meses de período, de pronto el flujo desapareció; no quiso comentarlo con nadie el primer mes, pero se aproximaba el segundo y nada; entonces ante la angustia prefirió comentárselo a una de las mujeres de la vecindad en la que vivía.

La conversación no fue nada agradable, según reseñó, “hablé en tercera persona como si una de mis compañeras de la secundaria tuviera el problema; le expliqué lo que había ocurrido cuando ella tenía ocho años y que ahora su menstruación sin ningún motivo se le había retirado, fue entonces que me animé a preguntarle sí había posibilidades de que estuviera embarazada”.

La mujer frunció el ceño y le contestó a Sandra que sí había muchas probabilidades de que se encontrara en cinta, aunque hubieran pasado más de cuatro años de aquella horrible experiencia. En aquel momento la joven quedo enmudecida y agradeció aquella valiosa información. Fue así como decidió someterse a trabajos físicos exhaustivos a fin de provocar alguna reacción en su joven cuerpo…

Fueron noches de desvelo y angustia, explicó, no sabía como resolverlo, sin embargo, por ahí del cuarto o quinto mes regresó el flujo menstrual y su alma descansó, aquellas semanas de angustia sólo sirvieron para que odiara más a su padrastro y para refugiarse con los amigos de algún vecindario perdido en Tulancingo, Hidalgo.

Con el tiempo explicó, se dio cuenta que debía salir de ese lugar enfermo donde las mujeres tienen un valor menor a cero, donde se reducen a objetos que, por añadidura, carecen de futuro. Y así, con la rabia y la necesidad de conseguirse un porqué en la vida, pudo salir para llegar a la Ciudad de México, donde poco a poco, con muchos esfuerzos, terminó la secundaria y luego una carrera técnica.

“Soy una afortunada -nos comenta entre lágrimas- porque algunas de mis amigas no la libraron y hoy están muertas: las asesinaron o las dejaron lesionadas de por vida. En aquel entonces, no se hablaba tanto de feminicidios en Hidalgo, pero ahora me doy cuenta qué a mi amiga la mataron por ser mujer”.

Por las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, se sabe que en el primer cuatrimestre del 2019, murieron mil 199 víctimas de la violencia contra la mujer. Es decir, cada dos horas y media en promedio, la hija, la madre, la hermana, la pareja de alguien, es asesinada por su género.

“Fíjese usted, – continúa Sandra- XXX (el novio de su amiga) tenía 14 años, ya no quería estudiar y agarró la droga junto con los vagos del pueblo; llegaba a su casa a golpear a sus padres para que le dieran dinero y poder seguir alcoholizado; así es que XXX agarraba calle y le entraba al chemo con todas sus fuerzas”.

“Un buen día (mi amiga) discutió con el novio, forcejearon por que no quería tener sexo, así es que él, enojado, la amarró y la violó, después de eso, para que no siguiera gritando, la roció de gasolina y le prendió fuego, no sin antes clavar en su cuerpo algunas puñaladas”.

Ese pensamiento, la escena, la imagen del fuego carcomiendo a una mujer que recién fue ultrajada, aún despierta a Sandra en las noches, pues piensa, eso le pudo haber pasado a ella: “la mató porque no lo obedeció, porque era mujer y una mujer no debe decir que no a un hombre”.

Hace unos meses, el asesino fue dejado en libertad por que al fin era menor de edad y no se le pudo juzgar como adulto, eso sí, cuentan los vecinos, que cuando anda bien drogado se ufana de haber asesinado a su amiga y retaba a todas las mujeres del pueblo para que se le pusiera en frente.

“Entonces usted dirá -dijo Sandra a la que escribe- ¿Verdad que tengo suerte?”

La fortuna es que Sandra esté viva y que pudo salir de aquel infierno; suerte es que hoy tenga una vida productiva, pero la violencia de la que fue objeto a tan corta edad, es un agravio que siempre lo llevará en el cuerpo, en la mente, en el corazón.

Por eso cuando leo los comentarios que me envían a través de las redes sociales, me entristezco: no es posible que las propias mujeres estén en contra de las protestas de otras mujeres, que todos los días vivimos con miedo por el riesgo de ser violadas, asesinadas, secuestradas, asaltadas o maltratadas por el simple hecho de ser mujeres.

Es increíble que una parte de la sociedad se niegue a ver que esto ocurre a diario a cada minuto, a lo largo de todo el país, en las casas, en las oficinas, en el transporte público, en los taxis, en el Uber, en la escuela y en las universidades.

Hay información que nos debería hacer reflexionar, por ejemplo: México ocupa el primer lugar en feminicidios en América Latina, al sumar 3 mil 357 casos en 2017; le sigue Brasil, con mil 133; El Salvador, 345; Honduras, 235 y Guatemala, 221.

Hoy sabemos, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, que de enero a febrero de 2019, en el país fueron asesinadas 568 mujeres, 10 al día, y sólo 147 de los casos han sido investigados como feminicidios.

¿A caso nos tiene que pasar a nosotras o a nuestra hijas o sobrinas para que entonces sí nos indignemos? Creo que no. Es el momento de decir basta, valemos lo mismo que cualquier ser humano y merecemos que nuestros derechos sean respetados.

Tomemos un momento después de leer la historia de Sandra, que al final representa muchas historias, y nos permitamos reflexionar, serenarnos para discernir que tipo de relación social queremos, una con respeto o una con violencia.

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