Con la renuncia de Eduardo Tomás Medina-Mora Icaza a su puesto de ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación se abre una de las crisis en el tribunal constitucional mexicano más relevantes de los últimos 30 años.

La renuncia del ex ministro Medina Mora, renuncia que deberá ser discutida en el Senado para que surta plenos efectos e iniciar el trámite de nombramiento del sustituto o sustituta al cargo, no provoca dicha crisis porque acreciente el poder del titular del Ejecutivo Federal; hay que recordar que debe enviarse una terna a la cámara alta del Congreso y que en dicho órgano legislativo el partido del presidente López Obrador no tiene mayoría absoluta ni calificada, así que los pesos y contrapesos de nuestro sistema constitucional siguen incólumes. La crisis a la que hago referencia es otra: la podredumbre que se advierte por la corrupción que destila la renuncia del controvertido abogado y político.

Dice Adrián Arroyo, buen ingeniero y colega en A barlovento, que Eduardo Medina Mora es un engranaje mayor de la maquinaria de corrupción mexicana, esa que está siendo desmontada por el gobierno de la Cuarta Transformación. Como todo ingeniero sabe, un engranaje multiplica la fuerza aplicada a un sistema dinámico/mecánico, transmite energía de un componente a otro del artilugio del cual forma parte. ¿Qué tipo de pieza es el ex ministro que nos ocupa, en la máquina de componendas y tráfico de influencias? Uno de los más importantes, a decir por los puestos que ocupó: director del CISEN, Procurador General de la República, embajador, miembro de nuestro máximo órgano jurisdiccional. ¿Cómo se mantuvo en el candelero de la élite gobernante mexicana? Por lo que se intuye, gracias a sus conexiones y negocios con dicha aristocracia.

Sin menoscabo de su presunción de inocencia, podemos estar seguros que las “causas graves” que motivaron su renuncia -así calificadas por la Constitución Federal- están íntimamente relacionadas con las cuentas que la Unidad de Inteligencia Financiera ha encontrado a nombre de Medina Mora en el extranjero, denominadas en divisas tales como la libra esterlina y los dólares estadounidenses. Un ministro de la Suprema Corte goza -a pesar de la austeridad republicana que propone el gobierno federal- de un sueldo más que desahogado, cercano al medio millón de pesos mensuales -o incluso sobrepasando esa cifra, si contamos beneficios y prestaciones no numerarias-; pero los montos atribuidos al peculio de Medina Mora superan incluso su ingreso como ministro de dicha Corte. La pregunta inevitable que debemos hacernos es ¿De dónde proviene ese dinero que el ex ministro atesoraba con tanta diligencia fuera del país?

La primera fuerza que canalizaba el engranaje Medina Mora parece ser un tráfico de influencias que, como río en la penumbra, llevaba dinero a sus cuentas personales. Criterios controvertidos, como aquel para desbloquear cuentas que benefició a su amigo Juan Collado -otro engranaje mayor de las componendas de alto nivel en México- o la suspensión vía controversia constitucional otorgada al gobernador de Nuevo León, el mal llamado “Bronco”, son apenas perlas en la corona de manejos dudosos que el ex ministro ha ido incrustando en su patrimonio oculto.

La segunda fuerza su vertiente de empresario, pues ha trascendido que empresas constituidas en Querétaro, pero con cuentas bancarias en paraísos fiscales le derivaban transferencias millonarias, habida cuenta contratos con diversas entidades públicas y privadas, tanto de México como de Centroamérica. Compañías dedicadas al rubro de la industria química y agroindustrial que reportaban ganancias inusitadas. La opacidad de la “contabilidad dinámica Medina Mora” -no se me ocurre otra manera de llamar a esas cuentas alegres- empezó a llamar la atención de las autoridades fiscales y aquellas que combaten el lavado de dinero tanto en México como en Estados Unidos y el Reino Unido de la Gran Bretaña, países donde Medina Mora fue embajador de nuestro país.

Y salta a la vista que al menos tres empresas cuyo accionista principal es Medina Mora (Florícola, Promotora Agroindustrial y Polímeros Aztlán, todas ellas sociedades anónimas de capital variable) están legalmente establecidas en el mismo estado de la República donde su “super-amigo” Juan Collado tenía su más preciada posesión: Caja Libertad, entidad financiera tan referida en los más sonados escándalos de corrupción de los últimos años, como el de Pemex-Oceanografía.

Como se verá, las líneas de transferencia de oscura fuerza que pasan por el engranaje del exministro son diversas y dieron al afluente proceloso del dinero y las relaciones inconfesables de políticos de los últimos sexenios un pantano muy propicio para chapotear en riquezas inexplicables. O muy explicables, pues de lo contrario no se explica cómo Medina Mora entrega su renuncia cuando todavía le faltaban once largos años de beneficios y triquiñuelas jurídicas como ministro, sin querer aclarar de propia voz cuáles son las “causas graves” que motivan su salida. Ni falta que hace, podríamos concluir luego de ver los entuertos del otrora ministro.

La penumbra rodea a la Suprema Corte de Justicia, pero ahora la ha penetrado, al permitirse poner a uno de los suyos en el papel de juzgador de última instancia. Esa es la crisis que nos debe de preocupar. También nos debe de llamar a la acción que Eduardo Medina Mora fue un componente fundamental de esa penumbra durante los últimos tres gobiernos que anteceden al presente. Él era, a todas luces, el engranaje de una máquina que produce dinero y sombras y se resiste a morir, que presumiblemente ha envenenado la vida pública de nuestro país. Sería un gravísimo error que las autoridades de procuración de justicia, sobre todo la Fiscalía General de la República, le permitan tomar las de Villadiego -lo cual es una posibilidad que no podemos descartar, haciendo a un lado la supuesta mala salud del exministro-; urge pues sacar a la luz a esa maquinaria de arreglos oscuros y desmontarla a la vista de todos, para sanear a la justicia mexicana y seguir desecando ese río -cloaca a cielo abierto- en el que nadaron tantos políticos del viejo régimen.

Medina Mora tiene todavía mucho que contar a la justicia mexicana; aunque desde un asiento distinto al de juzgador. Al otro lado de la barandilla o de la vieja rejilla de prácticas de los juzgados penales, por decirlo de alguna manera.

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